Paul McCartney tocó en Córdoba
El domingo por la noche, en un estadio Kempes casi lleno con 40 mil personas, Paul McCartney dejó a todos conmocionados. O más precisamente, en un estado muy difícil de describir, que mezcló emoción y euforia, melancolía y felicidad. Divertimento con gestos de estupefacción que obligaron a razonar “¿¡cómo bajo ahora este nivel de adrenalina!?”. O “¿¡cómo sigo con mi vida después de esto!?”.
Paul lo hizo mediante un concierto de casi tres horas, en el que además de revisar su trayectoria al detalle, aunque con categórica mayoría Beatle, no tomó ni un sorbo de agua, ni cambió su vestuario ni una vez. En junio, McCartney cumplirá 74 años. De no creer. Un auténtico milagro distribuido en un cuerpo de estatura promedio y una delgadez que se corresponde con ese hábito de vida sana que quiso extender a la multitud sugiriendo que no se vendiera carne en el estadio y alrededores. Lo que no pudo parar, claro, fueron los asados que se multiplicaron por toda la ciudad a modo de previa.
El show de Paul comenzó a las 19.33, media hora después de la señalada por los organizadores, y con un típico apagón de luces en el que apenas sobrevivió un haz azul, recortado por el mismo Paul y sus músicos de la banda de acompañamiento (formidables todos, por cierto). Entraron por el lateral izquierdo del mastodóntico escenario montado sobre la popular Willington. Willington, un apellido de resonancia británica que a Sir Paul le debe haber despertado curiosidad.
Tras el saludo inicial, la primera ovación y el acordazo suspendido de A hard day’s night, el tema de apertura que Paul eligió para esta gira después de ignorarlo para sus conciertos en vivo durante más de 50 años. Shock total, gritos de histeria beatlemaníaca y algunas lágrimas lógicas para cualquier ser humano que haya sido afectado por el grupo de rock más decisivo de la historia.
Eso se percibió de movida en una audiencia que mezcló generaciones. Tal cual, si bien el domingo Paul consiguió la conexión personalizada con cada espectador que pretende desde el concepto “One on One” (tal el nombre de la gira que lo trajo), ésta también se socializó de padre a hijo, de abuelo a nieto, de amigo a amigo y así con todas las variaciones imaginables de relación de parentesco, emocional o afectiva.
La sensación de zigzag en el tiempo se materializó inmediatamente, cuando desde el escenario se ofreció Save us, pieza del extremo de la discografía de Paul (pertenece a New, de 2013) que reafirma la química con sus músicos, con los que desde hace más de 10 años viene ofreciendo este tipo de show, que se debate entre agitación retro (en esta oportunidad llegó hasta In spite of all the danger, del prehistórico grupo de Paul, The Quarrymen) y la demostración de vigencia (en ese plan, propuso FourFiveSeconds, que compuso junto a Rihanna y Kanye West).
Saludo a la cordobesa
“Hola Córdoba”, saludó Paul en primera instancia, de elegante sport (saco azul, camisa blanca cuello Mao, jeans y botitas), y acentuando la palabra donde corresponde. Y luego remató: “¡¡¡Hola, culiados!!!”.
Lo que siguió a ese bloque atendió todos los frentes, en el sentido de que cumplió con una cuota de clásicos fácilmente identificables al tiempo que dejó margen para el regocijo de sus seguidores más entendidos. Tal cual, Paul amalgamó We can work it out, Love me do, Blackbird, Ob-La-Di, Ob-La-Da, Let It be, Hey Jude y Yesterday de The Beatles, más Band on the Run y Let me roll it de Wings, con una rareza como Temporary secretary, desliz electrónico de 1980 que no fue en detrimento de un espectáculo de pura organicidad magnificada por un sonido potente y claro, y por una puesta sobria que destiló puro buen gusto.
De todos modos, nada resultó más apabullante que Live and let die, también de Wings, donde todos los aditamentos del rock a escala estadio sedimentaron un tsunami de rock & roll: a los movimientos cuasi sinfónicos del tema, se les sumaron centelleos lumínicos y unas explosiones ensordecedoras de bombas dispuestas en el cemento de la ex popular Sur. Letal, golpe de knock out a los sentidos.
Durante su concierto, Macca se “tocó todo”. Esta expresión se aplicó al hecho de que se cargó las interpretaciones con un virtuosismo que exhaló naturalidad y a que, según la demanda del repertorio, ejecutó varios instrumentos.
Es más, estructuró el show en función de eso. Comenzó como bajista de su icónico Höfner (y con el gesto de mover la cabeza de un lado a otro), siguió como guitarrista (en Let me roll it, se cargó sin dramas el puente hacia Foxy Lady de Hendrix) y se pasó al piano para recordar lo enamorado que está de Nancy, su actual mujer, mediante el jazzeado My Valentine. Un par de temas más tarde, fue la fallecida Linda el objeto de culto amoroso mediante Maybe I’m amazed.
Otro instrumento ejecutado por Paul fue el ukelele, con el que afrontó Something para recordar a George Harrison. “George era un gran ejecutante de ukelele”, recordó. John Lennon, su hermano del alma y agrio rival según el recorte que se haga de la historia de The Beatles, fue celebrado con Here today, tema que Paul le compuso sumido en la pena al enterarse de su asesinato, y con Being for benefit of Mr. Kite, otra de las perlitas de la lista que preservó los detalles psicodélicos del original. Y si de psicodelia hablamos, The fool on the hill se lleva todos los premios. Muy calidoscópico.
Párrafo aparte para la guitarra acústica, que se reservó el momento glorioso de un Blackbird recreado sobre plataforma elevada.
Pronta entrega
En rigor, el show de McCartney no empezó el domingo a la tardecita. Para él, la oferta se activó después del mediodía, cuando afrontó la prueba de sonido exclusiva para fans. Ese fue el tercer chequeo de esa naturaleza que hizo desde que llegó a Córdoba el sábado a la mañana, desairando todo el recorrido que su producción había dado a conocer en primera instancia. Finalmente, Paul no se alojó en una estancia paqueta del norte cordobés sino en un cinco estrellas de la ciudad, donde el sábado a la noche cenó con toda su comitiva. El domingo, mientras el hormigueo del Kempes era imparable, Paul ya estaba en camarines descansando. Más cerca de la hora señalada, atendió demandas diversas, incluidas meet and greet, recepción de las llaves de la ciudad y charla amena con Charly García.
Nuevo zoom al concierto en sí mismo: la primera despedida se produjo con Let it be y el extático Hey Jude, mientras la segunda bienvenida, la de los bises, fue con Yesterday.
En ambos casos, la multitud coreó con la garganta tomada por un lagrimeo imparable. Y el cierre llegó con la suite final de Abbey Road, esa que enhebra Golden slumbers, Carry That Weight y The end con esa frase categórica que se aplica en varios sentidos al encanto de Paul: “Y al final, el amor que recibís es igual al que das”.
La línea de texto, sin embargo, no se correspondió con el pandemonio de la desconcentración, más afín al tema que abrió esta cita, que años atrás era inimaginable. Porque si hubo un anochecer de un día agitado para esta ciudad, ese fue el del 15 de mayo de 2016. De ahora en adelante, mucho más que un ordinario día en la vida.
Fuente: La Voz del Interior. http://vos.lavoz.com.ar/musica/un-autentico-milagro-asi-fue-el-show-de-paul-mccartney-en-cordoba?cx_level=principal