Que venga el bombero, aunque esté en chancletas
Hace 20 años el incendio del 2001 parecía seguir creciendo antes que sofocarse con el cambio de gobierno, crisis institucional mediante. Los problemas parecen repetirse pero la reedición de las soluciones parece muy lejana porque ni hoy ni mañana Lavagna será ministro de economía.
OPINIÓN: Por Eduardo Reina – Twitter: @ossoreina – Especial para DSF
La semana pasada se cumplieron 20 años desde que Roberto Lavagna diera el primer paso para sellar por siempre su entrada en la historia argentina. El 27 de abril de 2002 asumía como ministro de economía quien, hasta entonces, había sido embajador de la Argentina ante la Unión Europea en Bruselas. El flamante ministro fue elegido para reemplazar a Jorge Remes Lenicov el que tras 4 meses de gestión, debió renunciar ante la grave crisis económica que atravesaba el país.
Duhalde había elegido a Remes Lenicov como su ministro de economía desde la campaña presidencial de 1999 y ahora estaba desencantado y preocupado por la agitación social. Pero sobre todo tenia algunas dudas a partir del ritmo económico del país que lejos de crecer ordenadamente, parecía estar cayendo en una nueva crisis. El gran dilema del presidente era si optar por un cambio flexible o por un cambio fijo. Además lo inquietaba el goteo por el que se filtraban los fondos contenidos en el corralito el cual intentó frenar con el plan Bonex II y la modificación de algunas leyes pero no tuvo el apoyo del congreso y sin este no podía implementar una medida de excepción que suspendiera garantías constitucionales en una Argentina al borde de la anarquía.
El ministro de economía que Eduardo Duhalde había escogido desde sus primeros sueños de presidencia había perdido credibilidad en pocos meses de estar al frente del «ministerio del infierno». La figura de Jorge Remes Lenicov estaba absolutamente desgastada tras la crisis de la convertibilidad y la política económica tomada para solucionarla. El mismo Remes al rememorar el período de enero a abril de 2002 siempre sostuvo que fueron cuatro meses durísimos de una situación al límite en lo político, lo social, lo institucional y lo económico que incluyeron, entre otras cosas: devaluación, pesificación de los depósitos bancarios, reprogramación de su pago, indexación de tarifas, acuerdo fiscal con las provincias, las retenciones a las exportaciones agrarias, la negociación de la deuda con los organismos financieros y la puesta en vigencia de los planes sociales para los sectores más pobres de la sociedad.
La economía ardía y sus números estaban en rojo de dos dígitos: la pobreza en 36%, el desempleo en 18,3%, un enorme déficit fiscal con reservas del Banco Central en apenas 9 mil millones de dólares. Además el 65% del dinero circulante estaba conformado por 14 tipos de cuasimonedas y que los bancos se encontraban “destruidos”. Sumada a esta crisis económica estaba la crisis política también heredada que se dejaba escuchar en los ecos del “que se vayan todos” que continuaba sonando en las calles del país.
Ese fue el contexto que hizo que Duhalde decidiera apostar por Roberto Lavagna quien, asumía su ministerio hace 20 años en una ceremonia donde todos los sectores estaban presentes: el gabinete del presidente, gobernadores, legisladores, economistas, empresarios y hasta representantes de la Iglesia.
En ese momento Lavagna declaró estar muy preocupado por impulsar políticas productivas para el país, lograr la estabilidad cambiaria y de precios, recuperar de la confianza y la seguridad jurídica y fomentar estrategias para garantizar más inversiones y más exportaciones. Su norte, en definitiva, era una política de estabilidad y creación de empleo.
Así comenzó su gestión al frente del ministerio y, 7 meses después, a fin del 2002 el país estaba con 4% de crecimiento de la economía y de ahí, con subas de consumo e industrias mientras que la negociación con el FMI seguía adelante sin la solicitud de nuevos créditos, fundando la economía en el manejo del presupuesto nacional.
Es difícil encontrar alguien en el arco político de entonces y de ahora que no reconozca que Lavagna logró la recuperación económica pero ¿Cómo lo logró? Asumió un fin de semana y dispuso que el primer lunes de su gestión, el 29 de abril, abrieran los bancos cuya apertura, desde el estallido de la crisis a fin de 2001, había sido intermitente y llena de excepciones. Contra la opinión de muchos banqueros, temerosos de las reacciones del público, Lavagna consideró necesaria la apertura como una señal de un principio de reordenamiento de la economía. Si bien continuó la restricción del retiro de depósitos, el público recibió con confianza la claridad y la firmeza que demostró Lavagna desde el primer día con este tipo de decisiones. Poco a poco pararon los incidentes frente a los bancos y la gente recobraba la confianza, piedra angular del equilbrio económico.
