El origen piamontés de Francisco, el transatlántico, la bagna cauda y el increíble destino de la Familia Bergoglio
Cuando el 13 de Marzo de 2013 Jorge Bergoglio fue elegido Papa, pronunció una frase que hizo sonreir a toda la multitud que lo observaba con júbilo y sorpresa en la plaza San Pedro. «Parece que los cardenales han ido a buscar al nuevo pontífice al fin del mundo».
Lo que muchos no sabían en ese momento es que este argentino era, como tantos otros en nuestro país, un descendiente directo de aquellos europeos que a principios de siglo había cruzado el atlántico en busca de un futuro mejor.
Las joyas de la abuela
En el libro “El Jesuita”, escrito por Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, los autores relatan que “en 1929 la familia desembarcó en Buenos Aires… En el forro de un tapado de zorro, Rosa Bergoglio llevaba el producto de la venta de los bienes que la familia poseía en Italia… Las transacciones se habían demorado más de lo previsto, circunstancia que probablemente, les terminó salvando la vida.
Es que los Bergoglio tenían pasajes para viajar desde Génova bastante antes en el tristemente famoso buque Principessa Mafalda, precisamente en el que sería su último viaje… dado que se hundió en al norte de Brasil, cobrándose cientos de vidas. Finalmente, se embarcaron en el Giulio Cesare…”
El Principessa Mafalda
Vapor de pasajeros de lujo fue construido por Cantieri Navale di Riva Trigoso, como buque insignia de la empresa Navigazione Generale Italiana, para cubrir la ruta regular entre Génova y Buenos Aires, con puertos intermedios.
Fue botado el 22 de octubre de 1908, y entró al servicio el 9 de marzo de 1909. Con un desplazamiento de 9.200 toneladas, podía navegar a 18 nudos.
Tenía 158 cabinas de primera clase, 715 dormitorios con 180 plazas de segunda y 1.200 de tercera para inmigrantes. Zarpó en viaje inaugural el 17 de marzo de 1909.
En 1910 embarcó el científico Guglielmo Marconi quien con sus equipos de radio condujo pruebas de alcances de las trasmisiones en distintas frecuencias.
El Naufragio
Este transatlántico italiano se hundió el 25 de octubre de 1927 frente a las costas de Brasil.
En la tragedia perdieron la vida 481 personas, muchos de ellos argentinos. En su momento, la noticia conmovió al mundo y por comparación, se decía que era el Titanic del Atlántico Sur.
El “Principessa Mafalda” fue la gran nave de su tiempo, única capaz de unir Italia con Argentina en catorce días. El 25 de octubre de 1927 cumplía su nonagésima travesía.
Su hundimiento fue una de las tragedias marinas más impresionantes que se recuerdan, ocurrida en época de paz. Había partido del puerto de Génova el 11 de octubre de 1927, con 1.261 pasajeros a bordo. Por esas cosas del destino los Bergoglio no habían llegado a subirse a este barco.
Hablar el piamontés
En una de las entrevistas que los autores del mencionado libro mantuvieron con Jorge Bergoglio, el ahora Sumo Pontífice sostuvo “… de mi cinco hermanos yo fui el que más asimilé la costumbres porque fui incorporado al núcleo de mis abuelos… Entre ellos hablaban piamontés y yo lo aprendí…”
“A mi papá –continúa- jamás le vi una señal de nostalgia… por ejemplo, nunca hablaba piamontés conmigo, si con los abuelos. Era algo que tenía encapsulado, que había dejado atrás, prefería mirar hacia adelante…”
La Bagna Cauda
La sanfrancisqueña Silvia Salvagno reside junto a su familia desde hace varios años en Europa. El año pasado, pudo acceder a una inolvidable entrevista privada en su residencia de Santa Marta. Inmediatamente cuando el Santo Padre reconoció su origen le pregunto a modo de broma si “San Francisco seguía oliendo a Bagna Cauda cada Viernes Santo”.
En más de una oportunidad Francisco manifestó su debilidad por esta tradicional comida italiana.
Mientras era la máxima autoridad de la Iglesia en Argentina, cada viernes santo se tomaba un colectivo para ir a comer la bagna cauda que le preparaban especialmente unas monjas de un convento en Buenos Aires.
Giorgio Mario, como lo llaman en Italia, visitó varias veces la aldea de Portacomaro para reconstruir su álbum familiar y su propia identidad.
Según cuentan los vecinos del lugar, fiel a su estilo, le daba pudor molestar, se reunía con sus parientes, oficiaba la misa y casi como reconstruyendo el camino de sus ancestros se dedicaba a caminar por las calles de esta población tan humilde, austera, tranquila y trabajadora como el propio Bergoglio.