Donald Trump y los Simpson, realidad absurda e ilógica
En un episodio clásico de Los Simpson, un oso desorientado sale de los bosques de Springfield y se aventura en la ciudad. No es agresivo, y no parece interesado en las personas, pero su mera presencia basta para generar el pánico en la cuadra donde viven los Simpson, hasta que un escuadrón del zoológico llega para llevarse al animal.
Pese a los sensatos comentarios de Flanders, que afirma que es la primera vez que esto ocurre, Homero grita indignado que está “harto de los ataques de osos”, y dirige a una multitud enfurecida a la oficina del alcalde para pedir una solución.
El corrupto líder de Springfield les promete que creará una “patrulla antiosos” -con un presupuesto exagerado- y en los días siguientes, Homero se complace al afirmar que esta funciona “de maravilla”.
Sin embargo, cuando descubre que la creación de esta patrulla también significa una suba de impuestos, vuelve a indignarse con una frase memorable: “¡Que los osos paguen sus impuestos! Yo pago los de mi casa.”
Si el lector puede ver en este segmento alguna similitud con hechos reales, seguramente no es coincidencia. El humor nos aporta a menudo una mirada muy profunda de los acontecimientos políticos, y Los Simpson es una serie famosa por hacerlo.
De hecho, este programa creado por Matt Groening ya había predicho, hace nada menos que diez años, la victoria de Donald Trump en las elecciones de 2016. Consultado sobre sus dotes proféticas, el guionista de aquel episodio dijo que se había limitado a imaginar el futuro más ridículo posible.
Aquí es muy clara la ventaja que tiene el humor frente al análisis político puro y duro. Este último tiene que ser serio y racional; pero la realidad a menudo es absurda e ilógica. A veces, lo que realmente ocurre es el escenario más impensado de todos, uno que solamente el humor podía atreverse a plantear.
Volvamos a los osos. Este episodio de Los Simpson, que data de 1996, da cuenta de procesos de pensamiento erróneos pero muy comunes, y que sólo se hacen obvios cuando lo vemos a través de la lente de la comedia.
En primer lugar, el oso no representa un problema real, pero todos creen que sí. En segundo lugar, el “ataque” es el primero que tiene lugar en veinte años, pero Homero no vacila en magnificarlo, y en exigir a los políticos que hagan algo sobre él.
Cuando el gobierno crea una división antiosos, esta parece funcionar a la perfección, pero sólo porque los osos no eran un problema en primer lugar.
Y, finalmente, llega la furia por el costo de esa solución. La idea de Homero de que los osos deben pagar por la patrulla que va a perseguirlos no es en esencia muy distinta de la que mueve al actual presidente de los EEUU, cuando asegura que los mexicanos costearán el muro que les cerrará la frontera con su vecino del norte.
Esta afirmación no es nueva, claro, sino que fue prácticamente un eslogan de la campaña de Trump. Sólo que ahora, a diferencia de lo que ocurre con tantas promesas electorales, el presidente se propone hacerla realidad.
La construcción misma del muro ha sido cuestionada desde todos los ángulos posibles: que es impracticable, que ya existe de hecho una “valla” en muchos sectores de la frontera, que la cantidad de mexicanos que la cruza ilegalmente disminuye año a año, que la inmigración no es la madre de todos los problemas de EEUU, que un muro nunca fue suficiente para contener el ingenio humano… y, sobre todo, que construirlo sería absurdamente caro.
Pero Trump y su equipo parecen tener respuestas listas a todas estas objeciones. No es extraño, en una administración que propone la existencia en su primer día de funcionamiento acuñó el concepto de “hechos alternativos”. Sin embargo, la negación de la realidad, que en ciertas dosis es esperable en una campaña, resulta algo peligroso en un gobierno constituido.
La frase “Mexico will pay for the wall” se transformó en un símbolo de esta nueva época, no sólo por lo absurda que suena, sino porque, pese a eso, el gobierno de Trump parece bien dispuesto a hacerla realidad… o a imponérsela a la realidad.
Ya no vale la pena hablar de los inconvenientes diplomáticos y económicos que traería obligar a México a pagar por el muro.
Lo que debemos entender cuanto antes -y, sobre todo, lo que deben entender los rivales de Trump, como el presidente mexicano Peña Nieto- es que esta forma de hacer política no está basada en la lógica y en el sentido común, sino en el deseo y los sentimientos. ¿Quién puede culpar al gobierno de Trump por actuar de esta manera, si después de todo fue este mismo modus operandi el que lo hizo ganar las elecciones de 2016?
A quienes no se sientan de humor para Los Simpson, les recomendaría un ensayo de Borges, “La muralla y los libros”.
Se trata de Shi Huang Ti, el emperador chino que ordenó la construcción de la Gran Muralla y quien, al mismo tiempo, hizo quemar todos los libros anteriores a él (por cierto que, sin llegar a tal extremo, en su discurso inaugural, Donald J. Trump manifestó que con él comienza una época nueva, distinta de todo lo anterior).
Intrigado por esta conjunción, Borges reflexiona sobre la muralla, se pregunta por qué fue construida, ofrece varias explicaciones, pero en ningún momento parece considerar que su verdadera función fuera, justamente, proteger al Imperio Chino de los bárbaros.
La Gran Muralla es ante todo un símbolo, su poder es simbólico. Y, por mucho que la ciencia, la sociedad y la cultura hayan avanzado en los últimos tres mil años, los humanos seguimos siendo seres simbólicos. La realidad, con frecuencia, es lo menos importante de todo.
Ahora sí, los seguidores de Los Simpson recordarán cómo termina ese episodio del oso. Cuando los ciudadanos de Springfield, una vez más, se dirigen al alcalde para quejarse por el aumento de impuestos, este les responde que “todo es culpa de los inmigrantes”, y presenta la infame propuesta 24 para deportarlos a todos.
El alcalde de Springfield, que es un político muy astuto, entiende que la forma de tratar con problemas imaginarios (los osos) no es dar soluciones reales, lo que sería imposible, sino desplazarlos a otros terrenos todavía más imaginarios.
Por supuesto, no había ninguna relación entre los inmigrantes y los osos, pero esto no es una debilidad argumentativa, sino todo lo contrario: precisamente, al no haber una relación lógica, es mucho más difícil desmentirlo.
Cuando el episodio concluye, Homero, que había sido un ferviente defensor de “la 24” se enternece al saber que su amigo Apu será deportado, y cambia de idea.
Y aunque este nuevo giro de los hechos parezca un progreso, realmente no cambia nada, pues los sentimientos, y no la razón, siguen siendo lo que guía las acciones de los personajes. ¿Qué estarán esperando los opositores a Trump para ponerse a ver un poco de televisión?
(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com