El largo trecho
Es un hecho innegable que hay una gran distancia entre hacer promesas y cumplirlas. El refranero nos recuerda desde tiempos inmemoriales que “del dicho al hecho hay un largo trecho”, y también que “a las palabras se las lleva el viento”. Una de las frases más famosas de la política argentina nos recuerda que “mejor que decir es hacer”, y antes que Perón ya José Martí había afirmado que “hacer es la mejor manera de decir. Y sin embargo, también estas son sólo frases: palabras, palabras, palabras.
¿Por qué, si nos parece tan obvio que no es lo mismo prometer que realizar, es necesario señalarlo tantas veces, tan reiteradamente, y desde hace tanto tiempo? Porque, como suele ocurrir, la naturaleza humana dice otra cosa. Y cuando los refranes se repiten es porque tratan, en vano, de cambiarla.
El cerebro humano es el mecanismo más complejo que existe en la naturaleza, pero no por eso está libre de errores y ceguera. Resulta, por ejemplo, muy fácil seducirlo con promesas atractivas, sin importar lo ilógicas que puedan parecer desde afuera. Escuchamos lo que queremos escuchar, y cuando alguien apela a nuestros deseos, es muy fácil suspender la incredulidad.
¿Por qué, por ejemplo, siguen existiendo las estafas en un mundo tan desarrollado e informado? ¿Por qué, cuando a menudo suenan ridículas, hasta para quienes fueron víctimas de ellas? Porque, apenas se apela a la codicia, la víctima sólo puede pensar en el dinero que va a obtener, fácilmente, y su razón queda atontada por el deseo. De la misma forma es fácil para un enfermo, desesperado por encontrar una solución a su problema, caer en manos de curanderos inescrupulosos.
En el terreno de la política, parece aún más inverosímil el éxito de las falsas promesas. El estafador cuenta con una ventaja, el factor sorpresa, y se prepara para parecer confiable e inofensivo. La sabiduría popular, en cambio, dice y repite hasta el hartazgo que los políticos son mentirosos, que son los rompedores de promesas por excelencia.
Lo que le ocurre a los electores, al momento de considerar distintas propuestas, es que pasan por alto que “el largo trecho” es algo muy real. Se encandilan con la promesa, sin pensar en lo difícil que será su implementación. Evalúan las promesas no desde la razón, sino a través de sus deseos más hondos.
Y no significa que los políticos no quieran cumplirlas. Este podría ser el caso, alguna vez, pero por lo general, ¿qué sería más beneficioso para un gobernante que satisfacer esos deseos en la gente que lo llevó al poder? No menos que los electores, también ellos pueden verse afectados por expectativas irracionales, e ignorar el largo trecho que las separa de su concreción.
Ahora bien, ¿sabían desde el principio que las dificultades harían imposible cumplir la promesa? En ese caso, los políticos en cuestión son mentirosos. ¿Acaso no lo sabían, y se encontraron con una nueva información, o una nueva coyuntura, al llegar al poder? En tal caso, necesitan una adecuada estrategia comunicacional para no quedar como mentirosos ante sus votantes.
En esta coyuntura se juegan, por ahora, muchas de las proyecciones electorales para el año que viene. Desde la oposición atacan al gobierno de Macri desde sus promesas incumplidas. El propio gobierno ha fundamentado, con mayor o menor éxito, su dificultad para cumplir esas promesas. En algunos casos, salió ganando una imagen de seriedad y “sinceridad” que le sumó puntos en la comparación con las frecuentes deformaciones de la verdad que llevó a cabo el gobierno anterior.
Pero, por supuesto, no basta con ser sincero y admitir que las cosas no se pueden hacer. Habría que buscar una forma de hacerlas, más aún cuando, en las próximas elecciones, deba enfrentarse esta incapacidad de actuar con las promesas de una oposición que empieza a despertarse. Sobre el terreno que el gobierno deja libre, como ocurrió con el tema Ganancias, la oposición puede proponer sin preocuparse por implementar, y dar a entender, así, que si el gobierno no hace es por falta de voluntad, o de capacidad.
La diputada Carrió, miembro díscolo de Cambiemos, nos dio una pista sobre lo que ocurre al evaluar que el gobierno está por cumplir “un primer año de aprendizaje”. Curiosa elección de palabras: ¿un gobierno está para hacer, o para aprender a hacer? ¿Cuánto tiempo requerirá completar ese aprendizaje?
Macri, elegido para administrar el caos post-kirchnerista ha resultado hasta ahora un dubitativo practicante del ensayo y error, un tapador de agujeros en el mejor de los casos. Excepto que se decida a asumir el rol histórico que su propio electorado le pide, y se convierta en un estadista con decisión, el suyo será recordado como un gobierno de bomberos, como una transición hacia lo que pueda ofrecer, en 2017 o en 2019, una oposición cada vez más endurecida.
(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com