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La increíble historia del soldado que desembarcó en Normandía y luego fue fiscal en los Juicios de Nüremberg

Ferencz llegó a Estados Unidos cuando era un bebé, hijo de emigrantes judíos de un pueblo de Rumanía. Se graduó en Harvard y participó en el Desembarco de Normandía.

A medida que las tropas estadounidenses liberaban Europa y los campos de concentración, su trabajo consistía en entrar rápidamente y reunir pruebas. Asegura que las historias que le contaron los supervivientes aún le persiguen. Tenía solo 27 años cuando se celebraron los Juicios de Nüremberg. Era la primera vez en su vida que pisaba un tribunal.

El fiscal aún recuerda con nitidez los juicios, como el momento de la acusación a Otto Ohlendorf, jefe del servicio de inteligencia de las SS. «Mostré las pruebas de los asesinatos sistemáticos de cientos de miles de judíos y no las negó. Tuvo el descaro de decir que eran en defensa propia. Solo hubo una vez que realmente quise levantarme y pegarle. En un momento dado se levantó y dijo: ‘¿Cómo? ¿Que dispararon a esos judíos? Es la primera noticia que tengo’. Creo que si hubiera tenido una bayoneta habría saltado al banquillo, y se la habría metido por una oreja hasta que le saliera por la otra. A día de hoy me sigue removiendo por dentro, ahora mismo, mientras lo recuerdo».

Los 22 acusados de su juicio fueron condenados y cuatro de ellos, incluido Ohlendorf, fueron enviados a la horca.

¿Estuvo nervioso?, “no soy de ese tipo de gente”, aseguró. “Ferencz el valiente!”, aunque después “mi cabeza explotaba. Nunca tuve un dolor tan fuerte de cabeza en mi vida. Era mucha la tensión”. Ferencz debió apartarse luego de eso y dejar a su equipo.

Luego de los juicios, Ferencz luchó por la restitución a miles de víctimas de la Segunda Guerra Mundial y pidió por la creación de la Corte Criminal Internacional, que entró en vigencia recién en el año 2002 con sede en La Haya. “Mi deseo es que la gente no se contente con mirar atrás y decir ‘nunca más’, pero luego no haga nada”, explica, “por eso tomé las medidas necesarias para prevenir que eso vuelva a pasar”.

Ese es el propósito de su donación de un millón de dólares al Museo del Holocausto de parte del la fundación Ferencz International Justice Inititative. El regalo anual es renovable hasta por 10 millones de dólares. ¿De dónde salió ese dinero? él ex fiscal ahorró lo que ganó de sus salarios relacionados con las víctimas de la guerra.

Su lugar de retiro en Delray Beach, Florida, un lugar que no le importa mucho a él, parece un cuartel militar de los años ’70 con techos españoles de color rosa. Su casa, que compró 40 años atrás por menos de $23.000 dólares, está decorada con muebles baratos que ofrecen el confort necesario. Sus objetos personales son tan pocos que parece haberse mudado ayer.

“La historia es básicamente la misma en cada campo”, explica. “Los presos trabajaban hasta la muerte. Las condiciones eran absolutamente horribles e indescriptibles, inolvidables. Los guardias huían”. Ferencz compartió sus historias durante siete décadas. “Vi presos golpeando a uno de sus captores y quemándolo vivo. Poco a poco.”

Se detiene en su relato. Con lágrimas en los ojos saca un pañuelo de hilo de su bolsillo. “Perdón”, dice, “pero todavía lo puedo ver. ¿Podría eso detenerse? No. ¿Lo intenté? tampoco. ¿Debería hacerlo? no. Debería haber estado usted allí”.

Neoyorquino gran parte de su vida, Ferencz tiene otra casa en New Rochelle donde crió a sus cuatro hijos. Vivió lo suficiente como para llegar a jubilarse. En medio del tortuoso verano, con calor y humedad, se mudó a Florida por la salud de su mujer Gertrude de 70 años.

Su familia se mudó a Estados Unidos cuando Ben tenía apenas 10 meses. El padre de Ferencz era conserje. Sus padres se casaron en un matrimonio arreglado -eran primos- y luego se divorciaron. En su infancia, el crimen era la industria de su vecindario. Un tío le dijo: “Vas a ser un buen abogado o un buen ladrón”. Ferencz asistió al colegio estatal, donde asistian los inmigrantes en 1930. “No conocía a ningún abogado. Quería ir a la mejor escuela” explica. Alguien menciono Harvard y Ferencz dijo en ese entonces “será Harvard”.

