El principio de incertidumbre
Antes de prestarle su nombre al personaje principal de Breaking Bad, Werner Heisenberg fue un físico alemán, ganador del premio Nobel en 1932, y conocido en general por su principio de incertidumbre. Este principio, en el marco de la teoría cuántica, dice que siempre hay una parte de la realidad que no vamos a poder conocer: si elegimos verla bajo una perspectiva, necesariamente ignoraremos la otra, y viceversa. En el fondo, se trata de algo bastante aterrador. Después de buscar certezas durante siglos, la ciencia tiró la toalla. Para los legos, que ya nos frustramos cuando falla el pronóstico del tiempo, es mucho más angustiante aceptar que hay cuestiones que jamás vamos a poder comprender.
Ante tanta incertidumbre en el cosmos, los hombres de a pie buscamos la seguridad en el mundo que nos rodea: esperamos que los trenes lleguen a tiempo, que los semáforos funcionen bien. También buscamos a otra gente que nos pueda dar certezas: los políticos son especialistas en hacerlo, o por lo menos en fingir que pueden hacerlo. Y dejar las cosas en sus manos nos saca un gran peso de encima. Por eso, el primer capital de un gobierno o de un partido político es la confianza, su capacidad de crear certidumbre.
Hace poco, el Ministro de Educación pronunció otra más entre una serie de frases desafortunadas; dijo que es tarea del gobierno “crear argentinos que sean capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Como política de estado parece mal encaminada; mejor funcionaría como declaración de derrota.
No es nada saludable tener que despertarme cada día y salir de casa sin saber -literalmente sin saber- qué va a pasar. Tampoco es una señal de buen funcionamiento de la sociedad. No sé qué va a pasar. No sé si voy a llegar a mi trabajo o si algún corte me lo va a impedir; no sé si cuando vuelva a mi casa todavía voy a tener un trabajo. No sé si mis hijos van a tener clases, no sé qué va a hacer el gobierno, no sé si va a volver Cristina, no sé cuánto va a costar el gas mañana. Hasta, si me quiero volcar a una pasión inofensiva, no sé si Argentina se va a clasificar para el mundial del año que viene.
Lo más preocupante es que la política, que debe proveernos respuestas, hoy por hoy se complace en estimular la incertidumbre. A los pasos en falso, a los continuos retrocesos del gobierno, se suma la falta de responsabilidad histórica de una oposición que sólo ve al actual Presidente como un obstáculo en su camino al poder. Gracias a ella, la imagen del helicóptero, multiplicada en broma y memes, sobrevuela como un fantasma al gobierno; por este mismo temor, el gobierno no acierta a tomar decisiones con firmeza.
El helicóptero de cartón (también el material es un símbolo del 2001) en la Plaza de Mayo es una imagen triste, porque nos retrotrae a la hora más oscura en nuestro pasado reciente, y porque nos habla de la inmadurez de un peronismo que no se banca no tener el poder.
Esta es la incertidumbre utilizada como forma de hacer política. No nos confundamos; no son las urnas ni las campañas ni los votos lo que nos trae un nuevo gobierno: es la incertidumbre. Si elegí esa frase de La Rouchefoucauld para encabezar este artículo, es porque me recuerda a la estrategia política del momento: el kirchnerismo busca crecer en ausencia cuando arrecien los vientos de la incertidumbre; el macrismo hace soplar los mismos vientos para tratar de apagarlo.
Cada uno trata de ganar terreno sembrando las dudas sobre lo que pasaría si el otro gana las próximas elecciones. Pero será mejor que tengan cuidado de no provocar un incendio, si el juego se les termina yendo de las manos.
Dentro de un enfoque más psicológico, I. K. Feierabend y R. L. Feierabend (1966) asocian la estabilidad política con bajos valores de lo que llaman “frustración sistemática”. Cuando las expectativas, aspiraciones y necesidades de una sociedad se sostienen en el tiempo sin alcanzar niveles apropiados de satisfacción, esto genera frustración, lo que a su vez lleva a la agresividad y a la inestabilidad política. De esta forma, aunque la incertidumbre pueda servir para realizar la agenda momentánea de algún partido político, a la larga se trata de una jugada desastrosa.
El gobierno lo va descubriendo dolorosamente; sin certidumbres, no llegan las inversiones prometidas, y no importa que Macri recorra todas las cortes de Europa emperifollado para la ocasión. Lejos de traer confianza, la imagen del Presidente vestido como un miembro de la realeza agudiza la tensión entre la realidad tal como la ve el gobierno y la realidad tal como la vive la gente.
La tensión ejercida por los distintos grupos sociales tironea al gobierno, pero no ayuda que este se muestre tan dispuesto a cambiar de opinión sobre temas clave, o incapaz de cumplir promesas fundamentales de la campaña. Entretanto, el peronismo que se propone como oposición nos vende la supuesta certidumbre de su regreso al poder, pero basta mirar dos minutos en el interior del movimiento, en sus problemas estructurales, para darnos cuenta de que lo menos que puede ofrecer es seguridad.
El problema sigue siendo esencialmente responsabilidad de los partidos políticos, no de una sociedad exhausta y aterrada que terminará votando a quien más sensación de seguridad pueda venderle. Es difícil decidir cómo va a empezar a estabilizarse una sensación enrevesada, pero el primer paso podría ser parar la mano, bajar un cambio… No echar más leña al fuego.
(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com