Donald Trump ya es Presidente
El 20 de enero de 2017 será recordado no como el día de la asunción presidencial de Donald Trump en los Estados Unidos sino como «el día en que el pueblo volvió a ser el gobernante de esta nación». Eso proyectó el mandatario en su discurso tras la asunción, un texto que dijo haber escrito él mismo y que mostró completa coherencia con sus mensajes a lo largo de la campaña —salvo porque no mencionó siquiera el plan de seguro de salud de Barack Obama, un blanco favorito en sus días de candidato— y sus elecciones para el gabinete.
Trump ingresó al espacio de la jura con el pulgar en alto, mientras repetía la expresión «gracias» a quienes lo aclamaban. Moderó el tono de campaña sólo para aceptar el mandato —la mano izquierda sobre una Biblia y la derecha en alto— acompañado por su familia. Volvió entonces al estilo de arenga: «Hoy no transferimos meramente el poder de un gobierno a otro, o de un partido a otro: transferimos el poder de Washington DC y lo devolvemos a ustedes, el pueblo».
Los políticos prosperaron y los empleos se perdieron; el establishment se protegió pero dejó a los ciudadanos librados a su suerte. Como si no fuera él hoy un político y como si no hubiera pertenecido a ese establishment, el mandatario prometió: «Todo eso cambia, comenzando aquí y ahora, porque este momento es el momento de ustedes: les pertenece a ustedes».
Casi probando la entereza de los presidentes que lo precedieron —Obama, George W. Bush y Bill Clinton; también asistió James Carter— describió el país que ellos le dejaron como un cementerio de fábricas, criminalidad extraordinaria, infraestructura descompuesta y estrechez económica. «Esta carnicería de los Estados Unidos termina aquí mismo y termina ahora mismo», dijo sin moverse de la distopía que angustia a quienes le dieron el triunfo.
Ese fue el elemento más criticado de su comunicación: no le habló a los demás estadounidenses, a los que no lo votaron y para los que también habrá de gobernar. Un gesto diferente tuvo durante el almuerzo de asunción: pidió que los invitados se pusieran de pie para aplaudir a los demócratas Bill y Hillary Clinton, a quienes les manifestó «muchísimo respeto». El gobernante número 45 asumió cuando el 86% de los ciudadanos estima que se vive una división política sin precedentes, según una encuesta del Pew Research Center.
Para esos votantes que lo llevaron a la Casa Blanca comenzó a trabajar el mismo viernes. Según dejó trascender su equipo, Trump preparó un «tsunami» de acciones ejecutivas a firmar en las primeras 72 horas de su presidencia, que excluirán el fin de semana. Esas medidas insinúan que no se alejará de las estadísticas históricas de sus antecesores, que han cumplido casi tres cuartas partes de sus promesas de campaña.
Su primer paso será congelar todas las normativas y disposiciones que quedaron pendientes en distintos organismos desde la gestión de Obama, hasta que los nuevos titulares de las agencias las revisen. Eso es algo que normalmente hacen todos los presidentes apenas asumen. Pero Trump irá más lejos, dijo su vocero Sean Spicer: «Se ha comprometido a promulgar no sólo el día 1, sino también el 2 y el 3, una agenda de cambio verdadero».
Se estima que el volumen de decretos presidenciales puede llegar a dos centenares y comenzar por temas como la salud, el clima, la inmigración, la energía.
Según repitió, Trump firmará la notificación oficial para el Acuerdo Transpacífico sobre la salida de los Estados Unidos. «Terminar con las restricciones a la producción de energía que destruyen empleo estadounidense», otro de los objetivos de los primeros días, se traducirá en eliminar regulaciones antipolución del carbón o la exploración de petróleo y reabrir caminos para el oleoducto Keystone XL que ha causado controversia interminable.
Además de solicitar formalmente que el Departamento de Empleo investigue «los abusos de los programas de visado que minan al trabajador estadounidense», sentará las bases para el muro fronterizo con México y limitará la entrada de solicitantes de asilo de América Latina, hecho que afectará a los más de 700.000 jóvenes que fueron ingresados ilegalmente cuando eran menores de edad que se beneficiaron de autorizaciones de dos años para trabajar o estudiar.
Antes de su visita el sábado a la sede de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) —a la que criticó duramente porque aseguró que Rusia había interferido en las elecciones mediante el robo y la filtración de datos, aunque luego le reconoció razón— ordenará a la cúpula militar la confección de un plan que proteja los intereses estadounidenses de los ciberataques.
Firmará también el congelamiento de las contrataciones en el sector público federal y la prohibición de que los funcionarios realicen actividades de lobby durante cinco años después de dejar el servicio público, y para siempre si se trata de gestiones para gobiernos extranjeros.
