Ganó Trump en un «nuevo mundo electoral»: una política más autoritaria y nacionalista
OPINION – por Eduardo Reina – Especial para DSF
Las figuras políticas que rompen con las estructuras tradicionales y desafían el sistema ganan cada vez más apoyo en contextos complejos de crisis, desconfianza y malestar.
Las figuras políticas que rompen con las estructuras tradicionales y desafían el sistema establecido ganan cada vez más apoyo, especialmente en contextos de crisis económica, desconfianza hacia las élites y un creciente malestar con las políticas «mainstream». Trump en Estados Unidos, Meloni, Milei en Argentina, y figuras similares en otras partes del mundo, representan una corriente de descontento con la política tradicional y un auge del «populismo de derecha», que se alimenta de la retórica nacionalista, proteccionista y anti-establishment.
La ciudadanía siente que las élites políticas, tanto a nivel nacional como internacional, no han resuelto los problemas estructurales que afectan a la mayoría de la población: desempleo, desigualdad, inseguridad, y un estancamiento económico que no mejora con el paso de los años. Muchos votantes buscan alternativas fuera de los partidos tradicionales, incluso si esas alternativas son más arriesgadas, porque sienten que el status quo no les ha ofrecido soluciones.
El papel de los nuevos medios en la política es clave, han transformado la manera en que las campañas se comunican, favoreciendo a los políticos que pueden romper con los canales tradicionales de comunicación y conectar directamente con el electorado. Trump, por ejemplo, utilizó las redes para movilizar a su base, desbordando a los medios convencionales y apelando a las emociones de la gente. Esto ha permitido que incluso figuras con un estilo «disruptivo» o «controvertido» puedan obtener un amplio apoyo.
Una de las características de este tipo de líderes es el fenómeno del «voto oculto o vergüenza». Hay votantes que no se sienten cómodos admitiendo públicamente que apoyan a alguna figura, especialmente por sus posturas controversiales o su estilo agresivo, pero terminan votando por ellos en las urnas. Este voto es un reflejo de un sentimiento de vergüenza o de un deseo de mantenerse al margen del debate público, pero con una preferencia interna hacia el cambio.
Lo que mucha gente no quiere es más de lo mismo: promesas vacías o soluciones simplistas que no aborden los problemas reales. Sin embargo, dentro de las narrativas anti-políticas, hay un rechazo al «populismo tradicional» (como el que caracteriza a líderes de izquierda o centro-izquierda que promueven políticas de bienestar sin ser suficientemente efectivos). Los votantes se sienten atraídos por aquellos que se presentan como disruptivos, se distancian de los viejos clichés políticos, incluso si su estilo es radical.
Este fenómeno también tiene que ver con un retorno a ideas nacionalistas y proteccionistas. En tiempos de globalización y grandes crisis económicas, muchas personas temen que sus países pierdan soberanía y bienestar económico frente a mercados internacionales que no favorecen a todos. Los discursos nacionalistas promueven la idea de poner los intereses del país por encima de todo, de proteger el empleo local y de limitar la influencia extranjera.
Gobiernos de «libertad autoritaria» que puede parecer contradictoria, pero que en muchos casos se interpreta como la necesidad de tener un liderazgo fuerte y decisivo que no dependa de los mecanismos tradicionales de consenso o negociación, lo cual se percibe como ineficaz ante los retos actuales.
A nivel global, estamos viendo una reconfiguración de las potencias, con figuras como Trump en EE.UU. y Putin en Rusia que desafían las normas previas de convivencia diplomática y equilibrio de poder. Ambos han jugado con la idea de la «fuertes decisiones» y han promovido políticas que, aunque polarizantes, resuenan con una parte importante de la población. ¿El futuro del mundo dependerá de si estos líderes logran resolver los conflictos internacionales sin causar más daño? Esa es una pregunta crucial, porque las decisiones que tomen sobre temas como la guerra, el cambio climático, las relaciones internacionales y la economía afectarán a todo el planeta.
El electorado de hoy está más preocupado por el presente y futuro inmediato que por el pasado. El mensaje de progreso, el cambio y la promesa de solucionar problemas actuales resuena más que el recuerdo de cómo fueron las cosas en tiempos pasados. Es un electorado que, debido a la rapidez de los cambios económicos y tecnológicos, no quiere soluciones lentas o pasos graduales. Busca respuestas rápidas y claras, aunque a veces esas respuestas impliquen riesgos. «No aguanto a los políticos», «Izquierda y derecha ya no, antiguo y demodé», el mundo deberá acostumbrase al péndulo político.
La tendencia que se está viendo en EE.UU. y Europa puede tener paralelismos en América Latina, donde figuras como Milei representan el deseo de muchos por un cambio radical. Sin embargo, en la región también existen profundas desigualdades sociales y económicas, lo que podría complicar la implementación de políticas autoritarias o proteccionistas en el largo plazo. La pregunta clave es cómo estos nuevos líderes logran equilibrar el mensaje disruptivo con la capacidad de gestionar un país de manera efectiva, sin caer en la polarización extrema o la imposibilidad de gobernar.
Estamos en presencia de un «nuevo mundo electoral» refleja el auge de una política más autoritaria y nacionalista, en respuesta a una profunda desilusión con los sistemas políticos tradicionales. Mientras el electorado busca soluciones rápidas y directas, las tensiones internas y externas podrían llevarnos a un panorama político aún más fragmentado y polarizado.
«Con el puño no se puede intercambiar un apretón de manos». – Indira Gandhi