El peronismo renovado o maquillado ?
La relación de Cambiemos con el peronismo siempre ha estado marcada por la incertidumbre. Ninguno sabe bien qué hacer con el otro, cómo comportarse ante él. Más que dos fuerzas políticas de signo opuesto, parecen pertenecer a distintas realidades, a mundos paralelos. El país que ven unos no es el que ven los otros, y viceversa, y cuesta mucho imaginar un escenario en el que puedan convivir armónicamente y construyendo consenso.
Esta situación es un clásico enfrentamiento dialéctico. La dialéctica es una rama de la filosofía que comenzó con Platón, y que pensadores posteriores como Marx y Hegel aplicaron a los procesos sociales e históricos. El concepto central es que cuando una idea (tesis) se encuentra con su opuesto (antítesis), ambas “luchan” y terminan dando lugar a una idea nueva (síntesis). Lo mismo que ocurre cuando mezclamos agua fría con agua caliente y obtenemos agua tibia. Los opuestos no pueden seguir en tensión por mucho tiempo, sino que tienden a buscar un nuevo punto de equilibrio, que suele estar en la combinación de ambos.
La irrupción de Cambiemos, hace tres años, surgió como una alternativa al modelo de poder peronista-kirchnerista. Para sorpresa de muchos, esta aventura política tuvo éxito. Pero su llegada al poder no implicó la desaparición del otro modelo, sino una coexistencia forzada entre los dos. Macri entendió hace tiempo que sería imposible gobernar sin el peronismo. Incluso adoptó algunos rasgos y estrategias del rival, y llegó a inaugurar una estatua de Perón y recordar algunas frases del general.
La experiencia de Cambiemos al frente del Ejecutivo no siempre ha tenido la misma claridad. Parece que todavía existe cierta sorpresa de los dirigentes macristas ante la resistencia del peronismo a jugar según sus reglas. Del otro lado, esta mala voluntad es casi comprensible. El peronismo viene del trauma que significó perder el poder después de doce años indiscutidos y todavía más: hasta ahora, parecía haber sido la única fuerza político que le había encontrado la vuelta a nuestro país.
Un dato elocuente: el último dirigente no peronista que logró terminar un mandato fue Marcelo T. de Alvear, en 1928. Hace noventa años. Nadie se equivoca al pensar que romper esa racha representa un logro histórico.
Por esta razón, en estos tres años el peronismo no llegó a acomodarse fuera del Ejecutivo. Sus jugadas opositoras tienden a ser prepotentes e intimidatorias. Hasta ahora no se imagina sacando a Macri del poder en una futura elección, sino obligándolo a renunciar antes de tiempo. Una y otra vez el fantasma del helicóptero, De la Rúa y las cacerola de 2001. La sociedad no respondió bien a esta estrategia. Pero el peronismo, atónito, insiste en agitar viejos símbolos y fetiches: bombo, choripán y V de la victoria para todos.
Esta visión está enraizada en una concepción ya demodé de la política. Pasaron los tiempos de, las unidades básicas, lealtades casi futbolísticas y el carnet del partido. Los primeros argentinos que nacieron en democracia hoy tienen 35 años. Los que nacieron el año en que murió Perón, 44. No se les puede hablar con referencias a esos mundos que no conocieron. Hay marcas gastadas -llámense CGT, 62 organizaciones, etc.- que ya no dicen nada o, en todo caso, nada bueno.
El peronismo tiene por delante un proceso de renovación profunda si quiere volver a ser un jugador en 2019, o en 2022. Debe aprender los trucos de Cambiemos, también debe convertirse un poco en Cambiemos. Queda la gran incógnita, que es cómo resolver el enigma kirchnerista, cómo seguir existiendo sin Cristina. Y es probable que sea el propio Macri el que más ayude en este proceso. Con actitudes dubitativas, Cambiemos parece cada vez más dispuesto a convertir al peronismo en la oposición que necesita. Por sus propios intereses, claro, pero eso no quita que termine beneficiando también los intereses del rival, ya que sólo ese proceso podrá salvar al peronismo. Pero también, sólo un peronismo aggiornado podrá protagonizar la nueva síntesis política argentina.