Quería lo mejor como seguro y protección, para adquirir respeto. “Porque yo era muy petiso. Muy pequeño. Metro y medio de altura. Eso me dejaba fuera de la fuerza aérea y yo quería ser piloto. No podía alcanzar los pedales. Pero, por suerte, tuve una excelente educación”.

Harvard, el lugar donde comenzó sus estudios sobre crímenes de guerra, lo llevó a Nuremberg, pero antes debió servir en el ejército de Patton. Se alistó. “En su típica brillantez, siendo un graduado de Harvard y experto en crímenes de guerra, ellos me asignaron a limpiar las letrinas de los artilleros y hacer todos los trabajos asquerosos que pudiesen existir” y continúa el relato: “¿Por qué? porque era un hombre de Harvard. Nunca volví a hacerme el poderoso y altanero. Porque ahí no importaba. Eran un grupo de idiotas en realidad”.

Como miembro de las fuerzas de Patton, estuvo en Normandía, rompió a través de las lineas de Maginot y Siegfried, y cruzó el Rin para tomar parte en la Batalla de las Ardenas.

Fue condecorado con cinco estrellas pero sostiene que no por su valentía. “Me escondía detrás de cada camión o tanque que podía. Mi arma era la máquina de escribir”. A su retorno a EEUU, fue solicitado para Nuremberg. Telford Taylor, su jefe en ese entonces, notó que los registros de guerra mencionaban ocasionales subordinaciones.

Luego de Nuremberg, Ferencz trabajó durante años en la restitución de los derechos individuales y en organizaciones afines. “Fui conocido como un abogado que tomaba casos desesperados pero fundados en cuestiones morales”. Escribió libros de derecho internacional. La Guerra de Vietnam le repugnó, fue “loca y bastante ilegal”, afirma. Renunció a la práctica del derecho para dedicarse a si mismo y a la paz.

«Nuremberg me enseñó que crear un mundo de tolerancia y compasión sería una larga y ardua tarea. También me enseñó que, si no nos dedicábamos a desarrollar leyes mundiales efectivas, la misma mentalidad cruel que hizo posible el Holocausto podría algún día destruir a toda la humanidad”.

En el Tribunal Militar Internacional (IMT) y en los Procesos Posteriores de Nuremberg, la documentación de las pruebas y el proceso de los crímenes estaban entrelazados. Benjamin B. Ferencz participó en estas dos tareas esenciales.

Ferencz fue enviado a Berlín junto con otros 50 investigadores para registrar oficinas y archivos nazis. En sus manos habían pruebas abrumadoras del genocidio. Los Einsatzgruppen (equipos móviles de matanza) cometieron algunas de las más brutales atrocidades del Holocausto, entre ellas, las masacres de alrededor de un millón de judíos y decenas de miles de comisarios políticos soviéticos, partisanos, romaníes y personas discapacitadas.

Ferencz se convirtió en fiscal principal para los Estados Unidos en lo que la agencia Associated Press dio a llamar “el mayor juicio por asesinatos de la historia”: el Caso Einsatzgruppen de los Procesos Posteriores de Nuremberg. Veinticuatro acusados fueron imputados por el asesinato de más de un millón de personas. Ferencz tenía sólo 27 años de edad. Éste fue su primer caso.

El tribunal de Nuremberg observó que “el cargo de homicidio intencional, en este caso, alcanza semejantes proporciones fantásticas y supera en tal medida los límites de credibilidad que la verosimilitud debe ser sostenida con un afirmación repetida cien veces”. Veintidós de los acusados fueron declarados culpables. En total, 14 fueron sentenciados a muerte, dos a cadena perpetua, y cinco recibieron sentencias de 10 a 20 años.

Uno de los culpables fue liberado inmediatamente con la condena cumplida. Finalmente, sólo 4 de las 14 sentencias de muerte se llevaron a cabo. Las sentencias de los otros acusados, todos asesinos de masas condenados, fueron luego conmutadas o reducidas.

Benjamin Ferencz, franco partidario de la actual Corte Criminal Internacional y de otras campañas para reemplazar el “dominio de la fuerza por el dominio del derecho”, participa, junto a varios sobrevivivientes de los campos de concentración, del documental «El Contador de Auschwitz» emitido por Netflix, donde se muestra el juicio a un ex militar nazi en su Alemania natal por complicidad en el holocausto de judíos en ese campo de concentración.

Fuentes:
Entrevista al único fiscal vivo de los juicios de Nuremberg
El mayor juicio por asesinato de la historia