Impacto de la crisis: la clase media se achicó y los trabajadores se empobrecieron
Nadie sabe exactamente dónde está parado. O, lo que es peor, dónde va a terminar parado cuando todo esto pase. Pero lo que sí sabemos es que todos los argentinos, desde el que más gana hasta el que cobra algunos pocos pesos, nos hemos empobrecido.
¿Cuánto? Eso está por verse todavía, pero hay ya algunas pistas, pese a que la cuarentena no terminó y que a la crisis sanitaria ahora se le agrega la inestabilidad cambiaria, que suma su cuota de zozobra a una situación de por sí delicada.
La clase alta se achicó un 20%, los sectores medios se redujeron casi un tercio y los sectores de ingresos bajos se agrandaron 28%, según la pirámide socioeconómica que elabora Moiguer Compañía de Estrategia.
El Estado pone más plata en el bolsillo de la gente y, aun así, no logró disimular la pobreza, que está en el 40,9%. La búsqueda de trabajo, en pausa por la cuarentena, arrojó que sólo el 13,1% está desempleado a nivel nacional, pero, si todos los que se quedaron en casa sin ingresos hubiesen salido a buscar empleo, el indicador se hubiera disparado a cerca del 29%.
“Hasta los más ricos se han empobrecido, todos nos hemos empobrecido, y ahora vemos que el extremo de los que están más abajo ha perdido su trabajo”, resume Santiago Poy, sociólogo e investigador del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina.
El Observatorio calcula el desempleo en 29% si hubiera continuado la misma tasa de actividad.
Según Moiguer, en 2019, el 5% de la población era considerada clase alta y ahora, tras el impacto del Covid-19, bajó al 4%. El sector clase media se recortó del 45% al 32% (29% de caída) en un año: de ese segmento, el clase media tradicional bajó del 17% al 11% y el media-baja, del 28% al 21%.
Si bien el armado de una pirámide socioeconómica tiene su cuota de discrecionalidad, los datos duros reflejan que todos los segmentos socioeconómicos perdieron este año en relación con lo que aumentó la canasta básica total (CBT) y, claro está, la de alimentos, que marca la línea de indigencia.
Por caso, los datos del primer semestre de la Encuesta Permanente de Hogares que elabora el Indec reflejan eso. La CBT aumentó 49,9% en el semestre y no hubo nadie que lograra ingresos por arriba de lo que aumentó el costo de vida.
Si se divide el total de los trabajadores ocupados en deciles (10 partes iguales), encontramos que, en el decil más alto, los que están ahí registraron ingresos 36,8% por encima de los que habían obtenido en el primer semestre de 2019.
En ese segmento, los ocupados tienen un ingreso promedio de 90.606 pesos. Son los que mejor la pasaron en el año y, no obstante, perdieron 13,1 puntos frente a la inflación.
En el otro extremo, el decil más pobre, tiene ingresos apenas 19,6% más arriba que hace un año: 30,3 puntos menos que la CBT.
En ese decil, el ingreso por ocupado promedia apenas los 4.218 pesos. Con un adicional: el 56,9% de ese ingreso lo aporta el Estado, a través de diferentes planes sociales y ayudas de emergencia.
Aporte estatal
La foto en la mitad de la cuarentena es dramática: el 30,6% de los ingresos que declaran los argentinos no proviene del trabajo, sino de lo que aporta el Estado, que a la Asignación Universal, entre otros, agregó ahora el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y algunos bonos específicos, como el de salud, seguridad o jubilados.
Sólo en algunas excepciones, los ingresos no laborales obedecen a rentas, por ejemplo. A junio de 2019, el Estado aportaba 26,5% de los ingresos promedio, es decir que, en un año, aumentó 15,5% la participación del Estado en el gasto básico de la vida cotidiana, mientras que lo generado por el trabajo retrocedió del 73,5 al 69,4%. Eso explica, por cierto, que el 40,9% de los argentinos sea considerado pobre, porque no puede cubrir los 43.811 pesos que se necesitan para llegar a la CBT.
“Y todo indica que va a continuar la escasez de ingresos”, dice Laura Caullo, investigadora del Ieral de Fundación Mediterránea.
“El salario nominal viene creciendo menos del 2%, con lo cual en el segundo trimestre de este año tenemos una caída promedio real del 3% en relación con el año pasado y la proyección para este trimestre que acaba de terminar es de una caída del 5%”, enumera Caullo.
El agravante es que la caída de los ingresos reales de este 2020, signado por suspensiones, recortes directos de sueldo y pérdida de puestos de trabajo, se suma a dos años de severas caídas del salario real, de la mano de las diferentes devaluaciones registradas en 2018 y en 2019.
“Con las devaluaciones siempre se empeora”, dice con contundencia Jorge Colina, del centro de investigaciones Idesa.
Más desesperanzadora es la mirada a más largo plazo. En los últimos 10 años, el ingreso real promedio está 15% debajo de lo que estaba en 2010. O sea, hemos trabajado una década no sólo para no progresar, sino que vamos para atrás.
Eso explica en buena parte la cerrazón de desesperanza en la que pareciera que estamos embarcados en este 2020: no es el fracaso en esta pandemia, es un fracaso más estructural, más profundo, que excede a un período de gobierno o dos.
Si hasta los más ricos se empobrecen, ¿qué queda para el resto? Si no tenemos chances de forjar prosperidad, ¿qué sentido tiene alentar a nuestros hijos a que se queden en suelo argentino? Si contamos con recursos naturales en demasía, ¿cómo es que no sabemos, no queremos o no podemos alcanzar un crecimiento que incluya a todos? ¿No es que alguna vez fuimos un país rico? ¿Y entonces?