Se anuló el programa de redescuentos (préstamos del Banco Central al sistema bancario), medida que servía para eliminar una de las fuentes de la inflación. Se procuró de esa manera que el sistema financiero afrontara con recursos propios las necesidades para su funcionamiento evitando así la pérdida de valor de la moneda que hasta entonces parecía estar a las puertas de un peligroso espiral descendente.
Como la Argentina no tenía un financiamiento externo genuino, a diferencia de lo hecho por gobiernos anteriores, no se accedió a las solicitudes del empresariado de otorgar un seguro de cambio. Por esto mismo, es que se retiró el pedido de fondos al FMI por 25 mil millones de dólares que había sido formulado por autoridades del gobierno anterior.
Con estas medidas, paulatinamente pudieron retirarse de circulación las 14 cuasimonedas existentes y se dispuso “la flotación sucia” del tipo de cambio para que el peso recobrara su lugar central en la economía argentina. La indexación de las hipotecas pasó a realizarse por el índice de variación salarial cosa que produjo gran alivio en buena parte de la población.
La guerra contra la inflación no fue a través del control de precios sino de los cambios dispuestos en la política monetaria y fiscal. Por el imperio de la Ley de Defensa de la Competencia se logró aumento de la inversión y la producción, que permitieron frenar las tasas de aumentos.
Se creó y aplicó exitosamente el Programa de Financiamiento Ordenado de las Finanzas Provinciales, destinado a asistir los estados provinciales y a la Ciudad de Buenos Aires
Todo esto se logró en un contexto de fuertes restricciones externas de la economía argentina. Muy lejos estaba la realidad de esos primeros meses signados por la gesta estabilizadora de Lavagna, de los “años dorados” del Kirchnerismo alimentados por el crecimiento de la soja. En 2002/03 la soja se mantenía aún en US$250 la tonelada. Recién a partir de entonces comienza un lento crecimiento que sería realmente significativo a partir de 2005/06 cuando alcanzaba por primera vez los US$400.
Lavagna mantuvo su cargo los primeros años de Néstor Kirchner, donde fue un ministerio de conveniencia mutua y de búsqueda de estabilización del panorama económico. Pero también fue una época de desarrollo de relaciones personales fuertes y celosas entre el gabinete de Néstor Kirchner y el grupo económico del ministro Lavagna. Nunca dejaron de verlo como duhaldista infiltrado en medio de la avanzada kirchnerista. Julio De Vido a la cabeza, seguido por el gabinete político principalmente, tenía grandes diferencias de manejo y óptica de inversión y del manejo de dinero
Estas tensiones se desatan y precipitan los eventos con la llegada de las elecciones legislativas donde Lavagna, reconocido por la gente como el estabilizador, era tironeado por ambos lados: los duhaldistas se atribuían que fue puesto por ellos y los kirchneristas se adjudicaban el crecimiento económico logrado desde el 2003. Tras muchas tensiones, algunas de ellas públicas, en noviembre del 2005, el ministro fue desplazado por Kirchner, quien declaró estar tomando el manejo de la economía y que por eso le pedía al economista que deje el ministerio.
Sin embargo la solicitud de renuncia se produjo luego de que el todavía ministro denunciara cartelización y sobreprecios en la obra pública en una conferencia dada en la Cámara Argentina de la Construcción. Menos de una semana después el ministro era removido, según las palabras de él mismo, porque el presidente le había dicho que quería tomar otro rumbo para la economía. Esta acusación se sumaba al hecho de que Lavagna ya se había mostrado molesto por algunas actitudes políticas del kirchnerismo como su apoyo al chavismo y la prohibición de concurrir al coloquio de IDEA que el ministro desoyó.
Pasaron 20 años desde esta gesta del ahora ex-ministro y si bien sigue lúcido y activo en la política a través de sus partidarios, está lejos de aceptar los ofrecimientos y los pedidos de ayuda que le llegan desde el gobierno. No se conocen muchas declaraciones del economista que encarriló la economía argentina hace 20 años, pero nadie de su entorno lo ve ministro de un gobierno sin credibilidad y tan dividido. Así como cuando precipitó el pedido de renuncia, no está dispuesto a soportar la presión del cristinismo y de la Cámpora que buscan más el crecimiento propio que el fortalecimiento del presidente Alberto Fernandez, y que entonces seguirán molestando hasta lograr poner un ministro propio.
20 años, pese a que, como dice el tango, no son nada, cansan a cualquiera. Pero parece que no al ex-ministro, que a sus 80 años se lo nota con la misma lucidez que cuando entraba al salón de la fama de la historia argentina con su juramento de ministro. Por ahora parece que seguiremos viéndolo a lo lejos en Cariló distendido, con sus medias y sus sandalias disfrutando de la vida, recordando sus hazañas pero lejos de querer calzarse el casco y agarrar la manguera para apagar el incendio cuyo humo empieza a notarse en todas partes del país.
Nota publicada en Perfil