Redes sociales: Realidad virtual o virtualidad real
Las redes sociales están ahí. En solo unos años, estas complejas estructuras de datos han pasado a ser parte de nuestras vidas. Cambiaron nuestra forma de relacionarnos con otras personas, de consumir, producir y compartir información, e incluso en nuestra manera de hacer política. Las redes sociales están en todas partes, pero a veces nos olvidamos de que están ahí. Parece contradictorio, pero es una paradoja bastante frecuente: lo más visible es lo más difícil de ver.
Por esto resulta tan chocante el reciente escándalo que involucra a Facebook y a la consultora británica Cambridge Analytica. Porque nos hizo ver, de golpe, aquello que no queríamos ver. Es que para quien se distrae entrando a Facebook o a otras redes sociales, podría parecer que es una acción de lo más inocua. Podemos entrar en décimas de segundo, desde cualquier lugar donde estemos, incluso en la privacidad de nuestra casa, y conectarnos con miles de páginas y personas. Podemos hablar con amigos, discutir, ver videos divertidos e informarnos.
El mundo colorido y estimulante de Facebook transmite un carácter perfectamente inofensivo. Pero detrás de la pantalla existe una empresa con 2200 millones de usuarios, 25 mil empleados, y una facturación anual bruta de 40 mil millones de dólares. Naturalmente, aunque Facebook sea una presencia habitual en nuestras vidas, no llegamos a ver ni siquiera la punta de semejante iceberg. Quizás esta sea una de las partes más cuidadosas de toda su estructura. Como escribió Baudelaire, “el truco más grande que el Diablo jamás hizo fue convencer al mundo de que no existía”.
Ayuda el hecho de que la mente humana no está preparada para pensar en números tan gigantescos. Desde una perspectiva psicológica, el número 100 nos resulta más real y hasta más significativo que 100 millones, porque esa cifra escapa a nuestra realidad cotidiana. Por eso es difícil pensar que la cantidad de personas que diariamente usa Facebook supera a la población total de China. Y sin embargo, es en los grandes números en donde está el poder.
Aunque las cuestiones de seguridad y privacidad son un tema frecuente en Facebook, las consecuencias para un usuario individual no parecen demasiado graves. Digamos que, por ejemplo, que a ninguna consultora le interesa saber si soy hincha de Racing, si tengo cuatro hijos o si mi color preferido es el colorado, por más que comparta esa información en mis redes sociales. Lo que sí les interesa es saber cuántas personas en total comparten mis intereses y mis características. Los datos individuales adquieren importancia en su dimensión colectiva.
Como parte de su trabajo en la campaña presidencial de Donald Trump, Cambridge Analytica recolectó ilegalmente datos de unos 50 millones de usuarios de Facebook. Esto genera interminables interrogantes: ¿hubo una falla de seguridad en Facebook o fue todo responsabilidad de la consultora? ¿es ético utilizar estos datos para influir en el electorado? ¿cómo es que los usuarios dicen tanto sobre sí mismos sin siquiera darse cuenta?.
Es una buena oportunidad para preguntarnos sobre nuestra relación con las redes sociales. No solo la información que les damos, sino la que recibimos a través de ellas, está en cuestión. Las elecciones de 2016 también arrojaron muchas dudas sobre las noticias falsas que eran compartidas en Facebook y Twitter, lo que obligó a las empresas a implementar medidas para limitarlas.
No se trata de boicotear a las corporaciones, pero tampoco de dejar pasar el escándalo sin más. Las redes sociales no son buenas ni malas; esto depende del uso que se haga de ellas. Y son los usuarios los que deben poner los límites y marcar los comportamientos aceptables e inaceptables. Caso contrario, corremos el riesgo de que las redes sociales se transformen en una herramienta de manipulación que ponga en riesgo los principios más fundamentales de la democracia.