Un pueblo con mar…en Córdoba
«Era un pueblo con mar.», canta Joaquín Sabina, aunque no era el de Ansenuza, la bella y vengativa diosa de las aguas que atacó a un sanavirón (aborigen)que llegó a sus dominios. Cuando advirtió que se había enamorado, ya estaba muerto. Lloró hasta salar el agua; su pena conmovió al padre de los dioses que volvió a la vida al indio, pero en forma de flamenco. La historia flota en el aire de Miramar y de la laguna Mar Chiquita.
A unos 200 kilómetros de la ciudad de Córdoba, está la ciudad que varias veces renació de las aguas. La inundación de 1977 dejó el 60 por ciento del pueblo anegado; quedaron sólo cuatro de los 108 hoteles existentes. Desde inicios del siglo XX el lugar era elegido por europeos y argentinos atraídos por su barro curativo y sus centros termales. En su época de oro sumó 7000 plazas hoteleras.
Una noche del 77 el hotel Copacabana, dueño del primer casino de Córdoba, inauguraba salas. Los invitados salieron desesperados por el avance de la laguna. Al día siguiente, asomaban decenas de techos de autos en el agua. De aquella estructura sólo se conserva una torre. La sala de juegos recién regresó el año pasado, cuando Lotería Provincial abrió un establecimiento de categoría.
«Hay tantas historias, son varias ciudades en una», dice Orlando, dueño de un restaurante tradicional. Habla con conocimiento; sus abuelos al llegar de Italia en 1920 abrieron una pensión. Recuerda las inundaciones del 59, del 77 y de 2001. La peor fue la de los 70: «Nunca olvidaré el llanto de don Juan Benjo cuando quisimos rescatar el piano de cola de su hotel y lo vio desarmarse».
Waldo es dueño de uno de los tres servicios de embarcaciones que realizan excursiones por el mar cordobés. De chico jugaba a la tirolesa entre las ruinas del hotel España, abandonado ante el avance de las aguas. En medio de un debate, se resolvió implosionar las construcciones.
Con unos 6000 kilómetros cuadrados, la laguna (hoy sus aguas contienen 90 gramos de sal por litro) es la más extensa de Latinoamérica; comparte con el Mar Muerto de Israel las propiedades de su barro terapeútico. En las costas, en especial hacia la desembocadura del río Dulce, hay cientos de flamencos rosados.
Su color se explica por el crustáceo que comen, el artemia salina. «Si los ven en otro lugar del país es porque emigraron; sólo los de acá son rosados», explica Marcelo. Viene a Miramar desde comienzos de los 70; por años fue a pescar pejerrey. «Había fines de semana donde éramos unos 4000, toda la costa de la Laguna del Plata, pegada a la Mar Chiquita. Cuando el agua se puso más salada, se acabó», comenta.
Héctor Salvatti, farmaceútico y estudioso, fue quien empezó a fines de los 40 a elaborar jabones y sales cristalizadas. Su hijo lo sucedió en el negocio artesanal; aunque parezca raro son pocos los lugares que venden el lodo terapéutico. «El barro de buena calidad está a unos 300 metros de la costa; cubrirse y secarse al sol es lo mejor; desinflama», señala Patricio.
Los atardeceres son una postal; el mar se enciende de rojo y la nueva costanera es un escenario ideal para contemplarlos. Hace unos cuatro años el turismo empezó a regresar, aunque todavía queda mucho espacio para que siga creciendo, lo mismo que la infraestructura y los servicios.
Miramar tiene también un atractivo gastronómico, la nutria asada o a la plancha. Desde 1920 hay criaderos; en los 40 llegaron a ser 300, exportaban pieles a Rusia y hasta mediados de los 80 el sector fue fuente laboral. Funcionaron unas 200 peleterías. Hoy el atractivo es la carne, aunque quedan sólo tres establecimientos de cría.
Mientras realiza una visita guiada, Egidio León, dueño de un criadero, rememora los años en que la carne se quemaba porque el fuerte era la piel. «El mercado cambió y el negocio se acabó. Hoy apenas alcanzamos a cubrir la demanda de la ciudad», desliza.
El viejo Viena
Este pueblo con mar tiene más para ofrecerle al visitante deseoso de historias. A mediados de 1930 llegó con su familia el alemán Máximo Pahlke; buscaba alivio para la soriasis de su hijo y el asma de su hija. Como los males cedieron, decidió invertir 25 millones de dólares en un hotel, primero fue en sociedad con la dueña de un hospedaje y, después, en soledad.
Así nació el Viena, nombre elegido por la esposa de Pahlke en honor a su ciudad natal. En 1941, todavía por terminarse, ya recibía huéspedes. Llegaban en tren a Balnearia, a 12 kilómetros, donde los buscaban con una estanciera; como no tenía vidrios atrás, les daban guardapolvos para proteger sus ropas.
El hotel -con cien plazas y 80 empleados- tenía centro termal, peluquería, ascensores, teléfono, correo, sucursal bancaria y electricidad generada por central propia. Por la noche, cuando la ciudad estaba a oscuras, el Viena brillaba en el extremo de la laguna.
A los dos años los Pahlke abandonaron el lugar, que quedó a cargo del jefe de seguridad, Martin Krugger, que tiempo después apareció muerto. Las versiones se multiplicaron: que era lavado de dinero nazi, que se trataba de un hospital para soldados de la guerra, que era un refugio para criminales. Hay quienes aseguran que Adolf Hitler y Juan Domingo Perón estuvieron allí.
Cerrado por años y dos veces gestionado por familias argentinas, la inundación de 1977 también devoró su gigantesca estructura. Hoy una Asociación de Amigos realiza visitas guiadas, mientras Max Pahlke, nieto del fundador, echa por tierra todas las versiones, incluyendo las de presuntos fantasmas que deambulan por las ruinas.
Sostiene que su familia abandonó el lugar porque la inversión no era rentable y descarta cualquier vínculo con los nazis. Hay un proceso judicial abierto para definir de quién es la construcción.
A pocos metros del Viena, hay una pequeña parroquia en proceso de reconstrucción, la San Antonio. Fue fundada en 1952 por la orden franciscana para albergar huérfanos croatas. De las edificaciones donde vivieron aquellos niños no queda nada, pero sobran las anécdotas entre los viejos ciudadanos de Miramar.
Datos útiles
Cómo llegar
En auto, desde Córdoba capital, son unas dos horas y media. Por la ruta nacional 19 hacia el norte hasta dar con la provincial 3. Directo hasta la 17 que lleva a Miramar.
Dónde alojarse
Las cabañas y departamentos son el modelo más común; desde 1400 pesos la noche para dos personas. Hoteles, desde 950 pesos la doble por día hasta 3000 pesos (el hotel casino Ansenuza, con spa).
Dónde comer
Nutria asada y a la plancha y pejerrey son los platos recomendados. Por persona, con bebida, entre 200 y 250 pesos. Los lugares más tradicionales son El Patio; Los Amigos; Farinel, y hoteles Marchetti y Miramar.
Qué hacer
Hay visitas guiadas al Gran Hotel Viena. La localidad cuenta con museos fotográfico (imágenes desde Miramar en su momento de mayor esplendor hasta de después de la inundación de 1977) y de Ciencias Naturales. Se pueden recorrer los criaderos de nutria. Excursiones de una hora por la laguna, entre 100 y 150 pesos.
Tratamientos con barro
Servicios de masajes y aplicación de lodo terapeútico, entre 250 y 500 pesos.
Fuente: La Nación. La Nación