Sanfrancisqueños por el mundo: Alexia Stessens
Alexia tiene sólo 20 años y partió de San Francisco en enero del 2016 con su novio Juan Carlos, también sanfrancisqueño. Al principio, su plan era viajar por un tiempo sin destino fijo, y empezaron por el norte argentino, tomando el tren que va desde Rafaela hacia Tucumán; desde allí viajaron por Salta y Jujuy a dedo o en bus y después de cuatro semanas en el norte, siguieron hasta Bolivia donde vivieron en La Paz, Sorata, y Copacabana. Continuaron recorriendo Perú durante dos semanas, donde Alexia conoció por primera vez el mar, y desde hace aproximadamente un año decidieron instalarse en Alausí, un cantón de la Provincia de Chimborazo, en Ecuador, aprovechando que allí vivían unos amigos.
Se apresuraron para llegar y poder trabajar fortaleciéndose de esa experiencia. Aunque al principio no era su idea quedarse más de cuatro meses, la belleza del lugar y la oferta laboral que recibieron fueron los condimentos que necesitaron para establecerse. “Nos enamoramos, encontramos un lugar perfecto para instalarnos y pasar este momento de nuestras vidas. Es un lugar muy tranquilo y hermoso, un valle al que lo rodean las montañas con un hermoso clima y una gran gente, todos son muy cariñosos y cordiales así que estoy muy contenta de vivir acá”, cuenta Alexia.
Artistas culinarios
Esta pareja de soñadores y emprendedores, supo detectar inmediatamente las necesidades del pueblo y comenzaron a trabajar en conjunto con el Municipio de Alausí brindando talleres artísticos junto a un colectivo de personas de El Cantón. “Se dan talleres de música folclórica, reciclaje y arte popular, pintura y muralismo, acrobacia en telas, y encuadernación. Intentamos mover un poco la cultura dentro del pueblo, porque antes de que llegáramos tenían mucha necesidad de eso, en especial para los jóvenes que no tenían actividades extracurriculares”. Además, están en medio de un proyecto para realizar una obra de teatro unida a un cortometraje para el 13 de noviembre, día en que se conmemora la independencia de El Cantón.
Incluso recibieron una propuesta desde el Hospital de Alausí, y trabajaron en una obra de teatro cuya temática fue la depresión, con el objetivo de tratar esta problemática de manera más dinámica en los colegios de la localidad.
Además de trabajar en el municipio, venden empanadas para solventar algunos gastos extras. “Es muy loco porque acá comen las empanadas con café, y sólo en la merienda o el desayuno. Consumen mucho la empanada de viento, que es frita y como tiene muy poquito queso, al inflarse es puro aire, por eso la llaman de esa manera. Nosotros hacemos empanadas de pollo, que son un furor acá en Alausí, a la gente le encanta. Cualquiera que quiera venir a Ecuador y tener un emprendimiento, que piense en las empanadas como una excelente opción porque acá no hay nada como eso”, cuenta divertida.
Fuera del horario laboral, disfrutan de sus ratos de ocio rodeados de esa naturaleza de la que se confiesan enamorados, y algunas veces reciben en su casa a algunos amigos de San Francisco que viajan para pasar unos días con ellos.
En el patio de la casa donde viven junto a unos amigos y al dueño del lugar, quien se volvió un padre para ellos
Cuando extrañás, pero no querés volver
Alexia dice que lo que más extraña de la ciudad es recorrerla en bicicleta, las plazas donde pasó largas horas con amigos, y sobre todo a sus afectos. “Lo más duro de irme fue dejar a mis hermanitos más pequeños, porque tenía muchas ganas de verlos crecer, y aunque estemos en contacto no es lo mismo. También me costó dejar a mis abuelos, que los extraño un montón y tengo muchas ganas de verlos y abrazarlos”.
