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La patada del cura y el Infierno del Papa

La Semana Santa mediática no suele coincidir con la Semana Santa de los fieles cristianos, como esta tampoco coincide del todo con la de la liturgia.

Esta última «disonancia» suele tenernos a mal traer a los curas. Sin embargo, la obstinación de la gente y sus devociones suele domesticarnos. Cosas del humor de Dios, que nos hace más sabios y humanos.

Pero esa tensión entre unas y otras «Semanas Santas» está ahí. Y, cada año, suele ofrecernos algunas «perlitas».

Este año 2018, dos noticias parecieron focalizar la Semana Santa mediática: la patadita voladora de un párroco que, de esa forma, reaccionó ante el festejo de una joven que se acababa de graduar, y con pintura, huevos y otros ingredientes, amenazaba enchastrar el edificio sagrado.

Pero, no me detengo en este hecho, rápidamente viralizado y – ¡no podía ser para menos! – condenado severamente por los tribunales de la moralidad pública.

Sí me llamó la atención la «rara avis» del pobre de Nicolás Repetto que quiso poner un poco de sentido común (al menos, lo que él y otros consideramos como tal), llevándose también él varias diatribas condenatorias.

La moral pública está asegurada. Podemos dormir tranquilos.

El segundo hecho parece menos trivial. El Papa Francisco habló, parece ser que por teléfono, con el archiconocido director del diario italiano «La Reppublica», Eugenio Scalfari, también archiconocido por su ateísmo/agnosticismo siempre en búsqueda…

Como en otras ocasiones, Scalfari, cual vocero e intérprete oficioso del Santo Padre («mal de muchos, consuelo de pocos», pensamos aquí en Argentina), dijo que el Papa había dicho lo que al parecer – Sala Stampa mediante – el Papa no habría dicho.

¿Cuál era esa terrible afirmación? Que el Infierno no existe. Tomala vos…

Francisco se las busca. Tiene esa pasión, tan de Jesús, de buscar gente que está en las periferias, que siente nostalgia de Dios, pero también el peso de la oscuridad de la vida. Y camina ahí, al filo de la navaja.

Les tiende la mano, les presta el oído, se enfrasca en un diálogo mano a mano con ellos, reconociéndose así tan hombre como ellos, tan humano y buscador como el que más.

Y corre esos riesgos.

A mí, me parece perfecto.

El Papa no es un oráculo, solía repetir el sabio de Benedicto XVI. No podemos encerrarlo en una urna de cristal, de la que sacarlo para que, de tanto en tanto, nos tire alguna «afirmación autoritativa que interprete el sentido de la revelación divina». Y que vuelva a la bruma del misterio.

Decíamos que las diversas «Semanas Santas» – mediática, popular y litúrgica – no siempre coinciden. Unas y otras, sin embargo, tienen un fuerte punto de referencia: los evangelios.

Los evangelios leídos en estos días por la liturgia nos muestran a un Dios desarmado, que se pone en las manos de los hombres y mujeres, tal como estos son. O, mejor: como somos. Se deja interpelar, juzgar, condenar y crucificar. Desde la altura de la cruz lanza una palabra de perdón y de disculpas. Y se entrega para llevar el amor de Dios hasta el abismo de la muerte.

Claro, y resucita. Es lo que la fe nos pone en el corazón con una certeza que no puede darnos ningún poder humano. A eso le entregamos la vida.

Y sí, el Infierno existe. Aquí en la tierra, la libertad lo adelanta toda vez que decide deshumanizarse hasta el extremo de hacerle la vida insoportable a los demás. Existe como soledad del que eligió clausurarse a sí mismo hasta ahogarse en su propio vacío.

Y existe cruzando el umbral de la muerte. Esa es la seriedad de la libertad humana que, al elegir se elige a sí misma, elige su futuro y lo que quiera para sí y los demás.

La muerte y resurrección de Jesús nos habla de cómo Dios le ha puesto el cuerpo a esa tremenda posibilidad de perdición. Es mano tendida a todos, también para los que han perdido su libertad y se han dejado ganar por la soledad.

Esa mano está ahí, abierta y firme, corriendo el riesgo de que alguno la malinterprete o la desfigure. Corriendo el riesgo también de ser condenada por los tribunales del mundo. Pero nada la desvía de ese gesto que es salvación. Nada.

Es lo que sí capta la Semana Santa que viven los pobres, la gente de a pie, los que nos domestican con sus devociones y piedades.

Han conocido el amor que Dios nos tiene y han creído en Él.

Fuente: Mendoza On Line. Mendoza On lIne