Se desconoce todavía qué hará con respecto a la política de salud: si el congreso simplemente deroga Obamacare, Trump se encontrará con casi 20 millones de ciudadanos molestos por haber perdido un seguro médico con pocos beneficiarios felices, pero muy difundido, de un día para otro.
Trump se dirigió a quienes no lo votaron una sola vez en los 16 minutos de su discurso: «Debemos decir lo que pensamos abiertamente, debatir nuestros desacuerdos con honestidad, pero siempre buscar la solidaridad».
El resto del mensaje fue para el ciudadano que salió a votar contra el sistema que siente que le ha dado la espalda desde los años de Bush hijo: «Nunca más serán ignorados. Su voz, sus esperanzas y sus sueños definirán nuestro destino estadounidense», dijo. «Juntos haremos que los Estados Unidos sean fuertes otra vez. Haremos que los Estados Unidos sean ricos otra vez. Haremos que los Estados Unidos sean orgullosos otra vez. Haremos que los Estados Unidos sean seguros otra vez. Y, sí, juntos haremos que los Estados Unidos sean grandes otra vez».
Sin embargo, conviene no confundir el populismo del discurso con la popularidad del presidente, que ganó en el colegio electoral pero que perdió el voto popular en su conjunto por casi 3 millones de votos.
Ni siquiera en momentos como la Gran Depresión o los movimientos por los derechos civiles un mandatario de los Estados Unidos asumió en un clima de tanta protesta. Hubo más de 90 detenidos en Washington por los disturbios, y para este sábado se espera una marcha masiva de mujeres contra el gobernante que se jactó de agarrarlas de los genitales.
Con una aprobación del 40% y una desaprobación del 48%, Trump marcó un récord de imagen negativa. Su antecesor, por ejemplo, juró con 14% de desaprobación y 66% de aprobación, y Bush hijo con 30% y 50% respectivamente. «La misma gente que hizo las encuestras electorales falsas, y se equivocaron tanto, ahora hacen encuestas de nivel de aprobación. Están tan amañadas como antes», tuiteó en respuesta el flamante @potus —Obama, entre calabazas y ratones, se cambió a @potus44—, desde su siempre ardiente @realDonaldTrump.
La importancia de esas cifras radica en que el comienzo del ejercicio del poder implica desgaste: Obama, con el carisma intacto, perdió 15% de aprobación durante su primer año en la Casa Blanca.
Luego de la versión afro-estadounidense de Camelot que encarnaron Barack y Michelle Obama, que tuvo también consecuencias importantes en la modernización del gobierno y el papel de la Primera Dama, la Casa Blanca se prepara para una cotidianeidad más retro.
Si se mira el gabinete de Trump se ven los primeros indicios: si el 65% eran varones en el gobierno de Obama, el 82% lo son en el del magnate; si el 52% eran blancos, 86% lo son ahora. El demócrata valoró la experiencia: 87% de sus funcionarios principales habían ocupado cargos electivos o legislativos; sólo el 55% de los de Trump lo hicieron. Y por primera vez en la historia del país hay un 14% de multimillonarios a cargo de la gestión pública.
«Tenemos un montón de gente inteligente», dijo el mandatario, en su estilo desenvuelto que es costumbre desde que alimentaba a la prensa amarilla con sus romances en décadas pasadas. «Tenemos por lejos el coeficiente intelectual más alto que cualquier gabinete haya reunido alguna vez».
Como él mismo, su equipo tiene poco de convencional. Conviven dos ramas claramente diferenciadas: la política, que incorporó a los conservadores tradicionales republicanos, como el vicepresidente Mike Pence o el jefe de Gabinete Reince Priebus, quien encabezó el partido, y la del mundo de los negocios, que llevó a Steve Bannon, el controversial dueño de Breitbart News, como principal estratega y al yerno presidencial, Jared Kushner, esposo de Ivanka Trump, como consejero principal. Esas vertientes en general no simpatizan y muchas veces tienen opiniones opuestas en temas como el cambio climático, Israel, los impuestos, Rusia o el comercio internacional.
Sin embargo, tienen un perfil uniforme en un aspecto: son todos conservadores. Los hay más belicosos, los hay más negociadores, pero todos son herederos del concepto de gobierno chico de Ronald Reagan. Para algunos habrá contradicciones profundas en el ejercicio de las funciones: Scott Pruitt, titular de la Agencia de Protección Ambiental, presentó en el pasado 14 demandas contra ese organismo, para protestar la reglamentación sobre gases del efecto invernadero.
