Policiales

Adolescentes: (Des)obedecer en el propio mal-estar

La interpelación de los adolescentes es un hecho constante; a veces lo hacen con un simple portazo y otras con el costo de sus vidas. Por esta razón, profesionales de la salud, organizaciones no gubernamentales (ONG´s), gobiernos y sociedad en general, debemos prestar especial atención.

Hoy, nos tomamos licencia para hablar un poco de esta población llamada por algunos como “vulnerable”, por otros como “problemática”; de sus sentires, sus mal-estares, sus miedos, pero también sus peligros y cómo los adultos y los diferentes actores sociales podemos colaborar para que el valor de su vida se convierta en prioridad.

Se torna recurrente escuchar a padres expresar que ya no saben qué hacer con sus hijos adolescentes, que no los pueden “manejar”, “controlar”, como si de objetos hablasen. Este no saber qué hacer, ha llegado al terreno de la prevención y los cuidados que los jóvenes deben tener a la hora de usar, por ejemplo: un motovehículo.

En este sentido, es importante clarificar algunas cuestiones acerca de qué se trata ser adolescente, para de esta manera re-pensar la problemática de su “des-obediencia” y revisar –como adultos- nuestro propio “manejo” de situaciones.

En el adolescente, todo son contrastes y contradicciones: puede estar agitado como indolente, eufórico y deprimido, rebelde y conformista, en un momento entusiasta y de golpe inactivo y desmoralizado. ¡Nada es tan normal como esto! Pero atención, estos patrones comunes de comportamientos no dejan de implicar un sufrimiento que debe ser escuchado, comprendido y acompañado.

Muchos autores y corrientes de la psicología realizan amplias teorizaciones sobre esta etapa de la vida. Específicamente desde el psicoanálisis, se coincide en que los principales ideales a los que adhieren los adolescentes, son los de su grupo de amigos, de pares. En tanto, a sus padres les manifiestan sentimientos que son a la inversa de los que sienten realmente por ellos; los desprecian y les gritan su odio, mientras que el niño que subsiste en el fondo los ama con ternura. Por esta razón, son capases de ridiculizar a sus padres en público mientras están orgullosos de ellos y los envidian en secreto.

Los adultos, por lo tanto, tienen un rol muy significativo, ya que con sus acciones como así también con sus omisiones, intervienen en la conformación de la subjetividad del adolescente. Las palabras –entre ellas los consejos, retos u órdenes- y las conductas deben corresponderse. Las contradicciones de los adultos, sólo generan más reticencia en los adolescentes. Por ejemplo: si les pedimos que usen el casco, porque el casco salva vidas, no usemos el teléfono mientras manejamos o pongámonos el cinturón de seguridad ni bien subimos a un vehículo. Ni que hablar de manejar con la responsabilidad que amerita, respetando normas, leyes y la complejidad del tránsito actual: la relación de compromiso es recíproca.

En definitiva, cuando los mensajes son contradictorios, las conductas terminan replicando esa contradicción.

Claro está que son situaciones trasladables a cualquier otro ámbito de la vida, -y teniendo en cuenta que la mayoría de los conflictos desatados entre adolescentes y padres, están motivados, entre algunos de los factores, por el miedo incluso inconsciente de exponerse a la humillación y a mostrarse un inútil- el diálogo fundado y respetado, debe ser una condición sine qua non. Según Nasio (2014), para no sentirse débil el adolescente, agrede y ataca, ¡la mejor defensa es el ataque!, ataque que puede tomar diversas formas: contradecir acciones y palabras, agredir, ausentarse, etc.

Hoy, y circunscriptos a la realidad que atraviesa nuestra ciudad, nos alarmamos por la lamentable y considerable estadística de siniestros viales que tienen a adolescentes como protagonistas.

La imprudencia, la rebeldía, o simplemente la soledad y mal-estar con la propia vida, llevan a algunos adolescentes a que cometer excesos de velocidad, trasgredir las normas, no usar el casco de protección, infringir las señales de tránsito (semáforos, contramano), y mostrar sus «hazañas» (willys, zig-zag entre los vehículos).

Con todo esto queremos decir que el adolescente sufre, y espera sin decirlo, -con la misma ambivalencia del amor y del odio-, la ayuda de los suyos. Por ello, aconsejamos a los padres saber esperar, la adolescencia es una etapa, comienza y termina; saber relativizar, es decir distinguir a la persona de sus actos; saber negociar, no convertirnos ni en policía ni en su amigo; saber No comparar, cada sujeto es único, singular y además no presagiar fracasos, es importante incentivarlos y apoyarlos, fundamentalmente saber escuchar, sus palabras y sus silencios.

Ante esto, la prevención a través de la educación y el acompañamiento son pasos indispensables. La toma de conciencia ante determinados peligros y situaciones en el adolescente, no viene sola y debe ser acompañada reforzando el valor de la vida. Este es un compromiso que les compete a profesionales de la salud, ONG´s, gobiernos y sociedad en general. Hacer cumplir la ley, pero explicando y sensibilizando sobre el por qué de la misma es un camino, talleres y charlas, donde el involucramiento y la identificación sea de todo el grupo de pares es otra alternativa.

¡Un adolescente motivado, puede llegar a hacer maravillas! Pues comencemos por hacerlo con la educación vial. En este sentido, dejamos abierta la invitación a los diferentes actores sociales a poner en marcha las competencias que le corresponden.

(*) Lic. Comunicación Social y Lic. en Psicología – Asociación Civil Haciendo San Francisco.
(**) Presidente de la Asociación Civil Haciendo San Francisco.

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