Salud: El ministerio del miedo
El gobierno siempre da la impresión de saber algo que nosotros no sabemos. Muchas veces, sus decisiones le parecen erradas a la sociedad. Está bien, los que gobiernan son ellos y, como se dice habitualmente, para cocinar y opinar hay que tener todos los ingredientes.
Por otra parte, los cambios bruscos generan incertidumbre. Los hombres de a pie buscamos la seguridad en el mundo que nos rodea, a otra gente que nos pueda dar certezas: los políticos son especialistas en hacerlo, o por lo menos en fingir que pueden hacerlo. Dejar las cosas en sus manos nos saca un peso de encima. Por eso, el primer capital de un gobierno o de un partido político es la confianza, su capacidad de crear certidumbre. Este quizás es ahora mismo el mayor faltante del gobierno.
Estamos ahora ante una serie de enroques tan enigmáticos como lo vienen siendo las últimas jugadas de Macri. Si al inicio de su gobierno Macri creó 5 ministerios, con lo que el total quedó en 21, ahora decidió volver sobre la marcha, e incluso profundizar la reducción. Varias de las carteras actuales fueron disminuidas en jerarquía y absorbidas por otras.
Esta decisión se explica por razones económicas; se supone que el FMI presiona porque el gobierno achique el estado hasta donde sea posible. También razones políticas. Los cambios apuntan a reducir el poder de Marcos Peña, que desde hace rato viene siendo una carta conflictiva para el gobierno, junto a sus lugartenientes Lopetegui y Quintana.
Las razones de esta decisión pueden entenderse. Lo que sorprende es el nombre de algunas de las carteras que serían degradadas: entre ellas están Cultura, Ciencia, Trabajo y Salud. Las señales del gobierno son confusas y raramente se detiene a explicarlas.
Estas decisiones comunican una idea de país. Jerarquizar un área es darle más entidad y prestigio; es como decirle a la ciudadania: “estos son los faros de nuestro plan de gobierno”, en cambio los degradados parecerían no ser una prioridad para el gobierno.
No importa que sean absorbidos por otras carteras. A los ojos de la sociedad, es como si desaparecieran. Y, en efecto, perderán gran parte de su poder, de su capacidad y de su alcance, lo que resulta inédito.
Tomemos el caso del Ministerio de Salud, el más antiguo de los que mencionamos. Para el conjunto de la sociedad, la salud es una preocupación elemental. Pocos discutirían la existencia de este Ministerio. Sin embargo, siempre se lo trató con desidia, como demostró el reciente escándalo por la falta de vacunas para la meningitis. También se juegan factores políticos: el ministro Rubinstein, radical, nunca fue un miembro muy estimado por la cúpula del PRO, sino una concesión a la UCR de la que hacía meses buscaban librarse.
La decisión de degradar a Salud desconocería también la importancia del organismo. El Ministerio nacional tiene un papel rector, organiza el trabajo de los organismos equivalentes a nivel provincial. Además, está conectado con entidades supranacionales como la OMS (Organización Mundial de la Salud) y la OPS (Organización Panamericana de la Salud), coordinando esfuerzos con organismos de otros países. Todas estas tareas quedarían truncadas, inevitablemente, con la pérdida de jerarquía.
En la historia argentina, la salud no fue siempre una prioridad. En la constitución de 1853 ni siquiera se la mencionaba. En 1880, con la brutal epidemia de cólera que se desató en Buenos Aires, se creó por primera vez un Departamento de Higiene que creció en funciones y alcance a lo largo de los años hasta convertirse, en 1949, en Ministerio.
Se lo disolvió dos veces, y bajo dos dictaduras militares: la de Aramburu, en el 55 y la de Onganía, en el 66, pero en ambos casos se lo volvió a formar al poco tiempo. Esta es la primera vez en que la decisión de retroceder en la historia es tomada por un gobierno elegido democráticamente. Un gobierno cuyas decisiones parecen indicar que entiende que hay problemas, pero que sigue sin reconocer cuáles son las verdaderas preocupaciones de la gente.