En el mundo de Vladimir Putin y el Brexit, de los movimientos nacionalistas en Europa y de la violencia del islamismo radicalizado, el triunfo de Trump dio otra señal de que el triunfalismo liberal posterior a la Guerra Fría, aquella creencia incuestionable de que los valores del capitalismo se adoptarían a escala global, llegó a su fin.
Si el discurso de re-asunción de Bush hijo reafirmó que los Estados Unidos estaban llamados por el destino a ser la policía planetaria —»es la política de los Estados Unidos procurar y apoyar el desarrollo de movimientos e instituciones democráticas en cada nación y cultura, con el objetivo final de poner fin a la tiranía en el mundo»—, Trump dejó en claro que esa responsabilidad no puede cargar sobre la clase media empobrecida de las ciudades o los productores rurales del Oeste Medio.
«Desde hoy en adelante, una nueva visión gobernará nuestro territorio. Desde hoy en adelante será solamente los Estados Unidos primero, los Estados Unidos primero», dijo.
Los valores globales no son ya asunto del país más poderoso del mundo. Es hora de un nuevo orden mundial, en el cual los aliados occidentales tendrán que revisar sus criterios. «Reforzaremos las viejas alianzas y formaremos nuevas», explicó Trump, y «uniremos el mundo civilizado contra el terrorismo del islamismo radicalizado, que erradicaremos de la faz de la tierra». Si entre esas nuevas uniones la simpatía mutua que lo une a Putin se cristaliza en algo más, acaso Crimea sea para siempre parte de Rusia.
«Durante muchas décadas hemos enriquecido a la industria extranjera al costo de la industra estadounidense; hemos subsidiado a los ejércitos de otros países mientras permitíamos la reducción muy triste de nuestras fuerzas armadas; hemos defendido las fronteras de otras naciones mientras nos negábamos a defender la nuestra», argumentó.
De allí pasó a la riqueza de la clase media que se perdió en el país y se derramó en el mundo: cierta desilusión ante el sistema democrático se conjugó con las crisis económicas, un clima propicio para que el nacionalismo y el proteccionismo populistas florecieran. A la vez, la idea de una superpotencia sola se hizo insostenible con el crecimiento de China, objeto de desafío para Trump.
Trump siempre se ha manifestado muy orgullo de su best seller El arte de la negociación, y de algún modo aplicó esa biblia personal a la carrera que lo llevó a 1600 Pennsylvania Avenue. Y en su discurso de toma de posesión, como en las entrevistas que concedió y en su conferencia de prensa en los Estados Unidos, confirmó que mucho de su estilo de gobierno, interno e internacional, se basa en eso.
La política «Una Sola China», que inició Richard Nixon en 1972 y ha tenido vigencia desde entonces, puede cambiar. «Todo está bajo negociación, incluida Una Sola China», dijo al Wall Street Journal. Ha hablado de manipulación del yuan y ha advertido a Beijing que tomará medidas contra esa desventaja que afecta a las empresas estadounidenses, como un posible impuesto del 35% a las importaciones de manufacturas chinas.
También ha opinado a favor del voto por el Brexit, puesto que en su visión de futuro la Unión Europea habrá de desaparecer: «Mantenerla unida no va a ser tan fácil como mucha gente piensa», dijo al diario británico The Times. Al llamar «obsoleta» a una pieza capital de los acuerdos militares de los Estados Unidos, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), le puso condiciones. Y al ubicar en el mismo plano a la canciller alemana Angela Merkel y a Putin —»Comenzaré por confiar en los dos, pero veremos cuánto dura eso»— también sentó las bases para una negociación.
Si bien la diplomacia suele tener otras complejidades, el presidente flamante de los Estados Unidos prometió basado en su arte: «Cada decisión sobre comercio, impuestos, inmigración, relaciones internacionales se tomará para beneficiar a los trabajadores y las familias de los Estados Unidos». Definió como «estragos» lo que hacen otros países que «producen nuestros bienen, roban nuestras empresas y destruyen nuestros empleos».
Es difícil imaginar el escenario del porvenir cercano, pero Trump dejó en claro que quienes hace menos de dos años consideraban que su candidatura era inviable se equivocaban, tanto en la evaluación de las expectativas del ciudano estadounidense como en las de otros pueblos. «Buscaremos la amistad y la benevolencia de las naciones del mundo, pero lo haremos con la comprensión de que el derecho de todos los países es poner sus intereses propios por delante», dijo. Que equivale a definición de las dos reglas simples de su gobierno: «Comprar estadounidense y emplear estadounidenses».
Fuente: Infobae. Infobae