Milei va ganando la carrera y Berni redobla la apuesta
El término disruptivo indica una ruptura brusca, un cambio determinante, algo que deja de ser para siempre para dar espacio a algo nuevo. Esta palabra proviene del inglés “disruptive” y esta, a su vez, viene del latín “disrumpere” formada con el prefijo dis- que acá significa “separar, apartar” y el término rumpere que significa romper. Cuando hablamos de algo disruptivo es algo que no se limita simplemente a romper con algo establecido sino que es una estallido que separa los pedazos de forma tal en que resulta imposible (o al menos muy difícil) volver a reunir las piezas para reconstruir lo roto.
La disrupción es una copa de cristal que cae desde lo más alto del modular y estalla en mil pedazos al caer. Cuando nos pasa esto, al barrer meses o años después, todavía descubrimos en algún recóndito lugar del comedor molestos y peligrosos pedacitos de vidrio. Nos es imposible encontrar los vidriecitos y más imposible volver a reunirlos para rehacer la copa. Esto es la disrupción, un cambio repentino que altera el orden establecido de forma tal que no hay vuelta atrás y lo que parecía inmutable simplemente se vaporiza para siempre en miles de pedacitos inhallables.
La disrupción en sí misma no es algo novedoso. En diferentes épocas de la historia, encontramos cambios bruscos que transformaron la historia a través de la ruptura y separación en las ideas políticas, filosóficas, religiosas y artísticas. Estos cambios, que al principio pudieron resultar incómodos para muchos, marcaron hitos que trastocaron lo establecido e introdujeron nuevas formas de crear más ajustadas a la necesidad de su presente.
Un ejemplo de esto, para no irnos tan lejos, fue el argentino Alfredo Palacios que en 1904 fue el primer diputado socialista electo en América y marcó una disrupción no solamente por su pertenencia a un partido diferente, sino, sobre todo, por su forma de ser, su peinado, sus llamativos bigotes, su característico poncho al hombro y sus ¨revolucionarias¨ ideas políticas. Así logró el crecimiento del socialismo y la propuesta de las leyes laborales de las que luego de promulgadas se jactaría el primer peronismo.
Hannah Arendt, en 1958, afirmaba que cada final en la historia contiene necesariamente la promesa de un comienzo, y que un comienzo es una nueva posibilidad. Ese final y ese comienzo anidan en lo disruptivo que conforma nuevas narrativas comunicacionales, sociológicas y políticas en general. Junto con estas narrativas cambian las formas de interacción y de comunicación. Más aún en la actualidad, internet apresura los cambios eliminando fronteras territoriales y bañando todo con su inmediatez para conectarnos y comunicarnos.
Clayton Christensen, profesor de Harvard creó en 1995 el concepto de “innovación disruptiva” para describir la competencia en el mercado a partir de la creación de un nuevo producto que cubre una necesidad que antes no existía o el hecho de proporcionar un producto a un público más amplio. Esta estrategia suele ser más rápida y termina por acabar con parte del mercado establecido que se limita a una estrategia de innovación sostenible. La innovación disruptiva se basa en agregar una verdadera novedad que primero atrae solo a un nicho del que no se ocupan las marcas líderes pero luego acaba posicionándose en todo el mercado y venciendo a los grandes que veían al innovador como un competidor insignificante.
Ejemplos de estas innovaciones disruptivas se encuentran en las últimas décadas de la política argentina en los diversos liderazgos que marcaron una época y una forma de hacer política. La más resonante de estas es la de Menem llegando de la mano de un discurso de peronismo tradicional pro-estado y finalmente aplicando reformas novedosas en ese entonces que iban contra ese discurso anticuado. De la misma manera Kirchner con su vuelco de ser un adulador del modelo menemista a pasar a ser su principal opositor cuando ejerció la presidencia. Esta enumeración sería injusta si no mencionara a Alfonsín que, en una época en la que todos daban por sentado que la intervención de las Fuerzas Armadas en el gobierno era algo ineludible, supo ser la voz disruptiva que logró sentar las bases de la democracia que aún podemos conservar y, pese a sus problemas, también valorar.
En el escenario político actual parece haber muchos disruptivos, pero pocos de los que lo parecen realmente lo son o pueden llegar lejos con esa disrupción y hay algunos cuyas disrupciones son menos rimbombantes pero no por eso menos profundas.
Uno de los que aparece primero, luego de Javier Milei, es el ministro de seguridad de la Provincia de Buenos Aires. Berni a veces parece un enigma pero sus intenciones políticas no son un secreto, quiere ser presidente (acaso apoyado también por alguien del partido). Sabemos, que no le gusta obedecer a nadie. Lo que sabemos bien es qué persigue con estos spots. ¿Cree realmente que es una especie de Rambo del Conurbano, el Putin latinoamericano, un Reagan del siglo XXI o es todo una estrategia de campaña?
