Crónica de un final maradoniano
Queda la sensación de que no hay mucho más que agregar. La muerte de Maradona trajo todo lo que cabía esperar, los elogios y las críticas, los análisis, los comentarios, las anécdotas. Al mismo tiempo, el funeral nos dejó escenas de violencia y caos que hacía rato no se veían en un episodio de este tipo, y que superan incluso a lo que ocurrió en el traslado del cuerpo de Perón a San Vicente.
Un final exagerado y en desorden; maradoniano. No es la intención hacer un comentario sobre el hombre Diego Maradona, que hoy finalmente descansa en paz, sino del Maradona mito. Como ocurre con todos los ídolos populares, es una figura que hoy le pertenece más a la imaginación y a los deseos del pueblo de lo que le pertenece al propio Maradona y a su familia.
Es importante tener en cuenta esta diferencia. Lo que vimos esta semana en la Casa Rosada no es casual, es lo esperable. Y no tiene nada que ver, otra vez, con la persona, sino con el mito. Con el uso político que se quiso hacer siempre de este mito. Maradona ha sido durante toda su vida, y ahora lo sigue siendo, una figura maleable que muchos oportunistas quisieron acoplar a sus fines políticos.
Muchos se acuerdan ahora de haberlo visto con Menem y con Ruckauff, con la remera de “Gracias Mingo” en honor a Cavallo, con Néstor y Chávez en la cumbre del ALCA, en Mar del Plata, con Fidel Castro infinidad de veces, y con Maduro, en el último acto de asunción, agitando una bandera. Obviamente el hombre puede elegir las preferencias políticas que se le antojen; en manos del mito, muchas veces es un peligro.
También queda la imagen, la última, la que nos anticipó el final. Un Maradona débil y empequeñecido que fue llevado a la cancha para recibir una placa el día de su cumpleaños. Tinelli y el Chiqui Tapia haciendo el último uso oportunista de un hombre que ya no podía consigo mismo, que parecía ni siquiera entender dónde estaba.
Al final, es la imagen que nos queda: de tanto echar mano del mito, lo destruyeron. Para completar la catástrofe, Alberto Fernández trató de capitalizar lo que quedaba de Diego Maradona. Declaró tres días de duelo y un funeral masivo en Casa Rosada. ¿Las restricciones, el virus, la imposibilidad de despedir a los seres queridos? Nadie se acuerda de ellas.
Y con una multitud en un tiempo limitado, en el corazón del poder durante un momento sensible y potencialmente caótico, pasó lo que tenía que pasar.
Ahora las acusaciones sobre los hechos de violencia se lanzan cruzadas entre la Ciudad y la Nación. Maradona supo ser un símbolo de la unidad nacional, pero ahora su cadáver es usado para seguir agrandando la grieta. Y deja tras de sí la peor imagen de la Argentina. Un destino triste para un mito que fue explotado más allá de lo que ningún hombre podía soportar.
Nota publicada también en: Perfil.com
(*) Consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador (USAL). Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Es docente universitario en UCA y USAL. Columnista de Diario San Francisco, Perfil.com y FM Milenieum, entre otros medios del país y del mundo.