Historias de San Francisco: Joyería y Relojería La Nueva
Adolfo Allemand había nacido en Évilard, Cantón de Berna (Suiza) en 1883. Con sólo 20 años y en compañía de un hermano dejaron Europa para embarcarse rumbo a América.
Todavía no eran tiempos de Guerras Mundiales pero su espíritu aventurero y los beneficios que nuestro país promocionaba en el viejo continente para los inmigrantes, hicieron que estos jóvenes llegaran a la Argentina a principios del siglo pasado.
Su primer destino fue Bragado, en la provincia de Buenos Aires. Allí comenzó a desarrollar su oficio de relojero a la vez que impulsó la actividad de la apicultura, siendo el primer productor de esa provincia. Fue en esta localidad que conoció a María Gobet, descendiente de inmigrantes ingleses y suizos, con quien se casó y tuvieron 5 hijos (Emma, Enrique, Rosa, Susana y Adolfo).
Antes de abrir el capítulo sanfrancisqueño, Allemand fue un entusiasta y emprendedor comerciante, muy comprometido con actividades sociales y culturales de su comunidad. Fue socio fundador del Club Tiro Suizo de Bragado y tenía un espacio en la revista Chacra donde exponía sus conocimientos sobre apicultura.
Según cuentan sus descendientes, unas de las niñas del matrimonio, Susana, se veía afectada por algunos problemas respiratorios. Fue así que ante un consejo de un médico del lugar emprendieron su viaje hacia tierras cordobesas buscando un mejor clima para el tratamiento de la afección de la menor. Increíblemente el lugar elegido fue San Francisco. Tal vez en la decisión primó más las interesantes posibilidades comerciales que se abrían en esta pujante y reciente ciudad del este cordobés.
Es así que en 1924 abre sus puertas la Joyería y Relojería La Nueva. El emprendimiento, ubicado en Avenida 25 de Mayo al 1700, funcionó con gran suceso hasta principios de la década del ´30. La crisis económica de esos años hizo que Adolfo tuviera que cerrar el local comercial, trasladando su taller a su domicilio particular de Bv. 9 de Julio al 1400. Luego, con los años la familia se mudó a una casa por calle Mitre al 260 donde allí Allemand residió hasta su fallecimiento en 1956, por causas de una dura enfermedad.
Cómo tantos otros inmigrantes, su sueño era poder regresar en algún momento a su tierra natal. Nunca pudo hacerlo. En una de las cartas que intercambió con hermanos, familiares y amigos que le quedaron en Suiza y al enterarse de su complicado estado de salud, Adolfo escribió: “Ahora sé que nunca podré volver”. Sus restos descansan en el cementerio de nuestra ciudad.