El internet de las cosas, la reforma laboral y los sindicatos colaborativos
Los cambios en el mundo del trabajo no son algo nuevo. Todo lo que hoy por hoy damos por sentado fue, en algún momento, algo disruptivo y revolucionario. Si tuviéramos desplegada ante nosotros toda la historia de la humanidad, veríamos que durante un 90% de ella, miles y miles de años, los seres humanos fueron nada más que cazadores-recolectores.
Hace unos 9000 años (un período fugaz en términos históricos) empezó la primera auténtica revolución tecnológica. Con la agricultura y la ganadería, las personas empezaron a crear sus propios alimentos, en vez de limitarse a buscarlos.
Aparecieron los asentamientos permanentes, las ciudades, los estados, el comercio. Más tarde, hace apenas trescientos años, la revolución industrial siguió a la revolución agrícola. Nuevas fuentes de energía, trabajo mecanizado, enormes movimientos sociales. Una mejora tangible en las condiciones de vida de la humanidad, pero también enormes desafíos creados por el cambio tecnológico.
Ya en ese momento estaban quienes se oponían al cambio: los «luditas» ingleses, que en el 1800 salían a destruir máquinas, atemorizados de que estas no tardarían en reemplazar completamente a la mano de obra.
En principio, nos ayuda a entender muchas cosas. Primero, que efectivamente los cambios son cada vez más rápidos. Este mundo industrial, que nos parece tan contundente, no representa ni siquiera el 1% de nuestra historia. Y la próxima revolución está a la vuelta de la esquina.
Estamos viendo ya los primeros cambios en los modos de producción y comunicación. Pasamos de lo físico a lo digital, de lo biológico a lo mecánico. Los cambios tecnológicos dan a su vez paso a nuevas estructuras sociales y económicas.
La blockchain pretende reemplazar al dinero centralizado, y las economías colaborativas (al estilo Amazon, Uber, Mercado Libre) quieren llevarse puestos a los modelos de negocios tradicionales. La pregunta, en este contexto, no es si el mundo del trabajo va a cambiar. La pregunta es qué vamos a estar haciendo nosotros cuando cambie.
Las leyes y las políticas siempre son más lentas que el avance tecnológico. Es posible que, cuando lleguen las leyes que necesitamos hoy, ya nos hagan falta otras nuevas. La reforma laboral, tan comentada como postergada en nuestro país, probablemente sea uno de estos casos.
Ya se ha hablado mucho del rol del estado y de las empresas en la reformulación del mercado del trabajo. Lo que no suele pensarse es el papel que les cabrá a los trabajadores, y más particularmente, a los sindicatos, en este proceso. O más bien, se suele pensar en un papel negativo.
En cualquier previsión, se imagina al estado y a las empresas proponiendo una serie de puntos, a los sindicatos oponiéndose a la mayoría, e intentando, mediante negociaciones y medidas de fuerza, frenar el avance de cualquier reforma. Esto lo vemos ya en la resistencia general de los gremios a aceptar los avances tecnológicos, suponiéndolos siempre un perjuicio para los trabajadores.
No es tan fácil encontrarlas, pero existen también organizaciones sindicales independientes, que buscan imponer una nueva perspectiva. Son las que creen, acertadamente, que una reforma solo podrá llevarse a cabo con éxito si en la mesa de negociación se sientan todos los actores involucrados: estado, empresas, trabajadores.
También son quienes eligen enfrentarse a los nuevos desafíos planteados por la tecnología en lugar de negarse a ellos. Si la pregunta antes era “¿cómo hacemos para frenar el cambio?”, ahora debe ser “¿cómo nos preparamos para el cambio?”. Son sindicatos que buscan reformular enteramente su rol para los tiempos que vienen. Reconocen que en esta época, es obligatorio ser flexibles, originales y solidarios.
Si pensamos en economías colaborativas, tendríamos que empezar a hablar también de sindicatos colaborativos. El papel de estos nuevos gremios no es ya pararse frente a los patrones a defender con uñas y dientes un aumento salarial. Su nueva responsabilidad es ayudar a sus afiliados a adaptarse al mundo que viene.
Los sindicatos independientes buscan ahora invertir en capacitación. Se trata de sostener la vigencia del capital humano, no aferrándose a empleos arcaicos, sino creando nuevas oportunidades. Una nueva mano de obra capacitada que sostenga a su vez a las organizaciones gremiales y al desarrollo económico del país.
Por todo esto, es aún más necesario que los sindicatos se sienten con el resto de los actores a pensar previsora y responsablemente la nueva reforma laboral. Estas nuevas perspectivas tienen que estar también en la mesa. Los sindicatos no están obligados a ser un palo en la rueda, sino que pueden transformarse en los verdaderos protagonistas de este cambio.
Nota publicada también en: Perfil.com