Fin de la cuarentena: estamos como el burro detrás de la zanahoria
Es una metáfora recurrente, especialmente para los argentinos. La zanahoria, que parece tan alcanzable; el pobre burro que continúa su marcha no se da cuenta de que jamás llegará a saborearla.
De lo que no se da cuenta, además, es de que cuanto más desea la zanahoria, y trata de alcanzarla, esta más se aleja. El fin de la cuarentena es un poco así. Tan cerca pero tan lejos, y más lejos cuanto más cerca.
A veces pienso que necesitamos, como el burro, tener una zanahoria delante, una ilusión, aunque sea imposible, que nos haga seguir adelante. Psicológicamente es normal; lo anormal sería darse por vencido.
Pero esto me lleva a otra pregunta: ¿qué haremos cuando este objetivo se cumpla? ¿Podremos degustar la zanahoria o hay otra esperándonos un poco más adelante?
Esta pandemia nos ha mantenido en el presente, en el miedo; nos ha puesto cara a cara con la muerte y la tristeza. Nadie niega las virtudes de la cuarentena; fue una experiencia que todos tuvimos que pasar de golpe, ya que nos era algo desconocido.
Pero ahora, tras más de 60 días, seguimos sin poder escapar de ella. Los medios crean un microclima porque vende; hasta los programas de deportes y espectáculos, como no tienen de qué hablar, se vuelcan a las tragedias. Vivimos anclados en un mismo punto.
No hay ideas para negociar el presente y, lo peor, tampoco las hay para negociar el futuro. Recientemente, hablaba con un amigo, Ignacio Aragües, quien hace un año vive en Hong Kong. Un país que escapó a la cuarentena, gracias a medidas drásticas que fueron tomadas en parte por el gobierno y en -gran- parte por la población, de manera espontánea.
Uso de barbijos, autoaislamiento, distancia social. Hoy Hong Kong celebra 14 días sin contagios locales y empieza a ver la luz al final del túnel. Esta es la realidad, en general, de Asia, tan distinta a la de Europa y América.
¿Y qué es lo que está sucediendo allá, a medida que se relajan las medidas en contra del virus? El panorama, lógicamente, no es idéntico, pero sí nos da algunas pistas sobre lo que podría ocurrir. Las cosas, en efecto, ya no vuelven a ser iguales después del coronavirus.
A nivel económico, se apuesta por una reactivación lo más rápida posible. La urgencia ya no es recuperar las pérdidas, sino evitar que estas sean mayores. Con poblaciones enormes, Asia tiene mucho que temer. Además, las experiencias de trabajo y educación a distancia han impuesto nuevas lógicas laborales y una mayor flexibilización.
Políticamente, el panorama se oscurece. Los gobiernos salen de la crisis fortalecidos al mismo tiempo que debilitados. Las medidas necesarias para combatir el virus han hecho que el autoritatismo aumentara o se fortaleciera en distintos países.
Y ahora se busca seguir en la misma línea para evitar que cualquier sobresalto político arruine la reactivación económica. Es lo que ocurre en Hong Kong: China se movió rápido para seguir recortando las libertades individuales en este territorio, del que su economía en buena parte depende.
Incluso los países con una mejor performance durante la crisis ahora se asoman con incertidumbre a la etapa post-covid19. ¿Qué nos queda a nosotros? No hay que ser deterministas, ni decir que estamos condenados al fracaso. Pero sí hay que ser realistas: no hay ningún equipo trabajando o planteando ideas para salir de este momento.
¿Se busca la conciliación nacional o solo la foto que venda? ¿La cadena nacional Fernández – Kicillof – Rodríguez Larreta cumple algún propósito o se trata solo de cubrirse y marcar la cancha? Podríamos pensar entre muchos argentinos lúcidos cómo salir airosos de esta pandemia; ¿seguimos conformándonos con la gente que entrega las llaves del local a la inmobiliaria? ¿queremos vivir en una ciudad fantasma? La popularidad del gobierno es alta, pero también es efímera. En cuanto lo peor, el miedo y la muerte, empiecen a alejarse, la popularidad -y con ella la estabilidad- puede caerse como un castillo de arena.
Nota publicada también en: Perfil.com