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Evita Perón: a 70 años de la muerte de una mujer que se anticipó al tiempo

Su figura fue central en la política argentina sin ocupar ningún cargo público. Como pocos, generó pasiones encontradas.


Todo lo que rodeó a María Eva Duarte fue como un anticipo de los tiempos. Una feminista que no se asumió como tal, una gestora sin cargos, una líder sin candidaturas, una impulsora de reivindicaciones sociales y civiles, una figura que despertó antagonismos fuertes, una dirigente surgida por su relación con el líder que tuvo su propia impronta, una cultora del amor-odio llevado a las máximas instancias de la política, una figura literario-político-religiosa objeto de todas las conjeturas contrafácticas, y la primera “desaparecida” de la historia argentina que, a 70 años de su muerte, sigue presente en el debate público.

Una vida corta e intensa. Que hasta por su nacimiento fue objeto de controversias históricas y administrativas. Se adjudica que fue el 7 de mayo de 1919 en Los Toldos, fruto de la relación entre Juana Ibarguren y Juan Duarte, un político conservador que tenía otra familia, considerada “oficial” para los estándares de la época.

Aquel origen signó la personalidad de Eva, que después de vivir unos años en Junín con su familia se mudó a los 15 años a Buenos Aires para iniciar una carrera actoral.

Comenzaba a tener éxito en el cine y en el teatro cuando, el 22 de enero de 1944, conoció al entonces influyente secretario de Trabajo y Previsión, Juan Domingo Perón, en un evento en el Luna Park a beneficio de los afectados por el terremoto de San Juan.

Cinco años después del mítico 17 de octubre de 1945, cuando una multitud reclamó en Plaza de Mayo la liberación del líder detenido, María Eva se casó con el viudo Perón.

Y ya como Evita, comenzó a recorrer junto con su marido el camino hacia la presidencia de la Nación.

EVA PERÓN, LA ABANDERADA

La simbología peronista, montada en un avanzado equipo de comunicación política, la instaló como “la abanderada de los humildes”. Sin cargo oficial en el Gobierno, pero con importantes partidas públicas, Evita lideró desde su propia fundación y otras entidades un fenomenal reparto de ayuda social.

Su figura fue creciendo al lado de la de Perón y la pareja construyó un fuerte liderazgo político que llevó el personalismo a ultranza al extremo de imponer como texto obligatorio en las escuelas una autobiografía de la primera dama o una férrea censura a cualquier expresión cuestionadora de la pareja gobernante.

En el camino, el matrimonio cosechó adhesiones, en especial de grandes capas de la sociedad que accedían a derechos elementales. Y también rechazos.

Fue un nuevo capítulo de esos antagonismos que separaron a la sociedad argentina de su creación como nación, en extremos difíciles de asimilar en estos tiempos de la actual grieta, ya que mientras una parte de la población veneraba a Eva como una divinidad religiosa, otra celebraba el cáncer de útero que le truncó su vida.

Antes de enfermarse, Eva puso el foco en lo social y en la conquista de los derechos de las mujeres. Logró la aprobación del voto femenino, por el que habían bregado -sin éxito- otras destacadas dirigentes desde el comienzo del siglo.

No se consideraba feminista, pero levantó la lucha por la igualdad de las mujeres varias décadas antes de que comenzasen a imponerse en la sociedad criterios de igualdad.

EL RENUNCIAMIENTO

Su carisma y su liderazgo llevaron al influyente sindicalismo a proponerla como candidata a vicepresidenta en las elecciones de 1951, en las que Perón iba a buscar un segundo mandato.

Pero su marido no la dejó. La presión de sectores conservadores y de parte del Ejército, sumada a los primeros indicios de una fragilidad de salud, la dejaron sin lugar en la fórmula. Quedó aquella cinematográfica escena de un acto en la 9 de Julio, en la que -quebrada ante la insistencia de millares de personas- pronuncia su célebre frase: “Renuncio a los honores, pero no a la lucha”.

Se quedaba sin la posibilidad de ocupar su primer cargo público, pese a lo cual la centralidad que tuvo en la política argentina está fuera de cualquier discusión.

En aquella elección en la que por primera vez votaron las mujeres argentinas, ella debió hacerlo en un hospital.

Se despidió el 1° de mayo de 1952 en una Plaza de Mayo desbordante. Frágil, sostenida por su marido, dijo: “No quise ni quiero nada para mí. Mi gloria es y será siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo, y aunque dejé en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”.

EVITA: LA JEFA ESPIRITUAL

En la noche del 27 de julio de 1952, el locutor Jorge Furnot anunció por cadena nacional: “Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”.

Tenía apenas 33 años y ya estaba en la historia argentina. Sus exequias fueron unas de las despedidas más multitudinarias de la historia argentina y el duelo nacional duró más de un mes.

Si había sido intensa su corta vida, también lo iba a ser su muerte. Implicó un punto de inflexión en el gobierno de Perón, que fue derrocado tres años más tarde, y a partir de allí se inició un largo derrotero del cadáver embalsamado de la difunta jefa.

A aquel cadáver lo secuestraron, lo profanaron, lo llevaron de un lado al otro, el Vaticano lo ocultó durante años, anduvo por Europa durante la proscripción del peronismo y fue objeto de negociación política entre el exiliado Perón y la dictadura de Lanusse para la vuelta democrática.

Aun muerta, Evita siguió siendo un personaje central en la política argentina. Fue y es objeto. Una larga serie de interpretaciones y apropiaciones de su pensamiento y posible accionar contrafáctico. El más claro ejemplo fue aquella consigna “Si Evita viviera, sería montonera”, de la agrupación Montoneros, con la que Perón rompió antes de morir.

Ya sin la intensidad del siglo pasado, a 70 años de su muerte, la figura de Evita sigue suscitando pasiones encontradas en una Argentina que la reconoce como una de sus grandes líderes políticas.