¿Cómo puede ser posible que un laburante de ocho horas diarias sea pobre? ¿Cómo se sale de ese grillete que nos atrapa desde hace décadas en las que no podemos crecer? ¿Qué horizonte de futuro tenemos para los próximos 10 años si en los últimos 10 hemos retrocedido? Si nada indica que la Argentina podrá salir del marcado proceso de pauperización, ¿qué hacemos?
El problema, como remarca Poy, es que estamos de acuerdo en el diagnóstico, pero no en las soluciones.
“Al no crecer la economía, no lográs inducir una lógica de desarrollo. Hay consenso en que estamos en una trampa de bajo crecimiento, pero no tenemos consenso en las soluciones”, enfatiza el investigador.
“Es mucho más fácil repartir, subir impuestos o sacar de un lado para poner en otro. El Estado sabe repartir y tiene la tecnología, pero es más fácil hacer eso que conseguirle trabajo a un trabajador de la economía social, que no tiene contacto, no está capacitado y no tiene pistas de adónde ir”, cuestiona el economista Eduardo Levy Yeyati, quien bautizó el modelo actual como de “pobreza inclusiva”.
“Pobrismo”
El economista sostiene que este “pobrismo” apunta a repartir lo que hay: distribuye el stock, los motores de crecimiento que son los que permiten agrandar la torta para luego estar en un esquema quizás de menor equidad, “pero cada uno con más poco, porque se distribuirá una torta menguante”.
Una cultura del reparto que se enraíce aún más después de la pandemia no logrará generar crecimiento, que es el mal estructural local.
“La Argentina no crece de manera sostenida desde 2013, cuando dejó de tener un ciclo sostenido de crecimiento y entramos en la dinámica de ciclos cortos de expansión y recesión, cuando crecés en los años electorales y perdés al año siguiente”, dice Poy.
“El problema es que exportamos poco y todos demandamos los mismos dólares”, subraya Colina. “A un sojero ya no le conviene exportar”, grafica, en referencia a que recibe su cosecha a razón de 56 pesos por dólar.
Por eso también está bueno pensar adónde van a ir direccionadas las apuestas del esfuerzo fiscal para recuperar la economía, de modo que genere empleo y que, en la medida de lo posible, sean empleos de calidad. “Los que están en la pobreza también trabajan, lo que pasa es que ganan poco porque son empleos de baja productividad”, dice Colina.
Muchos de ellos, vinculados a los servicios, son incluso los más afectados por la cuarentena y seguirán complicados cuando se reconfigure el mapa laboral de la pospandemia. Si las oficinas se achican, ¿cuántos empleados menos de limpieza habrá? ¿De seguridad, de bares, de transporte?
“Se necesitan políticas macro, que no están al alcance de uno, para que la economía crezca y que sea sustentable, sin inflación. Es la única manera de ver tus resultados materializados, de tener movilidad social y de volver a la idea básica de que nuestros hijos podrán vivir mejor que nosotros”, completa Poy. “El asunto crucial es crecer. En la medida en que no crezcas te vas a estar comiendo la cola, sacando de un lado para poner en el otro”, agrega.
Cono remarca Levy Yeyati: “Tenemos que hacer lo difícil, siempre lo estamos postergando”.
“Yo me considero realmente pobre”
Cuando lleva el diezmo a su iglesia, ni ella misma lo puede creer. Acerca menos dos mil pesos, lo que significa que vivieron ese mes con menos de 20 mil pesos. “No nos ponemos a hacer cuentas, pero con mi marido siempre decimos que vivimos de manera sobrenatural, porque con eso nos arreglamos”, dice Daniela. Tiene 40 años. Vive en la casa de su suegra con Javier, su marido, y con Valentino (11) y con Morena (6), sus hijos.
Javier era guardia de seguridad y, hace cuatro años, alzando un bidón de agua, sufrió una hernia de disco. Lo operaron, la obra social no le reconoció una prótesis, no la pudieron pagar y quedó mal. Su empleador no abonaba la obra social y por eso no lo atendían, pero cuando iba al hospital púbico lo rechazaban porque figuraba con obra social.
“Tuvo que renunciar sin recibir un peso para que lo operaran”, cuenta ella. “Empezamos a salir con los chicos en un changuito a vender botellas de litro de jabón y suavizante”, cuenta. El trabajo aflojó porque ahora “en cada garaje alguien vende lo mismo”. Javier sale los sábados a repartir a los clientes que todavía tiene. “Él se puede mover, pero no puede hacer nada sin dolor”, dice ella.
Igual se las rebuscan: venden Natura, ropa de blanco, lo que sea.
Cuenta que limpiaba el CPC Rancagua, pero, como no participada de las reuniones de militantes, perdió ese ingreso. Era nana de una viejita de 88 años en un geriátrico, pero desde el 13 de marzo no puede cuidarla. El hijo de la mujer, que vive en el exterior, le paga seis mil pesos al mes para que le compre y le lleve los remedios. Ahora trabaja en una casa de familia, cuatro horas de lunes a viernes, por dos mil pesos a la semana.
Con la AUH pagan la escuela de los chicos, 2.300 pesos cada uno, aunque los cambiará del Instituto América al Sol María porque no pueden afrontar la matrícula.
“Mi esposo se tiene que comprar un tipo de zapatillas especial por la columna y hace un año que está con las mismas. Y los chicos igual”, dice.
“La fe es la base de nuestra vida”, remarca. “Yo me considero pobre realmente por el hecho de no poder darles a mis hijos lo que quieren, como las zapatillas”, admite.
Fuente: La Voz del Interior. La Voz del Interior