¿Y si nos dejamos de joder?
Otra vez estamos en un momento de cambio. Ministros de Hacienda que renuncian, asesores políticos que se marchan disimuladamente por Ezeiza, Jefes de Gabinete que se tambalean en su puesto. La renovación de personal y las medidas de emergencia son la última apuesta del oficialismo para revertir la tendencia de las PASO. Cambiar algo para que nada cambie, o mejor dicho, para que no sea el gobierno el que cambie el 10 de diciembre.
Ya sabemos de la relación del partido oficialista con la palabra cambiar. Se llamó Cambiemos, hoy se llama Juntos por el Cambio, y se hartó de repetir el concepto. No es la única fuerza política culpable de haber abusado de él (y de sus sinónimos). Por todas partes escuchamos hablar de cambio, innovación, transformación, y evolución.
Sobran los renovadores y las alternativas. Y sin embargo, pese a tantas ofertas, parece que las cosas se las arreglan para seguir siempre igual. Todos somos conscientes de que la mayor parte de la sociedad está en alguna medida inconforme con el status quo, con las cosas como son. Es una demanda que la política entiende y recoge, pero a la que nunca logra satisfacer.
Como con tantas otras cosas, ocurre que no basta con enunciar el cambio para que este se produzca. Si fuese posible hacerlo por decreto, ya lo habríamos logrado hace rato. Pero un verdadero cambio requiere de un esfuerzo coherente, dinámico y productivo. La política, de por sí, es un espacio conservador y resistente a las modificaciones.
Las caras suelen ser las mismas, aunque los disfraces cambien. La famosa “rosca” es un sistema de compromisos que tiende a mantener los privilegios de toda la clase política, sin modificar el sistema de base. Responder a las demandas de la sociedad, regenerar la democracia y convertirla en un servicio por y para los ciudadanos exige empezar a hacer los cambios donde más duele. Es decir, donde más le duele a la propia política.
El psicólogo Kurt Lewin comparó el proceso de cambio en las organizaciones con un bloque de hielo. Primero, es necesario descongelarlo. Dejar atrás las viejas formas anquilosadas y prepararse para el cambio. En un segundo paso, se produce el cambio en sí. Y por último, hay que recongelar el bloque, para asegurarse de que el cambio sea duradero y dé lugar a una nueva estabilidad.
Es decir que no podemos vivir una transformación constante; algunos cambios deben ser definitivos. En política, el primer paso sería buscar caras nuevas. Sin mirar al pasado pero tampoco demoliendo lo que se hizo antes. Construir desde la experiencia. Aunque por lo bajo, se escuchan ya las voces del oficialismo que dicen que la elección de octubre es irremontable y hay que prepararse para la transición.
La expectativa es que el gobierno que llegue barrerá con todo y buscará empezar de cero. Como pasa en la argentina cada cuatro años. ¿Y si en lugar de eso buscamos construir un pacto que nos asegure la gobernabilidad y la continuidad de ciertas líneas esenciales por los próximos (digamos) 50 años?
Puede sonar utópico, pero en 1853, cuando los congresistas se reunieron en Santa Fe, tuvieron que pensar en los principios para gobernar un país no por cuatro, ni seis, ni diez años, sino por siglos. Y con esos mismos principios, más allá de alguna que otra modificación, seguimos guiándonos hoy. Todo quedará en nada más que una oportunidad desaprovechada mientras no exista la voluntad política de superar las coyunturas y construir un pacto a largo plazo.
Se pudo hacer en ese entonces, ¿por qué no podría hacerse ahora? Los desafíos son muchos. Tenemos que pensar en una política participativa, donde estén presentes las voces de todos los sectores, integrada al mundo, innovadora, y que sepa darle el impulso necesario a los negocios.
Tenemos las nuevas herramientas de la tecnología para construir consenso y conocimiento colectivos, pero todo quedará en nada más que una oportunidad desaprovechada mientras no exista la voluntad política de superar las coyunturas y construir un pacto a largo plazo.
Necesitamos una generación de estadistas valientes, abnegados y sin mezquindades, con visión a futuro. Que dejen atrás los gobiernos de amigos, las chicanas, y el “de qué lado estás”, y actúen en pos de los argentinos para lograr una democracia real.
En diciembre, cambie o no el gobierno, hará falta una transición. Esperemos que, por esta vez, no se trate de demoler todo y construir sobre las ruinas, sino de un primer paso consensuado hacia una nueva forma de entender la política
Nota publicada también en: Perfil.com