Así fue el primer día de Cosquín Rock
Vale empezar por una obviedad: Cosquín Rock está más grande que nunca. En todo sentido. Para explicarlo mejor podría funcionar una suerte de imagen invertida: si alguna vez volviste al colegio en el que cursaste la primaria y sus pasillos te parecieron mucho más chicos que como los recordabas, regresar este año al festival sería la percepción opuesta, porque el predio se ha ampliado, un aumento espacial que pone a prueba el estado físico de cualquiera.
José Palazzo, el productor general de este monstruo y la cara visible de la marca Cosquín Rock, ya había advertido en la previa que este ya es el festival más grande de Latinoamérica.
Una una vez que se empieza a vivir la experiencia, lo que suena como eslogan publicitario empieza a adquirir visos de realidad: el aeródromo de Santa María de Punilla alberga escenarios, food trucks, muestras de arte, sitios de esparcimiento y descanso, stands informativos y patrocinados y algunas cosas más, toda una serie de propuestas reunidas alrededor de la montaña, ese contorno natural que le da cierto aire instagrameable a la cuestión, el fondo de pantalla perfecto para la postal (o el posteo) ideal.
Puede que para un centennial esto forme parte de su paisaje digital diario, algo que suele aparecer habitualmente en su feed alimentado por sus amigos y las celebridades, ya que los festivales de música se han vuelto una de las aspiraciones más comunes de los influencers junto con los viajes y los platos de comida.
Épica y nostalgia
Sin embargo, para aquellos que curtieron las primeras ediciones de Cosquín Rock, este crecimiento exponencial es un poco desconcertante y las imágenes de antaño parecen adquirir algo de épica.
Es difícil no recordar con nostalgia el peregrinaje por las calles de Cosquín hasta llegar a la Próspero Molina, o el camino hacia el predio de San Roque con el avistaje de rolingas, punks, metaleros, rastas y el resto de tribus musicales.
Digamos que la dieta básica del festival ya no se limita a las hamburguesas y la cerveza a temperatura natural, sino que presenta una oferta gastronómica capaz de satisfacer las panzas (y los bajones) más exigentes.
Y ese espíritu variado también se ha expandido a su máxima atracción, la música en vivo, que contempla géneros para los más jóvenes –esas nuevas tribus– y también para los oldies a los que el trap les dice poco y el rock les dice todo.
Son 20 años de esto, después de todo, ya podemos hablar de una renovación generacional.
Pero tranquilos, que hay cosas que nunca cambian: la emoción del público cada vez que un artista interpreta un temazo, las familias rockeras que esperan esta cita todo el año, la juntada de músicos y técnicos atrás de los escenarios y, claro, el embotellamiento previo, que se armaba varios kilómetros antes de llegar al predio, una procesión de vehículos no apta para los ansiosos. ¿La lluvia? Al cierre de esta edición, sólo amagó con un par de gotas durante la tarde, pero la cosa no pasó a mayores.
My generation
A propósito de cuestiones generacionales, uno de los momentos más representativos de esa idea en la primera jornada fue El Aguante and The Prostitution, un show que tuvo carácter histórico de forma involuntaria.
Como se supo, Charly García sufrió un accidente doméstico que le impidió estar presente, pero su banda se alió a varios artistas para interpretar sus canciones.
Eso reunió a tres generaciones de músicos, desde los históricos (Nito Mestre, León Gieco), los de una época intermedia (Fernando Ruiz Díaz) y los de la nueva generación (Louta, Goyo de Bandalos Chinos).
Pero la oferta artística arrancó mucho antes, por supuesto. Se podrían nombrar varios highlights de los distintos escenarios, como los deja vu piojosos que propuso La Que Faltaba desde bien temprano, algunos momentos del hard rock épico de los Airbag (el punto alto fue la interpretación del Himno Nacional Argentino a cargo de Patricio Sardelli y su Les Paul) o el pop elegante de Bandalos Chinos mientras, en simultáneo, en el Córdoba X los 2 Minutos arengaban con sus manías punk, un regreso largamente esperado por sus fanáticos.
Un dato: varios músicos cordobeses tocaron con bandas de Buenos Aires, como Airbag que tuvo al batero cordobés Matías Sabagh; o Mariano Martínez (de Attaque), que tuvo a Esteban Kabalin en guitarra.
Si hablamos de regresos, posiblemente el más esperado por las huestes rockeras haya sido el de Divididos, que no se presentaba en el festival desde 2005.
“Nunca nadie sonó tan fuerte”, comentaba Palazzo minutos antes de que Mollo y los suyos subieran a escena, a propósito de los decibeles que podían advertirse en la prueba de sonido. Y no defraudaron: luego de una intro en las pantallas (de nuevo, el Himno argentino), la Aplanadora sacó chapa de clásico e hizo desfilar su arsenal de rockazos.
A propósito, qué bien le sentó a esta jornada que volvieran a sonar en Cosquín Rock clásicos como Ya no sos igual o El 38. Junto con los de García –y los de Él Mató, los rocks filosos de Skay Beilinson y los fiesteros de los Decadentes– ya podrían considerarse himnos del festival.
Fuente: La Voz del Interior. La Voz del Interior