Un país en campaña moralmente vergonzosa
Hoy el país vive una distorsión de la agenda política para generar opciones electorales. La distancia que hay entre los asuntos de la política y las personas, está marcada por el micromundo de las discusiones políticas.
Opinión por Eduardo Reina
Hoy el país vive una distorsión de la agenda política para generar opciones electorales. Permanentemente quedan temas fuera de la agenda que son de gran interés para la ciudadanía porque las agendas, tal como están planteadas, ofrecen una desigualdad de oportunidades para la inclusión de temas de interés fuera del mundillo político. La distancia que hay entre los asuntos de la política y las personas está marcada por el micromundo de las discusiones políticas en medios que giran más en torno de los escandaletes mediáticos de las internas y la repetición de relatos vaciados de sentido de los problemas diarios que preocupan a la gente.
El relato y la propaganda reemplazan al debate en la política. La concentración de dinero hace que el poder se concentre alrededor suyo y se debatan problemas que, si bien de manera mediata afectan la vida de los ciudadanos, en lo inmediato y en los términos en los que se discuten, quedan muy lejos de los problemas de las mayorías. El dinero define los intereses que se ponen en juego para definir el apoyo a un candidato y entonces todos hablan en términos de productividad industrial y no de trabajo de calidad, en términos de rentabilidad energética y no de la calidad de los servicios para los usuarios, etc.
Las crisis de representatividad generalizada que hay en el país es el reflejo de un gobierno que pierde autoridad y se debilita para ejercerla a medida que va dejando de ser efectivo para resolver los problemas. Esto es parte de un círculo vicioso en el que la pérdida de poder hace crecer la desesperación y la desesperanza de los gobernantes, lo que hace que crezca su impotencia. A su vez al perder su confianza pierde aún más su capacidad de hacer y con esta pierde las pocas herramientas que le van quedando para resolver los problemas que se multiplican a la par de la caída.
Entonces, quienes gobiernan, empiezan a desesperarse y a buscar la forma de escapar del desastre que pronostican y que terminan acelerando por atropellarse en estampida al grito de “¡a los botes!”.
Vivimos en una etapa permanente de post-transición en que se vota para echar al anterior. El desafío hoy de las fuerzas políticas democráticas es que se coincida en la necesidad de consolidación del sistema y la transformación hacia un círculo virtuoso. Hoy debemos preocuparnos por la reducción de la pobreza, la desigualdad económica y social; pero para esto es necesario permitir nuevos movimientos políticos con nueva gente que pueda aportar formas de pensar que recambien las ideas de un debate viciado y estancado en eslóganes.
Es importante buscar que estas novedades siempre actúen dentro del marco democrático y la lógica de la concordia y el sano debate. Para evitar las soluciones fáciles por fuera de la vía democrática, es necesario fortalecerla mediante términos y problemas que tiendan a mostrar que el tema central del debate es el pueblo. Porque la democracia siempre supone una forma de organización del poder que busca relacionar el Estado con el ciudadano y si en el poder se olvidan que el ciudadano observa y decide, tal vez resulte que este intente deshacerse de un sistema que empieza a parecerle inútil, aunque profundamente no lo sea.
El Estado se agranda como toda solución a los problemas de la gente, pero estas nuevas incorporaciones no producen soluciones estables, sino trabajos informales, semi-formales o directamente puestos inútiles que se dan como prebendas. Estas son soluciones fáciles (y erradas) a problemas profundos generados por la debacle económica que vive Latinoamérica.
Hoy las alternativas que nos presenta Latinoamérica están gastadas, son viejas e inaplicables. Los gobiernos latinoamericanos pierden la legitimidad social rápidamente porque acceden al poder sin decir la verdad. Así prometen solucionar todo con el Estado o con un gobierno de Ceos o con gobierno de científicos, y tal vez mañana vendrá el gobierno de resucitadores de la política.
Hoy en nuestro país estamos en una crisis social de seguridad económica y humana que podríamos definir como la más grande de nuestra historia. Los jóvenes se van porque no ven futuro y no ven seguridad y del país se quedan solamente con el recuerdo de la familia, el mate, el fútbol, tal vez alguna banderita olvidada. Es muy difícil ofrecerle alternativas cuando son siempre los mismos que parecen discutir cosas que solamente les interesan a ellos. Por eso cuando aparece un disruptivo crece porque se lleva el voto bronca, el voto impotencia, el voto triste, el que piensa que perdido por perdido, al menos elegir un candidato que los divierta un poco.
En el oficialismo se dan el lujo de desmarcarse todos de la candidatura haciéndose los desentendidos de las decisiones de gobierno mientras en la oposición proliferan las opciones de los candidatos en cada uno de los frentes, sub-frentes y partidos. Mientras tanto, unos y otros dan por seguro el resultado de la elección y a la vez abrigan la esperanza de después de darles el voto los conviertan en el chivo expiatorio de las frustraciones de todo el sistema político. El gobierno está en crisis y nadie se hace cargo, pero la oposición también se desangra en una lucha interna sin cuartel.
Todos los políticos empiezan a tener el acto-reflejo de salir con el cuchillo entre los dientes para ganar o mantener una porción de poder en medio de una desbandada generalizada. Cada uno piensa en su quintita pero se olvida de que hay un pueblo que clama y necesita una transformación para seguir viviendo y que si no la ofrece, puede que los dejen a todos peleando solos por un poder que van a sacarles en las próximas elecciones, para dárselo al primer nuevo loco que pase por la puerta prometiendo destruir todo lo que hasta el momento los políticos de siempre, no supieron usar para mejorarle la vida a la gente.
La atención da energía, y la intención transforma. Cualquier cosa a la cual prestemos atención, crecerá con más fuerza en nuestra vida. Cualquier cosa a la cual dejemos de prestar atención, se marchitará, se desintegrará y desaparecerá. Por otro lado, la intención estimula la transformación de la energía y de la información. La intención organiza su propia realización. «Las 7 leyes espirituales del éxito» (1994), Deepak Chopra
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