¿La casa está en orden?
Creo que no es necesario decir que, más allá de las necesidades económicas y administrativas, la aprobación de la reforma previsional fue un hecho político. Así lo entendieron los principales actores, y así lo entendió la sociedad. Con el correr de los días, se discutieron cada vez menos los aspectos legales, técnicos y económicos de la reforma, y se discutió cada vez más la violencia en las calles y la red de alianzas puertas adentro.
En sí, más allá de que estemos a favor o en contra, la aprobación de esta reforma significó un paso importante en la nueva configuración política que se viene perfilando en nuestro país. Al acompañar el proyecto, una buena parte de dirigentes del PJ, gobernadores y diputados, decidieron pararse como oposición. Así, dieron el visto bueno a un nuevo modelo, con el peronismo fuera del poder por los próximos 2 años, y quizás por los próximos 6.
Claro que, ante este nuevo escenario, están quienes no se resignan a ser oposición. Son aquellos que quieren el poder en 2019, o, en el peor de los casos, ahora mismo. En este último grupo están los kirchneristas fanáticos, que nunca pudieron elaborar correctamente el duelo de perder el poder. Por eso, no apuntaron a resolver el problema dentro del recinto, sino afuera, en las calles, y estimularon (en conjunto con la izquierda) una violencia que apuntaba a que se cayera la sesión e idealmente a que Macri tuviera que salir de la Casa Rosada en helicóptero para que Cristina hiciera una entrada triunfal, por aclamación.
Puede sonar a broma, pero ¿a alguien le quedan dudas de que los kirchneristas fantasean con estos escenarios en sus imaginaciones más profundas? El kirchnerismo no sabe ser oposición, no quiere ser oposición, y sobre todo no cree ser oposición. Cree que es el verdadero dueño de la Casa Rosada, y que el gobierno de Cambiemos es apenas un grupo de okupas temporales.
Por otro lado está Sergio Massa, que tampoco pudo elaborar el duelo de haberse perdido el arreglo con Macri allá en 2015, y de no haber podido perfilarse, tampoco, como referente del peronismo futuro en las elecciones de este año. Esto es una consecuencia de sus propios errores, claro, de haber mantenido un modelo zigzagueante e indefinido, entre la ambición y la traición, hasta el último momento. Hoy por hoy, sólo cosecha el apoyo de los que se quedaron afuera y resentidos (Solá, Camaño, etc.), y sus intentos de perfilarse como referente opositor son a fin de cuentas tan torpes como los del propio kirchnerismo.
En política no se juega solo. Como anticipé varias veces en esta columna, Macri se decidió a ser quien acomodara finalmente al peronismo. El gobierno salió a buscar a Pichetto y a los gobernadores sin ingenuidad. Aquellos que entregaron sus armas pacíficamente -soportando algún costo político en el corto plazo- son los grandes ganadores de la jornada, además del propio gobierno nacional. El apoyo de Córdoba, Salta y Misiones, entre otros, fue clave para que se aprobara esta reforma, y serán estas provincias las protagonistas de la próxima configuración política.
Entre quienes se quedaron afuera, prima el resentimiento. María Emilia Soria, del PJ, dijo que los gobernadores “demostraron ser las prostitutas de Macri”. Está claro que, desde esta visión, no existen las estrategias ni las coyunturas: sólo estar a favor o estar en contra.
Hubo también algunas ausencias notables a la hora de votar, incluyendo a Snopek, de Jujuy, y a cuatro legisladores del FPV: Basterra (Formosa), De Vido (al que se cita “suspendido por Art 70 C.N.), Laura Russo (esposa de Sujarchuk, intendente de Escobar y ex funcionario de Alicia Kirchner en Desarrollo Social) y…. nada más y nada menos que Daniel Scioli.
Scioli es quizás el mayor símbolo del kirchnerismo derrotado (al menos, entre aquellos que siguen libres): consumido por la ambición, siempre en un lugar ambiguo e incapaz de encontrar su lugar en un nuevo modelo político. La única que queda, al final del día, es ausentarse.