El debate de la muerte
El surgimiento de la democracia en la Antigua Atenas reemplazó el combate con armas por el debate. El campo de guerreros luchando de a dos se transformó en el ágora de los ciudadanos dialogando. Se cambió entonces la muerte por la persuasión.
Las democracias modernas tuvieron muchas diferencias con esas de la antigüedad, pero la centralidad del debate persistió. En el presente parecería que esta herencia se mantiene solamente como un enfrentamiento entre ideologías polarizadas que desde sus versiones más radicalizadas a las menos se oponen sin lograr entablar un diálogo.
Esta división trasciende ya lo que en este lado del mundo bautizamos como “grieta” para transformarse en un elemento más de la vida globalizada.
Basta solo con cambiar de canal, mover el dial o revisar otro diario, para ver que los políticos y los medios de otros países que son citados varían de acuerdo con el medio que consumamos porque se repiten los mismos discursos y enfrentamientos en todas partes del mundo.
En nuestra televisión vemos que la información en los programas políticos ocupa el mismo tiempo que la opinión y que la opinión del periodista parece contundente e inobjetable aunque sea totalmente opuesta a la del canal vecino que se presenta de la misma forma.
No es la intención de esta columna decir si está bien tener muchos programas de información argumentada y con una línea editorial explícita o si es mejor comunicar la información llana y pura sin invitar a una reflexión o un debate.
Parecería que la polarización es un tanto independiente de estos análisis. El público en general suele transformar lo que ve y escucha en verdades que repetidas y retroalimentadas en las redes sociales y en las conversaciones cotidianas se convierten en dogmas.
Las personas hacen los recortes que los medios tradicionales hayan dejado sin hacer y arman sus propios collages de notas, videos, cadenas de WhatsApp, hilos de Twitter y un largo etcétera “informativo”.
Así el ciudadano común empieza a perder la noción de la realidad. Simplemente no puede entender lo que está pasando. Pareciera que todo es nuevo en un proceso en el que todo aquel que cree descubrir una “nueva” verdad, busca sacar ventajas, tratando de imponerla o de llevarla a la práctica aun en contra de la experiencia para poder ganar frente a un adversario que al final del día no es más que un conjunto de prejuicios y exageraciones que arman un “hombre de paja” del que poder reírse.
En nuestro país, las elecciones y sus internas políticas a ambos lados de la grieta es un tema que hoy usamos como excusa para este enfrentamiento.
Se suceden en continuo las discusiones de si Cristina Kirchner y su grupo de afinidad coincide con el grupo de Alberto Fernández, si Juntos por el Cambio va unido o está en medio de una interna feroz que acabará por separarlos, si Florencio Randazzo finalmente logrará instaurar una tercera vía o si es una utopía que murió con el massismo y fue enterrada con Roberto Lavagna.
Se debate si los comercios, los teatros, los bares los restaurantes y etc. deben estar abiertos y las escuelas cerradas o si las escuelas deben abrirse y cerrarse los primeros o si debemos abrir todo.
Analizan si la asistencia del Estado es la adecuada para los negocios o cuál es la decisión más benévola para lograr los votos de los castigados comerciantes.
Nadie pone en la mesa el debate de la muerte. Mientras tanto se tiran con cifras de muertos y contagiados que suben y bajan y cada uno interpreta según su conveniencia, se echan culpas y se defienden con excusas por la falta de una vacunación temprana prometida y no cumplida.
Pero nadie piensa en que la muerte es el fin y lo muerto es parte de un pasado que solamente puede ser honrado si sirve para aprender y proyectar un futuro.
A esta altura ya lo sabemos, es muy sencillo, si no hay vacunas habrá más muertes y si hay vacunas deberíamos estar pensando en un país futuro de consenso y menos pobre con un asistencialismo inteligente.
Pero parece que estamos más pendientes de excusarnos o mostrar el fracaso ajeno respecto del pasado más que de lograr evitar las catástrofes del futuro. El debate mira al pasado y no al futuro: ¿Cuando acabe la pandemia lograremos ser más que supervivientes?
Si estos meses de confinamiento no nos han permitido reflexionar sobre epidemias pasadas, actuales y futuras, no hemos aprendido nada. Si no comprendimos a los desesperados y no supimos consensuar para tener mejor la asistencia y la logística necesaria para atenderlos, seguimos sin incluirlos verdaderamente en la sociedad.
Si no pudimos como sociedad darle respuesta a la gente, seguiremos dando y escuchando los debates de la muerte, groguis y sin reflejos.
Estamos atrapados en el pasado lamentándonos por la muerte que ya sucedió que, como dice la sabiduría popular “es lo único que no tiene solución”. No nos sorprendamos cuando los que sobreviven con proyectos deciden marchar, invertir, vivir y disfrutar en otros lugares donde ya piensan en el día en que logre terminarse con la angustiante muerte para rehacerse al igual que lo ha hecho la humanidad luego de las más diversas catástrofes, guerras y pandemias.
La pantomima del debate es un mal compartido con el mundo, pero hay algo que nos deja peor parados que al resto del mundo: el tema del debate parece haber quedado muerto y no se debate acerca del futuro sino que, con la nostalgia que ya atribuía Sarmiento al gaucho en las pampas.
Parece que miramos solamente al pasado y el debate que nos damos es el de quién es el culpable de las muertes. No pensamos en evitarlas o en proyectar qué habrá después de que estas muertes terminen y debamos lidiar con nuestras habituales catástrofes.
Esto nos muestra que tenemos otra alternativa que seguir debatiendo sobre la muerte, sin mezquindades con mayor participación y con consenso. Nos muestra que podemos hacer más que sobrevivir y podemos pensar en reanudar una vida, pero una nueva vida en el que debatamos para un país futuro que merezca ser tenido en cuenta para vivir.
«No quiero pensar qué sería de mi conciencia si dejara que murieran 40 mil personas. No duermo más, no vivo más en paz». Alberto Fernández 12 de abril del 2020. (Hoy, Argentina superó los 81.214 mientras que los contagios treparon a 3.955.439).
Nota publicada también en: Perfil.com
(*) Consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador (USAL). Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Es docente universitario en UCA y USAL. Columnista de Diario San Francisco, Perfil.com y FM Milenieum, entre otros medios del país y del mundo.