Pasó 54 años creyendo que su madre estaba muerta y la encontró: vivía a una hora de su casa
Es la hora de la siesta y Ramona atiende el teléfono en su casa de Río Tercero, a 110 kilómetros de la ciudad de Córdoba. Tiene la voz tranquila, habla sin llenar los silencios y se atraganta de la emoción apenas empieza a contar su historia. Dice que había decidido no remover más la tierra, y que se había resignado a vivir sin saber si era cierto lo que su padre le había jurado cuando era una nena de 8 años: «Tu mamá está muerta y punto». Pero mi hija Ivana -dice después-, «ella sí que no se resignó». Es que Ivana buscó a esa mujer durante casi 10 años y de todas las formas posibles. Y hace un año y medio, la encontró. Cuando Ramona fue a conocer a su mamá, temblando, la mujer tenía 84 años y algo para decirle: «Estuve toda la vida esperando este momento».
Ramona Altamirano es jubilada y tiene 56 años. Nunca supo demasiado de su historia y fue creciendo con raíces secas. Sabía que «cuando era una beba de 7 meses mi mamá se había apartado de la familia. Lo que se decía era que se había peleado con mi papá y nos había abandonado», cuenta ella a Infobae. Sabía que había vivido hasta los 4 años con su abuela y que, cuando murió, la habían llevado a vivir con una tía.
«En esa casa empecé a escuchar que murmuraban, pero era chica, escuchaba y seguía jugando. Hasta que un domingo llegó mi prima y dijo: ‘la vi a la mamá de Ramona en el centro’. Yo la miré y dije: ¿qué? y mi tía me contestó: ‘usted se retira, se va a jugar y de este tema aquí no se habla más’. Yo tampoco discutía, antes no era como ahora que a lo mejor un niño de 11 años te hace un montón de preguntas. Antes nos decían ‘usted se retira’ y nos retirábamos», sigue. Ramona habló dos veces con su padre del tema, una cuando era una nena, la otra cuando era adolescente: las dos veces dijo que no había madre, que su madre estaba muerta.
«Así que decidí seguir con mi vida. Me casé y tuve 4 hijos. Pero adentro mío era una historia que nunca terminaba de cerrar, porque yo no sabía si mi mamá estaba muerta, si me había abandonado y no había que buscarla o si había pasado algo raro y sí había que encontrarla». Ramona no estaba segura de si quería saber más. Y cuando Ivana, una de sus cuatro hijas, le dijo «mamá, yo la voy a buscar», le dijo que no. «Le contesté ‘basta’, ‘dejen de molestar con ese tema’, ‘eso es caso cerrado’. Yo pensaba: ‘la esperé tantos años y nunca se apareció ni en la puerta de la escuela, debe ser cierto que está muerta’.
Pero sin que Ramona lo supiera, su familia siguió buscándola. Enrique, su marido de toda la vida, contrató a un detective privado. Y nada. Ivana buscó en padrones electorales, en la guía, fue a ver señoras que no eran, revisó bases de datos de deudores, se anotó en un programa de televisión que buscaba gente («Los unos y los otros»).
También publicó la búsqueda en el grupo de Facebook «Dónde estás?» para que la ayudaran a buscar más datos. Ramona, finalmente, dio el visto bueno para participar de la búsqueda y le dio lo único que tenía: una partida de nacimiento que decía que su mamá se llamaba Blanca Rosa Taborda. La partida no tenía ni siquiera un número de DNI.
Quien habla ahora es Ivana, locutora nacional y la hija que se puso al hombro la búsqueda. «Yo pasaba 10, 12 horas sentada delante de la computadora buscando, a veces ni hacía de cenar. Tenía dos hijas chiquitas, mi marido me hacía el aguante y se ocupaba de todo para que yo pudiera seguir». Ivana buscó, se decepcionó, abandonó y volvió a buscar.
«No podía ni siquiera encontrar a la gente que la había criado para que me diera algún dato más. Hasta que un día me fui con mi mamá al Registro Civil. Nos dijeron que no nos podían ayudar pero que fuéramos a los Tribunales Federales de Córdoba. Cuando llegamos estaban en asamblea. Nos tuvimos que volver». Pero Ivana volvió, unos días después, sola.
