La Argentina que conocemos podría no volver jamás
La economía está parada. No solo en la Argentina, sino también en el mundo. Y en todo el mundo, el coronavirus ha servido para poner de manifiesto la debilidad de los estados y la vulnerabilidad de algunos sectores de la sociedad.
Si los gobiernos de Latinoamérica (con algunas excepciones bochornosas) han sido rápidos para tomar medidas, es porque saben que sus países son más frágiles que aquellos donde la enfermedad ya causa estragos. El diagnóstico es preciso.
Si el coronavirus está resultando devastador (humana y económicamente) para Italia o España, o incluso para EEUU, con mucha más razón lo será en México o Brasil, cuyos presidentes hacen alarde de inconsciencia y se rebelan contra las medidas que otros están tomando.
Parece ser una marca de los populismos; incluso Boris Johnson desdeñó en principio el brote, para tener que volver sobre sus primeras decisiones – e incluso verse contagiado él mismo. Alberto Fernández se luce frente a esos liderazgos tan desencaminados. La decisión de instaurar la cuarentena llegó a tiempo, con firmeza y con tranquilidad. Se asumió el costo político y económico que podía tomar, y eso, hasta ahora, ha sido muy valorado por la ciudadanía.
Pero aun siendo una política bien encaminada, ¿hasta qué punto Argentina podrá resistirla? En un país que venía con poco margen, la inacción puede ser devastadora. La situación ha puesto de manifiesto la enorme fragilidad de personas, familias e incluso empresas que nunca pudieron desarrollarse ni sobrevivir más allá del día a día.
El precario trabajador de changas o la PyME que venía golpeada (y a la que nunca alcanzó el famoso derrame) hoy se debaten, para ponerlo en términos brutales, entre morir por el virus o morir de hambre. Esta realidad, que ya conocíamos o intuíamos, ha quedado ahora expuesta en la vidriera, para nuestra vergüenza.
Los propios sistemas de asistencia de la salud, hoy glorificados, son en realidad parte de un engranaje macabro que contribuye y perpetúa la desigualdad. Los médicos y trabajadores de la salud pueden haber llegado ahora para salvar el día, y recibir los aplausos sinceros de la población, pero en tiempos normales, en el día a día son maltratados y mal pagos.
Viven como auténticos rehenes de las obras sociales y las prepagas y son los primeros que viven al día. Me decía un conocido en el área que un médico puede ver 50 pesos de cada 700 que se paga una consulta. En PAMI, la consulta a un especialista no llega a los 100 pesos; prácticamente, este está atendiendo a sus pacientes gratis. Los Odontólogos que hoy no pueden trabajar cobran una consulta entre 150 y 200 pesos.
Una vez más, solo en tiempos difíciles llegamos a ver y a valorar lo que tenemos. Para dar otro ejemplo, en estos días me enteré de que los recolectores de residuos son grandes estrellas, casi como lo fueron los bomberos después de los atentados contra las Torres Gemelas. Los vitorean desde los balcones, los saludan y los reconocen emocionados. Entretanto, pocos saben que hay municipios que no les pagan a las empresas de recolección.
Solo a modo de ejemplo, el Municipio de Santa Fe adeuda ocho meses de facturación, la Municipalidad de Puerto Madryn debe el equivalente a veinte meses; mientras que en el conurbano bonaerense Morón, San Fernando y San Isidro deben más de cinco meses, y San Martín cuatro.
Estamos hablando, en total, de miles de millones de pesos. Con esto se va desmoronando la cadena de pagos, como un efecto dominó. El financiamiento se vuelve más complicado aún al no haber bancos, porque no existe la posibilidad de hacer transacciones de factoring o compras de facturas.
Esta situación no hará más que intensificarse con la prolongación de la cuarentena, y más aún con el brote del virus que se prevé para mayo y los meses siguientes. La culpa no es de Alberto Fernández, por supuesto. Pero tampoco es enteramente del gobierno anterior. Esta bomba de tiempo se fue construyendo en los años anteriores, y el peronismo tuvo mucho que ver con ella. Solo hacía falta una crisis como esta para hacerla estallar.
Con poco margen para maniobrar, Fernández elige correctamente priorizar a la gente. Hay voces que discrepan, y que opinan (desde departamentos en Puerto Madero) que es una locura parar la economía. El presidente puede estar tomando una decisión difícil, pero quizás sería más devastador aún, en términos económicos, que un 70% de la población argentina se contagie el virus (como prevén algunos pronósticos), y que se dé entre ellos la muerte de un porcentaje tan alto como en Italia. Representaría el fallecimiento de cientos de miles de argentinos.
Está claro que la Argentina no volverá a ser como la conocemos, sea cual sea el resultado de esta crisis. Cambiará por años e incluso décadas nuestra modalidad de vida, también el estilo de liderazgo que buscamos y nuestra confianza en la clase política. Está claro que no podremos seguir haciendo lo mismo. También que, por una vez, no necesitamos más iluminados sino gente racional que comprenda los riesgos y se comporte con la cautela que corresponde.
«Esta crisis no es el fin del mundo sino el fin de un mundo. Lo que se acaba (se acabó hace tiempo y no terminamos de aceptar su fallecimiento) es el mundo de las certezas absolutas, el de los seres invulnerables y el de la autosuficiencia». (Daniel Innerarity)
Nota publicada también en: Perfil.com
(*) Consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador (USAL). Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Es docente universitario en UCA y USAL. Columnista de Diario San Francisco y Perfil.com, entre otros medios del país y del mundo.
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