Amor sin límites: conoció a Pauli en el Cottolengo y hoy es parte de su familia
En 2009, con 26 años, Carolina Casuscelli se instaló un mes en el Cottolengo de Claypole para hacer una experiencia de voluntariado. No eligió ese lugar por algo en particular: surgió la posibilidad y aceptó, sin poder adivinar que ese hecho terminaría por darle un vuelco definitivo a su existencia.
«Me destinaron al hogar de la Pauli, que se llama Brian Mujeres, y ocupé una piecita ahí. Fue una de esas cosas que la vida te ofrece: jamás pensé que iba a ser un quiebre para mí», dice.
La Pauli es una de las residentes del Cottolengo. Tiene 34 años (igual que Carolina), parálisis cerebral y una discapacidad intelectual severa.
Mientras la lleva a pasear en su silla de ruedas por uno de los senderos que atraviesan el jardín, Carolina cuenta: «El primer día que llegué, la conocí. Ella estaba habitualmente en el pasillo del hogar. Siempre trataba de atrapar con las manos a los que pasaban, y como la mayoría de las chicas la conocían, sabían que tenían que pasar lejos si no querían que las agarre, porque tiene mucha fuerza. Pero yo le pasé cerquita y, flaquita como soy, me atrapó y no me liberó».
Lo que más la conmovió fue que, en el momento en que Paula la abrazó, se quedó tranquila. Luego de ese mes, Carolina volvió a su monoambiente a cinco cuadras del Obelisco, pero continuó pasando mucho tiempo en el Cottolengo. «Iba y venía. Tenía un bolso armado todo el tiempo -dice-. Me movía en transporte público, hasta que la Pauli empezó a estar bastante conmigo y mi mamá me dejó su auto.»
Paula no tiene contacto con su familia biológica. Nació en la ex Casa Cuna (hoy Hospital Elizalde) y estuvo ahí hasta que, con 6 años, en septiembre de 1989, llegó al Cottolengo.
«Tiene marcha, pero no estabilidad. Gatea y da pasitos. En casa casi no usamos la silla de ruedas -explica Carolina-. Ella no habla. Es como relacionarte con un bebe: todo es a través del juego.»
Carolina trabaja en un restaurante y además hizo la carrera de counselling. Desde hace un mes es la tutora legal de Paula y están juntas varios días a la semana: algunos, en el Cottolengo; otros, en su departamento. Además, una vez al mes viajan a visitar a la familia de Carolina a su ciudad natal, en San Francisco, Córdoba.
«Para todo mi entorno fue un caminito. Pasaron por ciclos de adaptación. Hoy, la Pauli es una más de la familia. Hubo todo un movimiento que resonó con esto: mis papás se involucraron con el Cottolengo de San Francisco y hay una chica de allá que también va a su casa», asegura Carolina.
Para ella, sumar a Paula a su vida también fue un proceso. Dice que en el Cottolengo encontró eso que venía buscando desde hacía mucho tiempo: la motivación y el sentido de su vida. «Jamás me imaginé que iba a pasar esto. A veces ella se despierta a las 4 de la mañana y aplaude, y yo me pregunto: ¿en qué momento terminé así, sin poder dormir?», admite entre risas.
Fuente: La Nación