Sanfrancisqueños por el mundo: Miguel Ángel Molinero
Antes de dejar San Francisco, prestaba servicios de cadetería a distintas empresas y además fue chofer de un frigorífico. Pero después de atravesar un momento personal delicado, decidió averiguar qué le esperaba al otro lado del océano, en una especie de testeo. Partió primero hacia Italia cuando tenía 42 años, y aunque reconoce que al principio no fue fácil, siempre hubo personas que fue conociendo en el camino dispuestas a “echarle una mano”, como dicen en España. “Siempre tengo un ángel o alguien que me ayuda y en aquél momento fui a parar a un pueblito cerca de Pinerolo, estuve quince días ahí, y hasta dormí en una iglesia, después seguí recorriendo Italia”, recuerda.
Después de ese primer contacto con tierras europeas, Miguel volvió a la Argentina para terminar la documentación que le permitiera tramitar su pasaporte europeo, y luego de contactarse con unos amigos que estaban en España, quiso arriesgarlo todo y emprendió su aventura hacia ese país. “Dormí en la playa con 40 y pico de años, trabajando de día y de noche pero siempre haciendo las cosas bien. Después traje a toda mi familia, pero el único que quiso quedarse una temporada fue mi hijo Franco; su madre y mis otros dos hijos volvieron a Argentina y cada uno eligió su propio camino”, relata.
Tiempo después conoció a Arantxa, su actual mujer, y así comenzó su nueva vida en Estepona. Trabajó con unos amigos en un restaurante, pintaba casas, y después de ganar la lotería abrió su propio restaurante con su hermano, que también vive en España. Paralelamente, comenzó a vincularse en el ambiente del fútbol, reclutando a algunos jugadores argentinos que viajaban a cumplir su sueño a Europa. Cuando en el 2008 Europa se vio afectada por la crisis, se dedicó por completo a sus proyectos relacionados con el fútbol, algo que sigue realizando en la actualidad.
Para Miguel nunca fue fácil estar lejos, y asegura que el desarraigo es algo que siempre se lleva dentro, pero que a lo largo de estos años pudo acumular cientos de anécdotas y experiencias que fueron moldeando su vida, permitiéndole ver las cosas desde otra perspectiva, y cuenta: “Uno llega a un punto donde realmente cree que vivir es eso, vivir, porque si nos quedamos almacenando dinero se nos va la vida y nos damos cuenta de que no tenemos nada. Yo no tengo nada, pero tengo muchas experiencias de viajes, países que pude conocer, sentarme a charlar con personas que ni conozco”.
Después de que su esposa Arantxa atravesara una enfermedad, que afortunadamente pudo sortear, Miguel postergó algunos proyectos laborales para dedicarse a disfrutar de la vida. De a ratos descansando, de a ratos recorriendo diferentes países junto a su mujer.
Miguel y sus hijos Franco, Rafael y Julieta, en su último viaje a San Francisco.
“Lo que más extraño son los olores”
En cada visita a la Argentina, cuando llega la hora de emprender el regreso al viejo continente, Miguel trata de evitar las despedidas con sus afectos “para no desplomarse”, y asegura: “el momento más duro es cuando el avión despega porque no sabés si vas a regresar a tu país”.
Además de su familia, lo que más extraña de San Francisco son los olores. “Ese olor nuestro a asado, a bagna cauda en semana santa, el silbido de la gente, esos saludos largos nuestros, aquí no existe eso y se extraña mucho. El amigo aquí es pasante, es muy raro tener un amigo con quien comer un asado y compartir cosas, son pasantes, no son NUESTROS”.
Su experiencia lo volvió un hombre empático, que conoce perfectamente las dificultades por las que atraviesan los desarraigados, por eso muchas veces ayudó a otras personas que quisieron emigrar de Argentina. Tal es así que en su casa alojó a 78 argentinos mientras terminaban su documentación para poder quedarse a vivir en Europa. “El estar afuera para muchos puede parecer fácil pero yo he vivido momentos duros de soledad, de sentarme en la playa a llorar solo sabiendo que mis hijos estaban lejos, o que se muera mi madre y no poder viajar. Muchas veces les escribo a mis hijos, y pienso que no sé si mañana lo podré volver a hacer, pero uno va tratando de seguir adelante, y la vida de un inmigrante es así, tomarse un avión depende de muchos factores como el dinero, las obligaciones”.
“Me costaría regresar a San Francisco”
Recientemente Miguel se estableció durante un largo período en San Francisco, y aunque pudo reencontrarse con sus afectos, y generar nuevos lazos de amistad, le costó mucho adaptarse a la ciudad. “No volvería, me costaría regresar sobre todo a San Francisco, porque siento que tengo una mentalidad totalmente distinta, no quiere decir que sea mejor que nadie, porque no lo soy, simplemente quisiera que todo el mundo tenga la posibilidad de viajar alguna vez, para que se den cuenta de que existen otras cosas, otro respeto, otra forma de ver la vida”.
En su última visita a la ciudad reunido con amigos
Sus sueños intactos
Además de aventurero, este trotamundo es fanático del fútbol. Tal vez la pasión por este deporte se gestó desde que era un niño, cuando su padre junto a otros sanfrancisqueños, fundaron el Club “Don Orione”, que funcionaba en la Iglesia Cottolengo. Esa fue la primera cancha que lo vio jugar.
Tiene un sueño, que quizás gracias a su espíritu emprendedor un día pueda cumplir. Quiere fundar una escuela de fútbol en algún pueblo del desierto y cuenta: “Me gustaría que fuera en Marruecos. No es fácil porque son pueblos nómades, y hay que disponer de un dinero que es lo más difícil de conseguir aquí, pero lo demás está. Ese sería mi mayor sueño, regalarle a estos chicos eso; desde chico soñé con tener un balón de fútbol y nunca lo tuve, mi padre nunca me lo pudo comprar, tenía pelotas de plástico o de goma, los de cuero eran muy caros”.
Animarse a la aventura de viajar
Su consejo para aquellos que tienen el deseo de emigrar a otro país, pero que por temor a abandonar su zona de confort no lo hacen, es que se atrevan sin dudarlo. “En la vida hay que arriesgarse, no es fácil y pegar el salto es peor, pero siempre hay que probar; los jóvenes siempre tienen más posibilidades de conseguir empleo. Yo hice de todo, fui albañil, camionero, pasé por todas. Siempre hay personas dispuestas a ayudarte”.
Por Julieta Balari