«Le dí la partida de nacimiento a la chica que me atendió, buscó en la computadora, no encontró nada y se fue. Al rato, volvió con un papel y me dijo ‘bueno’. Yo dije, ‘listo, es el acta de defunción, se acabó’. Pero resulta que Blanquita, mi abuela, había empezando a cobrar una pensión y tenían la dirección exacta de donde vivía».
Ivana dice que no sabe cómo salió de ahí pero que en ese estado de desborde subió a un taxi, le contó lo que le estaba pasando y fueron directamente a la dirección que le habían dado. «Era una pensión, con un pasillo largo. Lloré desde que la vi venir hasta que llegó al lado mío. Era la cara de mi mamá con un montón de años más. No sabía qué decirle. Así que me presenté, le dije ‘yo soy la hija de Ramona Altamirano, ¿sabe quién es? Y ella me contestó: «¿Cómo no voy a saber? Es mi nena».
Cuando Ivana le preguntó qué había pasado, la historia dio otro vuelco. Blanquita, como la llaman, le contó que, en 1961, cuando Ramona tenía 7 meses, se enfermó de gravedad y la internaron en Buenos Aires. Que dejó a su hija al cuidado de su suegra, con la que tenía muy buena relación. Pero cuando volvió a Córdoba, su suegra había muerto. Y la tía de Ramona le dijo: «Acá no hay ninguna niña y usted no tiene nada que hacer acá». Ivana lo pone en contexto: «Ella es analfabeta total, no sabe leer, escribir ni manejar dinero. Y la familia de él, los que le quitaron a la bebé, eran de una clase muy pudiente».
Blanca quedó a la deriva. Y su vida fue trágica: pasó años viviendo en la calle y tuvo otros dos hijos (uno que murió y otro que tiene una discapacidad severa). Cuando Ivana la encontró, de hecho, vendía estampitas y velas en la puerta de una iglesia. «Pero así y todo me dijo: ‘yo siempre la busqué, miraba a las chicas pasar y pensaba ¿será mi hija? ¿será aquella? Yo no sabía si abrazarla y contenerla o que ella me contuviera a mí». El taxista, que estaba tan emocionado que había decidido esperarla en la puerta. Se acercó y les sacó una fotos juntas.
Ivana llamó a sus hermanos y fueron a contarle a su mamá. «Le dije, ‘bueno mamá, la encontramos’. Y uf, fue un llanto, ella es muy creyente y quedó de rodillas agradeciendo y llorando», recuerda. Cuando Ramona se enteró de que además de tener una madre viva tenía un hermano, un recuerdo rengo se irguió de golpe. Ramona recordaba que, cuando cumplió 15 años, una mujer había ido a su casa con un nene de la mano. Y recordaba que su tía le había dicho ‘¿qué hacés vos otra vez acá?’ y la había echado. Ivana sacó la foto que el taxista le había tomado a la tarde y se la presentó: «Mamá, esta es tu mamá».
Así, en diciembre de 2015, Ramona viajó con toda su familia a Córdoba a conocer a su madre. Había estado 54 años sin verla y vivía a una hora de su casa. «Eso fue otra vez un llanto -se emociona y hace un silencio en el teléfono-, llorábamos todos. Cuando mi mamá me abrazó me dijo ‘toda la vida te busqué, toda la vida esperé este momento, lo único que pedía era volver a verte antes de morirme». Dice Ramona que no necesitó que su madre le pidiera perdón.
«Al contrario, yo estaba feliz con lo que nos estaba pasando. Cuando uno se va poniendo grande sabe que en algún momento se va a morir. Acá era al revés: alguien que supuestamente había muerto y que, de repente, estaba viva. Nada que perdonar, ningún odio, nada que lamentar, porque todavía hay tiempo», dice. No hay fotos ni recuerdos que llenen los ladrillos huecos de la infancia pero desde que se encontraron están estas: fotos de Navidad, fotos del Día de la madre, fotos de Año nuevo, donde una nena de 56 años, ahora sí, abraza con cariño a su mamá, de 86.
Fuente: Infobae. Infobae