La «agendas» son de nosotros, las vaquitas son ajenas
Hace poco un candidato estadounidense dijo que las campañas políticas “son como golpearse en la cabeza con un martillo: uno se siente muy bien cuando terminan”. Todos los que hemos trabajado en ellas sabemos lo estresantes que pueden resultar para todos los involucrados, especialmente para los candidatos, que deben estar atentos a cada paso y a cada palabra para no cometer un error potencialmente suicida. Pero tampoco hay que olvidar que más estresantes todavía pueden resultar para la sociedad.
Es verdad que la campaña de 2017, a diferencia de otras anteriores, no nos saturó con avisos, publicidades hasta en la sopa, o candidatos bailando por un sueño. Fue más relajada en estos aspectos (en parte se debe a que el viraje a las redes sociales ya es definitivo), pero en otro sentido fue una de las más estresantes para la gente en los últimos tiempos.
Es como si los políticos hubieran decidido pasarle todo el peso y el estrés de la campaña a la sociedad. Parece que en nuestro voto de octubre se juega el destino mismo del país: o votamos bien, y nos salvamos, o votamos mal, y se viene el apocalipsis. Un apocalipsis que puede ser, depende de quién nos esté hablando, el retorno de Cristina o la implantación del neoliberalismo (o cualquiera de las dos cosas, si el que está hablando es Massa).
Cuando la mayor parte de la sociedad cree este relato, para un lado o para el otro, el resultado es una tensión constante. La grieta se agranda. Ni siquiera se puede criticar a los propios referentes por miedo a favorecer a los otros. Bueno, como dice el famoso meme, “vamo a calmarno”. No viene mal recordar que estas son elecciones legislativas, y que difícilmente cambien el rumbo del país. Alguna vez, un amigo me recomendó que cuando me preocupara mucho por algo, me imaginara en cómo iba a ver ese mismo problema dentro de cinco años. Resulta que a veces nos estresamos demasiado por algo que en poco tiempo no tendrá la menor importancia.
Está claro que estas elecciones no son tan relevantes como nos quieren hacer creer. Pero me pregunto también si son relevantes en absoluto. A lo mejor todo este tono apocalíptico encubre la realidad de que no hay mucho en juego. Uno puede pensar en elecciones históricas como las del 83, en las que se discutía si había que juzgar o no a los responsables del terrorismo de estado. En las últimas elecciones de EEUU, se debatió el tema de los inmigrantes. En las de Francia, la permanencia del país en la Unión Europea. Todas cuestiones de suma importancia para el futuro y para el bienestar de la sociedad.
Me pregunto cuál es el gran tema que se está discutiendo en estas elecciones. ¿Hay alguno? ¿Qué vamos a recordar de esta campaña pobre dentro de unos años, o incluso dentro de unos meses? Parece que el único problema que hay es si Cristina vuelve o no, si Macri tiene suficiente apoyo o no. De alguna forma, los problemas de los políticos han desplazado a los problemas de la sociedad.
El único tema de las elecciones parecen ser las elecciones mismas. Nos olvidamos, con tanto apocalipsis anunciado, que las elecciones son nada más que un medio para un fin, y ese fin no es el de los políticos, sino el de la gente. Y es la que gente la que tiene que poner la agenda, sin dejar que nadie se la imponga.
(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com