Sanfrancisqueños por el mundo: María Rocío Ruiz
En el año 2007, cuando terminó el secundario en el Colegio San Martín, dejó la ciudad para establecerse en Córdoba, donde empezó a estudiar traductorado de inglés en la U.N.C, sin imaginar que la vida para ella tenía otros planes. Entonces se presentó la posibilidad de vivir en Hawai gracias a la experiencia Work&Travel, un programa de intercambio cultural para universitarios que quieren trabajar en otro país durante las vacaciones de verano. No lo dudó, tomó varios aviones y vivió en Honolulu 3 meses en dos oportunidades, y esa estadía en el paraíso terrenal cambió los planes que tenía hasta ese momento. “Me hubiese encantado quedarme a vivir allá pero la visa sólo me permitía quedarme algunos meses. Las islas hawaiianas son un pedacito de paraíso y el espíritu aloha tiene como fundamentos el amor y respeto y su filosofía se expresa a través de la alegría, buena predisposición, serenidad y cortesía”, cuenta.
Atreviéndose al skydiving en Waialua, Honolulu
Cuando volvió a Argentina, después de su segundo viaje en Hawaii supo que no iba a quedarse por mucho tiempo más, esos meses fuera del país la movilizaron y despertaron en ella el deseo de sacudir sus raíces, sus miedos y sus certezas. Y en enero del 2014, el amor por las playas y por su -entonces- novio carioca, la impulsó a tomar la decisión de dejar todo atrás y emigrar hacia Brasil, donde vivió un tiempo en Niterói, Isla Grande y Angra dos Reis. Trabajó primero como profesora de español e inglés para niños, jóvenes y adultos en un instituto privado; después comenzó a trabajar en el área de turismo, en diferentes posadas y hasta se animó a hacer el curso de azafata.
Buceo en Praia dos Meros (Ilha Grande) y Praia de Lopes Mendes (Ilha Grande)
“Vivir en una jungla, camuflada de ciudad”
Si hay algo que define a Chio es su espíritu inquieto y curioso, por eso después de terminar su relación decidió armar sus valijas para pasar unos meses en Búzios, donde continuó estudiando para rendir los certificados técnicos de la Agencia Nacional de Aviación Civil y se mudó a Rio de Janeiro para probar suerte en el ramo de la aviación. “Cuando hice el curso pensaba trabajar para alguna aerolínea internacional, ya que en Brasil la profesión le da prioridad a brasileros nativos o naturalizados, entonces las posibilidades de contratación son menores, tendría que naturalizarme para trabajar acá”.
Aunque no descarta la posibilidad de dedicarse a esa profesión, por el momento vive en la ciudad del emblemático Cristo Redentor, en una casa en Barrio Glória con otros extranjeros y también brasileros. Además de trabajar como recepcionista y de estudiar, aprovecha sus ratos libres para recorrer la ciudad, encontrando todos los días nuevos atractivos que no dejan de sorprenderla: “Me encanta todo de Río de Janeiro; desde ir los domingos a la feria del barrio a hacer las compras y quedarme a ver una rueda de capoeira, o una banda que hace música en vivo, la noche bohemia del barrio de Lapa, las playas, los parques, el jardín botánico, el cosmopolitismo de la ciudad, la música, siempre la música, la alegría carioca y el hecho de vivir en una jungla, camuflada de ciudad”.
La alegría no es sólo brasilera
Tiene hermosos recuerdos de sus años de escuela primaria y secundaria. Recuerda que con sus compañeros del barrio pasaban el día jugando en la tradicional Plaza Vélez Sarsfield. “Me acuerdo de que el clásico del verano era quedarnos hasta tarde en la vereda jugando a la escondida y cuando nuestros viejos nos llamaban para entrar a casa nunca nadie quería irse a dormir, todos insistíamos para que nos dejaran jugando un poco más. La salita de 4 años del jardín me dio 2 amigas/hermanas para toda la vida, somos del mismo grupo de amigas hasta el día de hoy”.