Sin embargo, por el momento no tiene en sus planes volver a instalarse en la ciudad; siente que aunque quiere mucho a San Francisco, no es un lugar para ella. “Unos días antes de salir de viaje, salimos a caminar con mi hermana y mi amiga Florencia, a modo de despedida, y hubo un momento en que nos paramos en una plaza, y nos pusimos a hablar de que San Francisco es una ciudad totalmente artificial, no hay nada autóctono; está todo construido por el hombre, no hay nada que sea completamente natural. A mí me hace muy feliz estar cerca de la naturaleza, me da paz. Acá es otro el aire que respiro, vivo rodeada de naturaleza. Aunque San Francisco es una ciudad chica tiene un montón de opciones de recreación y culturales, pero tiene pequeñas cosas que ahora que no estoy más ahí, hacen que ya no la prefiera. Amo a mi ciudad pero no elegiría volver a vivir ahí”. No obstante, es consciente de que así como la vida una vez la llevó a trasladarse, también pueda presentarle alguna oportunidad para volver.
La mítica “vuelta al perro” de los sanfrancisqueños
A la distancia, las cosas que antes eran cotidianas pueden volverse extrañas, y Alexia cuenta que lo que más le llama la atención de San Francisco, y que justamente recordaba hace unos días, es la tradicional vuelta al perro, esta caravana de autos que da vueltas por la calle principal de San Francisco los fines de semana. “Toda esa gente dando vueltas intentando buscar algo, no sé qué buscan. Una ciudad grande y que haya un embotellamiento, es algo que es tan cotidiano y que uno lo ve de afuera y le parece ridículo y gracioso, pero yo también lo disfrutaba, cuando éramos chicos mi papá nos llevaba a tomar un helado y después dábamos esta mítica vuelta por el centro, y es algo muy sanfrancisqueño, no lo he visto en otro lado”, dice.
Juan Carlos y Alexia con un grupo de médicos del Hospital de Alausí, con quienes trabajaron en el día mundial de la Salud, haciendo una obra de teatro sobre la depresión.
Aprender a relacionarse de otras formas
Esta es la primera experiencia de Alexia viviendo en el exterior, y también fuera de su casa familiar. Para ella el aprendizaje ganado se plasma en muchos aspectos. “Todo es tan diferente acá y tuve que aprender a adaptarme, a trabajar con otras personas, a tener otro trato. Cuando uno sale de su país hay otras reglas, y aprender a relacionarme de otras formas estuvo bueno, es un constante aprendizaje”, relata.
De este viaje, una de las cosas que más le gusta es haber aprendido sobre las comidas típicas de varios países, sobre todo de Bolivia y Ecuador. “Eso es algo que me encantaría llevarle a mi familia, porque me di cuenta de que me encanta la cocina, la disfruto mucho y la variedad de frutas, verduras y combinaciones es tan grande, que he disfrutado mucho aprender y lo llevaría a San Francisco para que todos probaran un poco de lo que hay acá”, explica.
Una de las anécdotas más interesantes de su viaje, es la de un viaje que hizo junto a su novio al oriente ecuatoriano, en la región Amazónica, y cuenta que tuvieron algunos percances que los llevaron a convivir con una comunidad indígena, llamada muyuna, quienes los adoptaron como si fueran parte de su familia. “Esta experiencia fue una de las cosas más lindas y constructivas que aprendí, porque todo ahí era diferente; todo es de todos, todos trabajan para todos, se comparte. Nuestro rol dentro de la comunidad fue cuidar a los niños, creo que la gente ahí se dio cuenta de que Juan y yo tenemos mucha conexión con los más chicos. Era un trabajo muy divertido, a cambio de comida, hospedaje y sobre todo aprendizaje”.
A veces el temor hace que todo se estropee
Lo que Alexia recomienda a los que están a punto de emprender una aventura como la que ella está viviendo, o a quienes tienen esa idea a futuro, es muy simple: que no teman. Asegura que viajar es una experiencia increíble, y que sería bueno que todas las personas se animen alguna vez en la vida a conocer en profundidad la cultura de otros países. “Sé que es difícil, yo también tenía algunos miedos e inseguridades antes de salir, pero si uno las deja de lado puede tener una visión más clara de todo, y las cosas salen mejor. A veces el temor hace que todo se estropee”, finaliza.
Por Julieta Balari