Argentina: el país del todo y la nada
OPINIÓN – Por Eduardo Reina – Especial para DSF
En el eterno loop del sindicalismo, hoy hubo paro general. Lo organizó la misma burocracia que lleva décadas aferrada a la CGT, esos sillones que nunca quedan vacíos ni aunque el país se prenda fuego. Son los mismos que protestan contra la crisis que ayudaron a construir, con la certeza de que mañana (o pasado) volverán al trabajo… si no hay otro paro.
En este país, donde la realidad se reinventa cada día, los chinos a los que insultamos ayer nos dieron un crédito nuevo hoy. No solo renovaron el swap, sino que además parecen tener mejor humor que nuestro presidente cuando le preguntan por la inflación. Resulta que la teoría de las relaciones internacionales de la “motosierra y la dinamita” de Milei tiene una excepción: Beijing.
Mientras tanto, el Papa Francisco sigue desafiando las reglas del protocolo. En una aparición que mezcló sorpresa con liturgia, el Sumo Pontífice recorrió la Basílica de San Pedro en silla de ruedas, enfundado en un poncho. Entre rezos y suspiros de alivio por su recuperación, dejó en claro que su carisma trasciende atuendos y estados de salud. En un mundo donde los líderes se encierran en sus palacios, él sigue demostrando que se puede gobernar con cercanía, aunque sea con oxígeno asistido.
Hablando de figuras que rompen esquemas, Franco Colapinto tiene más seguidores que la escudería Alpine sin siquiera ser piloto oficial. Corre más en simuladores que en pistas, pero genera más pasión que un Boca-River. Claro que en Uruguay lo miran con menos simpatía después de su “chiste” sobre los charrúas. En Argentina podés criticar la inflación o la política, pero meterte con el dulce de leche o con los hermanos orientales es cruzar la línea.
Y en el eterno loop del sindicalismo, hoy hubo paro general. Lo organizó la misma burocracia que lleva décadas aferrada a la CGT, esos sillones que nunca quedan vacíos ni aunque el país se prenda fuego. Son los mismos que protestan contra la crisis que ayudaron a construir, con la certeza de que mañana (o pasado) volverán al trabajo… si no hay otro paro.
En el ring político, Cristina Kirchner quiere unidad, pero sin peronistas que la contradigan, y Javier Milei quiere gobernar sin intermediarios, a puro grito y sin Parlamento. Un duelo interesante: una que extraña los tiempos en los que su dedo elegía presidentes y otro que sueña con ser el único dedo en la mesa. Mientras tanto, el emisario de Kicillof busca financiamiento para elecciones anticipadas y Macri se lamenta por no haber cerrado una alianza con La Libertad Avanza en la Ciudad. En un giro predecible, culpa a Karina Milei, confirmando que en la política argentina la familia no siempre une.
Los argentinos tienen una identidad marcada por la excepcionalidad. La idea de que “somos distintos” está profundamente arraigada en la cultura nacional, alimentada por una historia de grandeza, crisis y resiliencia. Sin embargo, esta percepción de singularidad puede ser un arma de doble filo. Argentina fue una potencia mundial a principios del siglo XX, con niveles de riqueza y desarrollo comparables a los de los países más avanzados del mundo.
Esa memoria colectiva de grandeza sigue vigente, aunque la realidad haya cambiado. Argentina se percibe como un país de inmigrantes europeos, lo que refuerza la sensación de excepcionalismo. Desde el fútbol hasta la ciencia, Argentina ha dado figuras de talla mundial: Maradona, Messi, Borges, Favaloro. Esto alimenta el orgullo nacional y la idea de que los argentinos destacan en lo que se proponen.
Pero para crecer, necesitamos autocrítica. La sensación de excepcionalidad muchas veces impide reconocer errores y aprender de ellos. Se culpa a factores externos (el FMI, la política, los demás), pero rara vez se hace una revisión profunda de los problemas estructurales. La creencia de que “nadie entiende a Argentina” hace que el país tenga una relación conflictiva con organismos internacionales, inversores y hasta con sus propios ciudadanos. Es difícil construir consensos cuando se parte de la idea de que el mundo funciona mal y solo Argentina tiene razón. Muchos argentinos creen que el país debería estar en la cima del mundo, pero esa misma expectativa choca con la realidad. La viveza criolla, que en principio es una ventaja, termina siendo perjudicial cuando prima el atajo en vez de la planificación. Se buscan soluciones rápidas a problemas estructurales, y esto perpetúa el ciclo de crisis.
Argentina tiene todo para ser un país próspero, pero su mayor enemigo muchas veces es su propia mentalidad. La clave no está en dejar de sentirse especial, sino en usar esa identidad para construir en lugar de dividir, aprender en lugar de justificarse y planificar en lugar de improvisar.
Argentina es un país donde todo puede ser y no ser al mismo tiempo. Donde los enemigos de ayer son los financistas de hoy, donde los sindicalistas luchan por los trabajadores… pero nunca dejan su propio asiento.