Juan Bautista Vairoletto, el bandido piamontés
La historia del célebre Vairoletto hay que situarla en el contexto de una Argentina granero del mundo, después de la Conquista del Desierto, que permitió la aparición de grandes latifundios y la necesidad de mano de obra barata: en su mayoría, campesinos europeos que soñaban con la América.
Juan Bautista era un joven delgado, buen mozo, de tristes ojos azules. (En muchos documentos su apellido figura con B (larga) pero él firmaba con V (corta) y así también aparece escrito su nombre en varios documentos judiciales).
Nació en 1894 y fue el quinto hijo de un matrimonio de inmigrantes piamonteses (Vittorio Bairoletto y Teresa Mondino) que se habían afincado en el interior de Santa Fe.
Años después la familia se radicó definitivamente en Eduardo Castex, en la entonces Gobernación de La Pampa, luego de residir algún tiempo en el sur de Córdoba
En aquel lugar, el 4 de noviembre de 1919, por «cuestiones de polleras», Juan tendría un fatal encuentro, en el que le dio muerte a un policía.
En su andar por las extensas planicies, saqueaba a los pudientes y buena parte de lo logrado lo repartía entre los pobres puesteros que vivían en esas soledades.
Este accionar se difundió rápidamente entre la paisanada, lo que se tradujo en un apoyo popular incondicional.
Donde él llegaba, siempre había un plato de comida; yerba, tabaco y buenos caballos.
Cuenta la leyenda que Vairoletto, montado en su bayo, saltaba las alambradas de 7 hilos escapando de la policía, mientras que los oficiales debían cortarlas para poder continuar sus rastros.
Mientras era adolescente, en el prostíbulo, conoció a algunos anarquistas que le hablaron de la explotación del hombre por el hombre.
Allí conoció, también, a Dora, que fue su pasión de juventud. El 4 de noviembre de 1919, a la una y media de la tarde, Vairoletto se encontró con el gendarme Elías Farache, que le disputaba los favores de Dora. Hubo una discusión, unos golpes, y desde el suelo Vairoletto disparó tres balazos; uno de ellos atravesó el cuello del policía.
Estuvo preso 16 meses en la cárcel de Santa Rosa, pero cuando salió en libertad la Policía le hizo la vida imposible. «No me dejan vivir», se quejaba. Entonces empezó su vida de bandolero. Excelente jinete, tirador infalible, usaba un Winchester y un Colt.
Asaltaba almacenes de ramos generales, estancias y pagadores. Lo acompañaban dos o tres compinches. Sus amigos y confidentes eran los peones, los chacareros fundidos, los indios y los arrieros. Siempre encontraba guarida, siempre alguien le pasaba un dato sobre un estanciero, o sobre un turco que guardaba sus pesos en una lata de su almacén.
El Robin Hood de las pampas, como le decían, llevaba una vida errante. Dormir en un rancho, o a la intemperie; visitar algún prostíbulo, donde lo recibían con afecto; cabalgar durante horas por lugares inhóspitos; amar mujeres que después quedaban en el camino.
En su vida, la historia y la leyenda se confunden. La Policía lo acusó de varios asesinatos. El reconocía cuatro por necesidad.
Finalmente Vairoleto se radicó en el sur de Mendoza. Tenía mujer (Telma) y dos hijas (Juanita y Elsa). Había comprado una chacra y confiaba en que la Policía lo dejaría tranquilo.
No fue así. lo entregó un viejo compinche, el Ñato Gascón. Resignado, con 16 policías rodeando su casa, el domingo 14 de setiembre de 1941 Vairoletto se pegó un tiro en la mejilla. La Policía lo remató en el suelo.
Su muerte clausuraba una época.