No tienen polenta, coman asado
Si hay un personaje vilipendiado durante la hambruna de la Francia de Luis XVI, fue María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, archiduquesa de Austria y reina consorte de Francia, conocida como María Antonieta.
Cuenta la leyenda, que en uno de los períodos de hambruna cuando los cortesanos y ministros le comentaron al rey acerca de la escasez de pan, su esposa, María Antonieta propuso que si no tenían pan, “que coman pasteles” (Qu’ils mangent de la brioche).
La anécdota muestra que la desconexión de las clases dirigentes con el pueblo puede llevar a la destrucción de la confianza en el sistema y hasta la de los mismos dirigentes que los encabezan, tal como sucedió en la Revolución Francesa con el decapitamiento de esta reina.
Hace dos años en la campaña política, la fuerza gobernante Frente de Todos utilizaba en sus discursos como latiguillo algo tan añorado como volver a comer el asado. La poca habilidad económica del equipo de científicos y el descontrol de precios no solamente nos han distanciado enormemente de esa promesa, sino que también llevó otros productos básicos al mismo nivel.
Mientras tanto, el único comentario sobre alimentos en la campaña, hasta ahora, fueron las anécdotas de galletitas que el presidente decidió no comer más por una etiqueta. Como correlato de esto, se da vueltas en torno de una ley de etiquetado frontal para instalarlo como tema de campaña.
Proponen esquivar el problema de la falta de alimentos con consejos sobre buena alimentación, lógicamente buscan usar este tema para desviar la atención, aunque después termine en un callejón sin salida. A los movimientos sociales que se adueñan de la calle parecería contestarle el gobierno a quienes ya empiezan a pedir aunque sea comer la polenta que alcanzaron a conseguir el año pasado, “qu’ils mangent de l’ asado” (que coman asado).
Los movimientos piden planes y a los que piden trabajo, algunos funcionarios contestan con la fantasía de ciencia ficción en la que proponen formar a los jóvenes en trabajos de tecnología de la información, como si con eso recuperaran mágicamente a los unicornios argentinos que se radican en el Uruguay para evitar la presión impositiva.
Como si dijeran, no tienen polenta, que coman asado; no les alcanzan los planes, que consigan trabajo en Google.
Las noticias más recientes que ya ni vale la pena mencionar, nos confirman nuevamente que mientras la gente estaba desesperada por no poder trabajar, no poder reunirse con sus seres queridos, no ver a su familia, o peor aún, como a cualquiera de nosotros nos pasó, que no pudimos despedir un familiar o un amigo muy querido y un largo etcétera, preocupados tanto por el virus como por las sanciones del Estado; la dirigencia estaba pensando como solución que si no podíamos ver a nuestra familia, que nos encontremos con nuestros amigos.
Los errores propios hacen enojar al presidente Alberto Fernández y ofuscarse con nosotros otra vez (y van…), esto se llama proyección psicológica que es un mecanismo de defensa que utilizamos con frecuencia. A menudo, cuando alguien es incapaz de enfrentar sus emociones, conflictos y estados anímicos internos convulsos, los vuelca sobre los demás en forma de críticas y dinámicas rupturistas para encontrar sus defectos proyectados en el otro. Ante la duda, Fernández repite: “Ah, pero Macri, Macri, Macri”.
En los actos más recientes vimos una Cristina Kirchner deslucida y sin la potencia discursiva que supo caracterizarla en otros momentos. No estaba cómoda con la situación de acompañar a Alberto en el escenario, como si hubiera perdido el control sobre su elegido.
Algunos cuentan que está harta de sus errores, sus traspiés y sus actos. ¿Será por eso que logra como única consigna de campaña clara, aconsejar a Alberto con que siga adelante sin enojarse, mientras insiste en las ideas ya gastadas por sus laderos de tapar los errores propios con faltas ajenas? Lo único que aparece claro acá es nuevamente la proyección.
Cristina no logra cumplir con claridad el apuntalamiento necesario de la maltrecha figura presidencial y luego de hablar de bueyes perdidos, se dirige a él solamente para dirigirle una corrección tonta como para sacarle protagonismo. Pero este comentario ya no logra hacerle ganar más autoridad ni a ella sobre él ni a la figura del presidente en sí misma, arrastrada por su larga lista de fallidos.
La campaña parece repetir la del 2019, prometiéndonos que ahora ya no tras el gobierno de Macri sino tras la pandemia: «La vida que queremos la vamos a volver a tener» o que «es posible revertir las crisis y emerger», y que esto es posible «porque ya lo hicimos» después del 2001. Parecen haberse olvidado sí, de la promesa de que volvían para ser mejores y consensuar, ahí parece que ya aceptaron que serán más de lo mismo.
Alberto deja entrever miedo cuando busca satisfacer a todo el frente nombrando constantemente a Cristina, Máximo, Sergio, Axel para que ninguno de los que le confiaron su poder prestado se sienta ofendido. Todos sus asesores intentan que preste mucha atención a la comunicación, que se ocupen menos del Twitter y de improvisar discursos para centrarse en la gestión, pero su entrega a Cristina es total, temerosa y complaciente.
Se golpea el pecho en un despliegue de orgullo peronista y habla de las faltas ajenas para cubrir las propias pero no logra mencionar un logro que tenga que ver con mejoras concretas para el público.
El de la fórmula presidencial es un discurso autorreferencial plagado de anécdotas personales que aluden a un pasado supuestamente mejor mientras el pueblo vive en un presente que nada tiene que ver con esas idealizaciones del pasado que transmiten en los actos y no dista tanto de la imagen catastrófica que tienen de la gestión macrista.
Como en las etapas previas a la revolución francesa de la Francia de Luis XVI, la dirigencia argentina se preocupa en las intrigas de palacio y por qué tipo de galletitas deben comerse en una dieta balanceada mientras la solución que le ofrece al pueblo respecto de la alimentación es la ley de etiquetado frontal para guiar al consumidor, mientras la gente pide acceder a poder consumir algo.
No se sabe si cuando el presidente dice en el Plenario del Frente de Todos que no es lo mismo comer que alimentarse casi como retándonos por no seguir una dieta equilibrada, es un acto de cinismo o de lisa y llana ignorancia de las condiciones actuales de los argentinos que ya no saben cómo paliar la galopante inflación concentrada sobre todo en los productos alimenticios.
La frutilla del postre de estas anécdotas está dada por el adelanto exclusivo de la letra del nuevo tema compuesto por Fernández que parece que con ser presidente no tiene suficiente para entretenerse que decidió dedicarse también a ser cantautor.
Esto recién empieza, lamentablemente un oficialismo sin consenso propio ni externo y con grandes diferencias ideológicas entre sus segundas líneas, una oposición con una tibieza impresionante que con eso solo le alcanza para tratar de igualar los números electorales.
Sin embargo, a diario estamos comprobando que a la gente cada día le importan menos los políticos, sus discursos y promesas.
Como a María Antonieta, la mujer del rey Luis XVI, los acusan de derrochar recursos en fiestas y lujos, mientras el pueblo pasa hambre. Ojalá no copiemos este fin y podamos pegar el volantazo necesario.
“El secreto de esta vida es ir cantando” Alberto Fernández, cantautor, abogado y en ocasiones presidente de la Nación.
Nota publicada también en: Perfil.com
(*) Consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador (USAL). Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Es docente universitario en UCA y USAL. Columnista de Diario San Francisco, Perfil.com y FM Milenieum, entre otros medios del país y del mundo.