Alberto, Mauricio y Foucault: «Sobreviviendo al mamarracho»
En Argentina, el mamarracho es casi una institución. “No le hagás caso al tipo ese, es un mamarracho”, se escucha decir por ahí. “Este presupuesto es un mamarracho”. La palabra en realidad viene de España, y antes de eso de la lengua árabe, de Andalucía, donde significaba “bufón”. Pero solo los argentinos la elevamos a la categoría de cultura política y sistema de gobierno.
¿Qué es el mamarracho? Es quien carece de formalidad, de elegancia, de compostura, y que no merece ser tomado en serio. Aunque el mamarracho en cuestión, por lo general, pretenda ser alguien coherente y respetable.
Ayer veía por la televisión cómo líderes europeos, frente a los micrófonos, admitían no disponer de más vacunas. Los fabricantes no dan abasto y no cumplen ninguno de los plazos previstos; bajo tales condiciones, no es posible garantizar que será posible vacunar a todos los ciudadanos en ningún lapso de tiempo proyectable. Fue un acto de sinceridad brutal, que desde la comunicación política debe despertar admiración por cómo fue manejado.
Una vez que tenemos las malas noticias, al menos, ya sabemos a qué atenernos. Siguen tiempos duros, en los que no habrá soluciones mágicas, pero estamos preparados. Del otro lado del mundo, mientras tanto, seguimos atados a la épica de los vuelos a Rusia y la maratón de viajes al exterior.
Parece que tenemos tanto que nos sobra: los aviones de Aerolíneas transportan también algunas vacunas Sputnik V para Bolivia y el gobierno promete aún más vacunas al candidato de Correa en Ecuador. Al observar estos actos de delirio político, o simple descaro, no puedo otra cosa que sentir que somos la patria del mamarracho.
¿Más evidencias? Hablemos del asado y cortes populares, que solo estarán al alcance de un 4% de los argentinos, a pesar de ser básicamente un descarte del mercado. El asadito, central en la cultura de los argentinos, fue también elemento de spot de campaña, donde la parrilla vacía aguardaba la llegada de Alberto para volver a llenarse de mollejas doradas y cortes jugosos. Mamarracho de nuevo.
Otro más: la visita a Chile para buscar la unidad latinoamericana, cuando por detrás Fernández se reúne con los partidos de izquierda que apuntan a ganar un plebiscito de vital importancia para la sociedad. Y es lógico. Unidad supone que no podemos entrometernos en los asuntos de otros países, mucho menos cuando la propia casa no está en orden.
El Frente de Todos arde en disputas internas entre Máximo Kirchner, los seudoalbertistas o (ilusionados que en algún momento suceda), los massistas y el avance desenfrenado de La Cámpora suceda (toma todo). ¿Cómo se tomaría que Piñera, en visita oficial a nuestro país, se reuniera a ¨charlar¨ amablemente con Mauricio Macri y su clan?.
Sin embargo, los partidarios duros del gobierno son mucho menos sensibles al mamarracho cuando se comete del otro lado de la cordillera. Ni que hablar de cuando ocurre en las provincias del interior. Parece que hablar de Formosa y las prácticas muy personales de Gildo Insfrán (aislamientos de los ciudadanos en centros de “prevención”, hacinados y sin el mínimo respeto a los derechos humanos) es un acto desestabilizador y golpista. Mamarracho número cuatro.
Mientras tanto, la oposición no mejora el panorama. Sigue echando leña al fuego, pidiendo vacunas cuando sabe que estas no están y tratando de fomentar aún más caos en la sociedad en lugar de ponerse al frente con una exposición coherente de lo que está ocurriendo en el mundo, y se pierde una posibilidad de comunicar de forma eficiente.
La pelea cruel por la educación, entre gobierno y oposición, en el ring mediático de canales afines a cada ideología, cada uno culpando al otro. Sindicalistas inimputables y mediocres que no asumen su rol de forma clara y valiente porque lo que ellos buscan es guerra en lugar de sumarse al consenso.
Un ministro de educación de la Nacion, despistado y sobrepasado, se sube también al ring para ocupar un espacio y el gobierno de la ciudad copia el mismo camino: llora en televisión y no se pone al frente con autoridad del problema.
Mientras todo esto sucede una sucesión de excarcelados siguen gozando de libertad, los juicios se demoran , empresarios amigos comienzan a tomar posesión de empresas y medios… mamarrachos por doquier.
Mauricio Macri, como un nene caprichoso, deja que su nombre sea foco de las discusiones donde plantean si se tiene que jubilar o no; eso divide a su gente y desconcierta a los disconformes. Dale, Mauricio (dan ganas de decirle), dejá de jugar a medias tintas y salí a la cancha, aguantate los abrazos y las muestras de desaprobación, que hoy estamos así en gran parte por el fracaso de tu gobierno.
En este contexto, la gente mira desconcertada cómo nadie soluciona sus problemas menores y cotidianos que son los que ya sabemos: cómo vivir cuando cada día el peso vale menos, la inflación se escapa y diluye sus salarios y la presión impositiva nacional y provincial los pone en deudores del estado.
En fin: cómo sobrevivir cuando todo es un mamarracho.
Si “mirarse” ayuda a “mirar” mejor (Ravecca, 2007), no hacerlo supone renunciar a repensar el pensamiento para ver si es posible empezar a pensar de otro modo (Foucault, 1991; Butler, Laclau y Zizek, 2003).
Nota publicada también en: Perfil.com
(*) Consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador (USAL). Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Es docente universitario en UCA y USAL. Columnista de Diario San Francisco, Perfil.com y FM Milenieum, entre otros medios del país y del mundo.
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