El triunfo de la retórica
“No sabe hablar”, “es incoherente”, “no puede formar una frase”. Tal vez no sean estas las acusaciones más graves que se lanzaron contra Donald Trump en los últimos meses. Pero sí fueron frecuentes, y en apariencia, cómodas. Nadie podía dudar de que la retórica del candidato era pobre, y sin embargo, armado con esa retórica, no le fue difícil convencer a la mitad de su país de que era el más apto para gobernarlo. ¿Cómo se explica esto?
Hace más de 2500, el estratega chino Sun Tzu advertía sobre los peligros de subestimar al enemigo. Estoy seguro de que no fue el primero en hacerlo, y claramente tampoco sería el último. Si una verdad tan evidente es tan repetida, es porque hay algo en la naturaleza humana que nos lleva a ignorarla con la misma frecuencia. Ese algo se llama, en psicología, “sesgo de confirmación”. Y es nuestra tendencia a prestar más atención a toda la información que confirma nuestra creencias previas, y a ignorar la información que la contradice.
Toda la campaña demócrata de 2016 estuvo guiada por la íntima convicción de que Donald Trump no podía ganar. No podía y no debía, pero más bien no podía. Como si fuera una imposibilidad lógica. Y los demócratas interpretaron todo según esta convicción. Tomaron las encuestas que los favorecían y desdeñaron el peso del voto oculto. Se ampararon en los medios que, en forma casi unánime, defenestraron a Trump y lo pintaron como un clown advenedizo. Se tranquilizaron con un debate excepcionalmente desigual. Y esa calma los llevó a ignorar una realidad mucho más desfavorable a las aspiraciones de la secretaria Clinton.
La retórica, en este contexto, fue otra área mal iluminada por el sesgo de confirmación de los demócratas. Vieron lo que querían ver, e ignoraron lo mucho que el estilo de Trump apelaba a una buena porción del electorado. Es un estilo que cabe llamar sencillo, y que según los tests de legibilidad corresponde al nivel de un niño de quinto grado. Esto no es necesariamente una falla, pues hubo hasta grandes escritores -como Hemingway- que no fueron mucho más allá de ese nivel.
También es un estilo conversacional. Si leemos las transcripciones de sus discursos, muchas frases parecen incompletas. Pero, como dice el lingüista George Lakoff, para un neoyorquino es cortés presuponer que su interlocutor es capaz de terminar las frases por él. En otras palabras, las frases de Trump tienen mucho más sentido para quien esté viéndolo que para quienes estén leyéndolo. Si bien es cierto que muchas de sus frases son cortas, y simples en su estructura, también es verdad que son más rápidamente comprensibles e incorporables.
Trump tiene una marcada tendencia a repetir algunas palabras, por ejemplo los adjetivos “terrific”, o “beautiful”, que resaltan en el resto de su discurso (en general lleno de monosílabos) y que transmiten la idea fundamental de cada frase. Esta simplicidad es, a la larga, muy efectiva para crear asociaciones y marcos en las mentes de quienes lo oyen; mucho más que un solo discurso cuidado y complejo.
En general, cuando se dice que un político no sabe hablar, significa que no sabe hablar como un político. Y esto es interesante, ya que en general se desprecia el lenguaje de los políticos como algo saturado, deshonesto y vacío. Si pensamos a nivel local, los partidarios de la ex presidente solían destacar sus dotes oratorias (“habla sin leer”) frente a la menor pericia del actual presidente, como si eso lo inhabilitara para ejercer su función. Sin embargo, en 2015, el electorado argentino no estaba tan interesado en la belleza retórica, y no le importó que el lenguaje del ingeniero Macri no tuviera tantas florituras. En cierta medida, al igual que con Trump, se buscó un lenguaje que no fuera el de un político.
Es posible que en las elecciones estadounidenses de 2016 se haya impuesto un sentimiento antipolítico (canalizado, claro, a través del sistema político, ¿cómo, si no?), o al menos, el descontento con la clase política tradicional. Trump es poco sofisticado, muchas veces excesivo, sabe interesar y entusiasmar al auditorio… Habla no como un político, sino como un vendedor. A veces habla como un CEO despiadado, y ya en la campaña dejó muchas frases que no por aberrantes resultan menos memorables. Muchas claves de su victoria pueden encontrarse en la retórica que, aparentemente con naturalidad, supo construir para sí mismo.
En el fondo, el secreto de esta retórica es que no se parece a ninguna otra en la oferta política estadounidense. Trump supo ser el candidato diferente para un electorado que se ahogaba de monotonía y quería un cambio. Esta diferencia se expresó en muchos niveles, y uno de ellos fue el lenguaje. Tal vez no fuera el mismo de su electorado, o el que su electorado quería, pero sí parecía hecho para ellos. Dirigido a la gente en forma directa, sin las barreras del protocolo y la corrección política.
Trump supo crearse y venderse a sí mismo como un producto, y utilizó una retórica hecha a medida para este propósito. Más adelante podremos hacer reflexiones sobre el estado de la democracia a la luz de este hecho. Por hoy, limitémonos a observar que esta estrategia convertirá a un magnate improbable, en sólo algunas semanas, en el hombre más poderoso de la Tierra.
(*) El autor fue recientemente galardonado con el premio a la mejor campaña en redes sociales por la Asociación Latinoamericana de Consultores Políticos en la convención realizada días pasados en Quito (Ecuador). Es Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com