A Berni, hoy por hoy, le preocupa sólo su propia carrera, y no asistir a Cristina ni Alberto ni a Kicillof. Logró el rol privilegiado de ¨financiar su campaña¨ más opositora que oficialista con la caja del Ministerio de Seguridad de Buenos Aires. En todos los ámbitos este es un personaje más destructivo que constructivo. Sus tareas para mejorar la seguridad de la provincia se basan fundamentalmente en lo espectacular, en el show. Piensa únicamente en su proyecto: Desciende en helicóptero sobre una playa porque confunde un baile con una pelea, posa para la cámara saliendo de caño por la provincia, canta folclore en un acto, etc. Pero se lo ve solo y desilusionado porque no puede creer que Milei hoy con sus pelos como un nido de carancho, crezca sin parar y genere hechos extraordinarios con pocos recursos. ¿Será porque quería aprender algo del líder de La Libertad Avanza, que el ministro dijo el año pasado en, forma despectiva, que el diputado le resultaba simpático y que se tomaría unos vinos con él?
El aspirante a conquistador ve en todas partes amenazas y traiciones. Incluso antes de haber conquistado nada y, para desgracia de nuestro Schwarzenegger del conurbano, la economía pesa más que la inseguridad porque el tema económico es desequilibrante. Aunque la seguridad, que sí es su tema, lo tiene superado y no logra atinar en ninguna solución para reducir un poco los alarmantes números y por eso debe hacer locuras y volar sombrillas por Gesell para llamar la atención.
Berni sabe, como Milei, el valor de la disrupción, pero sus videos lejos de mostrarlo como disruptivo, lo hacen ver torpe y un atolondrado. En el día a día de la función pública poco importan los videos porque a la gente lo que le importa es que le resuelvan los problemas y no que el Ministro sea un tipo duro digno de película de acción de los 80’. Lo que le serviría a Berni sería hacer bien su trabajo de funcionario para lo que no necesita ni ser disruptivo ni, mucho menos, impostar esta actitud mientras hace mal lo mismo que se hizo siempre.
Milei en cambio, propone medidas que suenan disparatadas pero van absolutamente en contra de lo utilizado hasta hoy en día en el país. Algunas promesas son repetidas aunque en un tono más encendido y decidido: no subir los impuestos, recortar el gasto público y respetar sobre todo la libertad privada e individual. Algunas de estas cosas el diputado ya las implementó efectivamente como el renunciar a su dieta como legislador y otras parecen estar muy lejos de poder realizarse como su deseo de volar por los aires al Banco Central para implementar una competencia de monedas.
Pero la disrupción es algo que hay que sostener hasta que se concrete el estallido de lo viejo porque, al menos en política, es muy fácil moderarse y perder esa potencialidad. Por ejemplo, Espert empezó su carrera en la política hace años siendo muchísimo más disruptivo que hoy pero de a poco se fue sintiendo poco cómodo y reformuló su discurso para evitar lo más posible los choques.
Hay muchas formas en que se presenta la disrupción y, en el sistema político a cada una le corresponden tipos de cargos distintos. Hay algunos disruptivos que los votantes aclaman para legisladores pero difícilmente les confíen un cargo ejecutivo como el de gobernador o presidente. Así por ejemplo tenemos a Lilita, que tiene mucha visibilidad en los medios, que es una campeona indiscutible de elecciones legislativas y puede traccionar muchos votos para un aliado presidenciable, no parece poder ganar un cargo ejecutivo. Casos similares al de Carrió, pueden verse, con sus diferencias en Luis Juez ,Fernando Iglesias, Aníbal Fernández. Todos bravucones creadores de situaciones incómodas y graciosas que parecen dejar toda la dignidad en la cancha por un minuto más de fama.
Hay disrupciones que no son tan visibles y rimbombantes y que no parecen tales porque no es que se lleven puesto todo a su caso. Así sucede con Carolina Losada, que resulta renovadora y disruptiva por joven, decidida, por haberse atrevido a dar un paso desde la crítica a la acción. Otros casos como Facundo Manes, Martín Tetaz, Nicolás del Caño, Leandro Santoro también tuvieron algo para sobresalir de la media en su momento.
La disrupción puede pasar más inadvertida que un loco con peluca o una figura de acción en un helicóptero. A veces no hace falta que los vidrios estallen en partes diminutas que se pierdan para siempre, sino que puede ser que con romper lo justo, cambiar algunas piezas y hacerlas encajar mejor; se puedan sacar las partes que molestaban para reconfigurar el mapa de la realidad. En este nuevo mapa, como no hay más lugar para lo viejo empieza ahí la promesa de un nuevo comienzo, el momento en que la innovación disruptiva toma impulso y deja atrás a las mercancías obsoletas y mal vendidas.
“¿Quieres cambiar el mundo? ¿Alterar el Status quo? Esto lleva más que las relaciones comunes y corrientes. Tu necesitas que la gente sueñe el mismo sueño que tú quieres realizar.” GUY KAWASAKI.
Nota publicada en Perfil