En el Colegio San Martín, siguió la especialización en Ciencias Sociales y dice: “Cuando le cuento a los brasileros que tuve 3 años de portugués en el secundario les llama mucho la atención porque acá sólo algunas escuelas privadas enseñan español”.
También atesora en su memoria los momentos que vivió mientras jugaba al vóley para el equipo del Club Atlético San Isidro. “Cuando me federé vivía prácticamente en Sani. Entrenábamos 3 veces por semana y los fines de semana jugábamos los torneos en la ciudad o en la zona. En el verano hacíamos la pre-temporada en la pileta del club. Creo que cuando somos niños el deporte es una de las mejores escuelas porque nos ayuda a formar valores y nos deja una lección que aprendemos para toda la vida”.
Lo que más extraña
Hace muchos años que Rocío ya no vive en San Francisco, pero asegura que aunque intenta viajar a su casa por lo menos una vez al año, siempre añora a su familia y a sus amigos. “Todavía no pude conocer a mi sobrinito más chico, que nació en abril. Por suerte, desde que estoy en Brasil recibí muchas visitas para matar a saudade, como decimos acá. Unos mates con bizcochitos de la panadería Vincenti también entran en la lista de cosas que extraño”.
Su hermano Manuel, viajó en el 2016 para reencontrarse con ella. (Parque da Cidade – Niterói)
“Me gustaría vivir siempre cerca del mar”
Dice que cada vez que vuelve, nota que la ciudad creció mucho en cuanto a sus dimensiones; le sorprende ver nuevos barrios en cada regreso, pero también observa un cambio positivo a nivel cultural. “Vi nuevas propuestas culturales y me pareció buenísimo, porque por allá en el 2006 no había mucha variedad”. Pero a pesar de todo, aunque no quiere ser categórica, no cree que vuelva a establecerse alguna vez en San Francisco, porque le gustaría vivir siempre cerca del mar. Ama la playa, toma clases de surf, emprende aventuras de escaladas con sus amigos, conoce nuevos paisajes cada vez que puede y vive el día a día de manera relajada, sin preocupaciones. “A veces cuando tengo un mal día, salgo a pedalear por la costanera o me voy a la playa a nadar un poco, cuanto más fría el agua, mejor. Y la belleza natural de Rio me renueva las energías, nunca falla. Me paro un ratito para contemplar, agradecer el momento y agradecer el privilegio de vivir en una ciudad que es realmente maravillosa.”
Sin embargo, entiende que vivir lejos de la patria y los afectos no es una forma de vida que cualquier persona pueda tener, y que aunque para muchos emprender esa partida sea gratificante al final, para otros puede ser una experiencia traumática. “A medida que pasan los años estoy más convencida de que nada es definitivo y que las razones que ayer me hicieron elegir estar lejos, mañana me pueden hacer volver”, completa.
Brasil la conectó con la naturaleza
Desde su experiencia personal, Chio cree que aprender a vivir en una cultura diferente tiene sus pro y sus contra y que cada persona lleva adelante esa situación como puede. Lo que más le gusta de la vida que eligió es hacer nuevas amistades, viajar, y sobre todo aprender nuevos idiomas. Pero además, el país carioca cambió su forma de ver la vida: “Brasil, particularmente, me conectó mucho con la naturaleza. Aprendo mucho de esa conexión que tanto admiro y que me enseña a ser humilde a través de la simpleza.”
“Es natural sentir miedo cuando salimos de nuestra zona de confort”
¿Cuántos fantasearon alguna vez con probar suerte en otro país, pero la incertidumbre los acobardó? Chio también sintió el miedo a salir de su zona de confort, de dejar la seguridad para explorar terrenos desconocidos, pero aclara: “Me parece que peor es vivir insatisfecho. Mi consejo es arriesgarse y ser feliz en el intento. Lo que más pesa son los afectos. Pero aprendí a estar lejos de mi familia y de los viejos amigos, al final, las personas que uno ama se llevan en el corazón a cualquier parte del mundo”.
Con algunas de sus amigas, en su última visita a San Francisco
Por Julieta Balari.