La crisis política en Perú y la fragilidad de las democracias latinoamericanas
Hace tres meses, Perú parecía haber evitado por los pelos una crisis institucional. El presidente Pedro Pablo Kuczynski (o PPK) había estado entonces muy cerca de la destitución a causa de sus presuntos vínculos con Odebrecht -un escándalo de corrupción que viene haciendo estragos en los gobiernos de Latinoamérica. Pero en diciembre PPK logró acordar con la oposición lo que fue apenas un secreto a voces: otorgó el “indulto humanitario” al ex presidente Alberto Fujimori a cambio de que la oposición no lo destituyera.
Fue una jugada cuestionable desde el punto de vista ético, pero aparentemente efectiva a los fines políticos. En aquella jornada, PPK se mostró exultante y llamó a una nueva reconciliación nacional. En una nota que publiqué en aquel momento advertí, sin embargo que el presidente “no debería detenerse a respirar aliviado ni siquiera un segundo”, pues era el momento de “poner manos a la obra y replantear toda su estrategia comunicacional”. ttps://www.diariosanfrancisco.com.ar/la-crisis-peru-los-errores-comunicacionales/
En efecto, PPK se durmió en los laureles de esa cuestionable victoria. Y, hace unas horas, se vio obligado a renunciar a la presidencia de Perú, cuando se hizo evidente que el Congreso lo destituiría en la sesión del 22 de marzo. El cargo está por el momento vacante, y aunque cabe esperar que lo asuma en breve el vicepresidente Manuel Vizcarra, su débil posición institucional podría obligarlo a llamar a elecciones anticipadas.
Lo ocurrido es sumamente triste, no por el individuo, PPK, que debe responder a las acusaciones que pesan sobre él, sino porque nos muestra la fragilidad de las democracias latinoamericanas.
El error de Kuczynski fue acordar con una oposición fujimorista, que respresenta un pasado oscuro del país andino. En ese entonces, la líder del principal partido opositor, Fuerza Popular, era Keiko Fujimori, hija del expresidente. Su hermano, Kenji Fujimori, era el líder de los congresistas de FP y uno de los artífices del “rescate” que se hizo de PPK en diciembre.
En enero estalló una interna familiar: Kenji dejó el partido de su hermana y formó su propia fuerza, Cambio21. Poco después, aparecieron unos videos en los que se lo veía intentando convencer a otros congresistas de que votaran contra la destitución de Kuczynski. El “kenjivideo”, como la prensa lo bautizó, llevó a la renuncia de PPK y a una situación muy complicada para Kenji. La principal beneficiada, por supuesto, es Keiko.
Lejos de quedar desterrado de la política, el fujimorismo ha vuelto a ser un actor central. Recordemos que, en su mandato, Alberto Fujimori dio un “autogolpe” mediante el cual disolvió el congreso y se instaló con poderes dictatoriales -acompañado por el siniestro Vladimiro Montesinos.
Además de los crímenes de lesa humanidad y los atropellos a las libertades que se cometieron en esta época, se dio rienda suelta a una corrupción que enriqueció a Fujimori y sus seguidores (y que hizo que muchos de ellos terminaran en prisión). No obstante, gran parte de la sociedad peruana sigue estimando a Fujimori, a quien ve como principal responsable de la eliminación del grupo terrorista Sendero Luminoso.
Siempre que un país retorna a la democracia, es necesario que haya gobiernos responsables, que fortalezcan las instituciones en lugar de debilitarlas. PPK no logró estar a la altura de la historia: se fue por la puerta chica y después de apenas 15 meses en el cargo. No a causa del caso Odebrecht (en el que todavía no sabemos si estuvo involucrado) sino de su torpeza comunicacional y política. Sus asesores y comunicadores parecen haber jugado en contra del presidente, que no supo plantear una estrategia clara, y terminó recurriendo a jugadas políticas burdas.
El pacto con la oposición le dio apenas tres meses más en el cargo, y por esto dudosamente haya valido la pena el indulto a Fujimori. La corrupción es el fantasma que pesa eternamente sobre nuestras democracias, y uno al que todos los gobiernos deben estar doblemente atentos. Cuando estallan estos escándalos, la sociedad pierde la confianza en sus instituciones, y empieza a añorar los tiempos menos democráticos pero más estables. Esta es la puerta por la que algunos personajes oscuros pueden retornar a la escena política, aun cuando se los creía desterrados.