A Randazzo no le creo nada
Que me disculpen mis amigos randazzistas, pero yo a Randazzo no le creo nada. Ayer, 18 de julio, se cumplieron veintitrés años del atentado a la AMIA. Anteayer, el ex Ministro del Interior y Transporte se reunió con directivos de la DAIA, y ante ellos se pronunció sobre el memorándum con Irán, que tuvo lugar durante el gobierno de Cristina Kirchner: “Yo me hago cargo y pido disculpas ante la comunidad por aquella decisión”.
Paremos las rotativas. En primer lugar, alguien debería recordarle a Randazzo que el atentado a la AMIA no es cuestión de una comunidad, sino de todo un país, el nuestro y el del propio Randazzo. Pero también habría que recordarle, no sólo a él sino también a la DAIA, que Néstor Kirchner llegó al poder nueve años después del atentado, con grandes promesas de avanzar en la investigación. Lejos de eso, la causa retrocedió más de lo que avanzó en los doce años de gobierno kirchnerista, hasta llegar al infame memorándum y todo lo que vino después, incluyendo la muerte (¿suicidio? ¿asesinato?) del fiscal Alberto Nisman.
El memorándum se firmó en 2013; no obstante recién ahora Randazzo se dio cuenta de que era un error, y pidió disculpas. Y en medio de una campaña, casualmente. ¿Podría ser real el arrepentimiento, el pedido de disculpas, la casualidad? Claro que sí, pero en política no corre la presunción de inocencia.
Todos sabemos que es difícil admitir un error y pedir disculpas. Por eso mismo, es admirable cuando alguien tiene el coraje de hacerlo y más aún si se trata de un personaje público. Pero cuando el pedido de disculpas está más guiado por la coyuntura política que por la sinceridad, tenemos todas las razones para desconfiar. ¿Recuerdan cuando, doce años después, Tony Blair pidió disculpas por los “errores” de la guerra de Irak? ¿O cuando Clinton se disculpó por su conducta sexual inapropiada, finalmente, después de haberlo negado frente a un tribunal, y enfrentar por eso el impeachment?.
Lo que ocurre de fondo es que la construcción del relato y la imagen pública de Randazzo (la “marca” Randazzo) es extremadamente delicada, y una de las más interesantes que está teniendo lugar frente a esta elección. Desde la ruptura con Cristina, cuando ella le negó la candidatura presidencial, y él a su vez rechazó presentarse como candidato a gobernador, Randazzo quedó en un frágil equilibrio entre la ruptura y la continuidad. Debe, al mismo tiempo, levantar las banderas kirchneristas, pero mostrándose como un mejor continuador de esas banderas que la propia Cristina: más papista que el Papa.
A su vez, Randazzo, buen lector de la elección de 2015, sabe que tiene que asumir los errores de la década kirchnerista, y conquistar o reconquistar así a buena parte del electorado que se inclinó hacia Macri por puro hartazgo. Su gran desafío es encontrar la forma justa de hacerse cargo del kirchnerismo sin que la crítica sea tan extrema como para que la gente se pregunte por qué no la hizo antes, por ejemplo en los ocho años que fue ministro de Cristina, o después, cuando estaba tan dispuesto a ser su sucesor. Por eso, hasta ahora, Randazzo y los suyos se han mostrado dispuestos a asumir los errores del kirchnerismo, pero sólo uno lo asumieron con insistencia: el de haber elegido a Scioli como candidato en 2015. O sea, un error que no les pertenece, y que encima los favorece.
Pedir perdón por el memorándum va más o menos en la misma línea, y también marca un cierto peligro para el ex Ministro. Saber disculparse, como ya dije, es una virtud, pero hacerlo todo el tiempo es un problema: lo preferible es no cometer tantos errores. ¿Por qué se va a disculpar la próxima vez? ¿Por el INDEC? ¿Por el aumento de la pobreza? ¿Por la represión a los indígenas en Formosa? Puede que las próximas veces el público no sea tan receptivo ni tan olvidadizo como fue la DAIA este lunes.
El perdón, como concepto psicológico, fue analizado en detalle por grandes autores como Piaget y Behn en los años 30, posteriormente por Enright, Santos y Al Mabuk, y posteriormente Kohlberg en 1976. Aunque el perdón permite restaurar un vínculo roto, y poner fin a la beligerancia, no todos los autores lo consideran algo positivo, ya que la disculpa debe estar precedida por una trasgresión, con consecuencias negativas.
En ese caso, para no ser vacía, la disculpa debería estar acompañada por las acciones necesarias para reparar esa acción. Me pregunto cuáles serían en el caso de Randazzo, y me pregunto ante todo si aún está a tiempo, o si el daño causado por el memorándum y 23 años de vergonzosa inacción será suficiente.
¿Saben qué? Después de tanto hablar de perdón, no voy a volver a pedirles disculpas a mis amigos randazzistas. Pero igual yo a Randazzo no le creo nada.
(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com