Hace 65 años militares argentinos intentaban asesinar a Perón y bombardeaban la Plaza de Mayo
Fue una masacre: las bombas estallaron sobres transeúntes, autos y trolebuses que se movían por el centro de la ciudad en un mediodía como cualquier otro. Mujeres arropadas de invierno, niños que se dirigían a la escuela y oficinistas fueron objetivos de los militares. Perón no cayó ese 16 de junio, pero sí tres meses después, en septiembre, cuando inició un largo exilio en España. El triunfo de la Revolución Libertadora, como la llamaron los golpistas, y el profundo antiperonismo que se instaló durante décadas en Argentina silenciaron el número y el nombre de los muertos.
En 2009, una investigación del Archivo Nacional de la Memoria (ANM) determinó que el bombardeo a Plaza de Mayo y otros puntos del poder peronista, como la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), dejó 308 muertos. Pero el documento advirtió que a esa cifra debía sumarse “un número incierto de víctimas cuyos cadáveres no lograron identificarse, como consecuencia de las mutilaciones y carbonización causadas por las deflagraciones”. Los historiadores elevan a 364 los muertos, además de casi 800 heridos. Sólo 12 de las víctimas estaban dentro de la Casa Rosada, donde impactaron 29 bombas. “El resto de las bombas, proyectiles y fusiles semiautomáticos FN de fabricación belga que los infantes de Marina estrenaron ese día estuvieron dirigidos a la población”, según el informe del ANM.
Buenos Aires amaneció nublada y fría el 16 de junio de 1955. Un comunicado oficial anunciaba un acto en homenaje a Perón que debía incluir el sobrevuelo de “aviones GlosterMeteor de las unidades caza-interceptoras de la Fuerza Aérea Argentina” sobre la Catedral, ubicada frente a la Plaza de Mayo y en diagonal con la Casa Rosada. Pero lo que a las 12.40 sobrevoló el lugar fue un avión Beechcraft, el primero de las 34 que bombardearon el centro de la ciudad durante casi seis horas. Las dos primeras bombas de 100 kilos cayeron sobre la sede del Gobierno y el ministerio de Hacienda, ubicado enfrente. La tercera explotó sobre un trolebús cargado de pasajeros. Todos murieron en el impacto.
Los golpistas se dirigieron entonces a la sede de la CGT, el departamento de Policía y la residencia oficial de Perón, en Palermo. Hacia las cuatro de la tarde volvieron con más bombas y fuego de metralla sobre la Casa Rosada. El golpe no tuvo éxito en su objetivo de matar a Perón, que alertado por las fuerzas leales se había refugiado en el ministerio de Guerra, a 200 metros del lugar. Y si no hubo una masacre aún peor fue por la determinación de Perón de considerar al golpe una cuestión a resolver “entre soldados”.
Advertido de que los sindicatos se estaban reuniendo en la CGT para marchar hacia el centro, dio la orden de replegarse. “Usted vuelve a la CGT y comunica, de parte del presidente de la Nación, que a la Plaza de Mayo no debe concurrir ni un solo hombre. Si estos asesinos, para matarlo a Perón, están bombardeando impunemente la ciudad, no les va a temblar la mano para hacerlo sobre un montón de obreros. Éste es un enfrentamiento entre soldados y, si caemos, caeremos entre soldados”, le dijo Perón a un mensajero.
El Golpe fue dominado y los cabecillas huyeron hacia Montevideo en los mismos aviones con que habían bombardeado Buenos Aires. Tres meses después de la masacre alcanzaron el éxito y la mayoría de los protagonistas de junio ocupó cargos importantes en el nuevo Gobierno. Nunca hubo detenidos ni nadie pagó por los muertos. El saldo político del bombardeo sólo puede medirse en décadas. La escalada de violencia y la guerra entre peronistas y antiperonistas duró casi 30 años, con un punto en marzo de 1976, cuando la Fuerzas Armadas derrocaron a Isabel, viuda de Perón. La masacre de Plaza de Mayo es historia, pero la disputa que le dio origen aún figura en el ADN de la política argentina.