Sergio Buenanueva: «El abuso no es un pecado o una debilidad de los sacerdotes, es un delito»
Vergüenza, remordimiento, tristeza y dolor. Son palabras de Sergio Buenanueva, responsable de la prevención de los abusos sexuales contra menores en el episcopado argentino. La Iglesia en ese país atraviesa una grave crisis pública por el escándalo del instituto para sordomudos Próvolo, en Mendoza. En entrevista con el Vatican Insider, el obispo de San Francisco responde a todo.
La Conferencia Episcopal Argentina acaba de aprobar una comisión para atender estos casos de abuso sexual contra menores, ¿cómo funcionará?
Se trata de un “Consejo pastoral para la protección de menores y adultos vulnerables”, su función es ayudar a los obispos, las diócesis y a toda la Iglesia en la prevencion de los abusos. Preparará un programa integral de prevención, capacitando al mayor número de agentes de pastoral sobre esta temática (empezando por los obispos). Su misión no es atender los casos de abuso ni recibir denuncias. Eso sigue siendo competencia de cada diócesis o de cada congregación religiosa. Queremos que empiece a funcionar cuanto antes, en noviembre se renuevan las autoridades de la Conferencia Episcopal y se conformará este consejo, dirigido por un obispo y compuesto por laicos, clérigos y consagrados.
¿Es la única iniciativa que la Iglesia argentina ha tomado para afrontar este problema?
Hemos ido dando pasos progresivos, es un tema difícil, delicado y complejo, un drama humano muy hondo, hay mucho dolor y vidas heridas. Para los obispos es muy duro, pero tienen una fuerte decisión de encarar el problema. Entre 2011 y 2015 trabajamos en las “Líneas guía” pedidas por Benedicto XVI para responder con agilidad y en justicia a las denuncias. Fueron aprobadas en abril de 2013 y ya están en vigencia. Vinieron a llenar un cierto vacío en esta materia. Además, los seminarios argentinos dan una atención cada vez más fuerte a los desafíos de la formación afectivo sexual. La Comisión de Ministerios (de la conferencia episcopal) creó un equipo de asesoramiento para la salud integral de los ministros ordenados y los candidatos a las sagradas órdenes (“Equipo Jeremías”). Hay profesionales de salud mental que ayudan en los seminarios.
¿Cuál es la situación general de los abusos en Argentina?
Como en otros países, se han conocido situaciones en buena parte de las diócesis del país. Sin embargo, no tenemos estadísticas confiables, ni de los abusos en la Iglesia ni en la sociedad. Es una de las tareas que hemos de emprender. Es un punto difícil, el silencio forma parte de la dinámica del abuso. Es muy importante romper ese silencio y alertar a los “terceros involucrados”. Tanto el caso Grassi como el más reciente de unos presuntos abusos aberrantes a niños sordomudos, pueden llegar a producir un efecto cascada de denuncias. Hemos de estar preparados.
En estos días se publicó en Argentina una lista abultada de sacerdotes acusados de estos delitos, ¿qué ha significado eso para la Iglesia?
Una investigación periodística seria y bien fundada de estos casos no solo es legítima, aunque crítica, resulta muy valiosa. En la crisis de los abusos, el aporte de los medios ha sido fundamental. Sin embargo, esta publicación tiene muchos puntos débiles: se basa en noticias publicadas en los medios, da información incompleta y, en algunos casos, falsa. Mezcla casos de abuso con otras situaciones. Hablamos de algo muy grave, no podemos informar de cualquier manera por el daño a algunas personas injustamente señaladas en el informe. Hay que chequear mejor los datos.
¿Quiere decir que la lista tiene nombres errados?
Sí. Un obispo tuvo que salir a aclarar que la acusación recibida años atrás no era de abuso de menores, pero además fue investigada y él mismo sobreseído de toda culpa. Me consta también de un sacerdote religioso que fue acusado y exonerado, en la justicia eclesial y la secular.
¿La Iglesia encubre a los delincuentes, como a veces se le acusa?
La Iglesia es muy severa, considera al abuso sexual como uno de los delitos más graves, para los que reserva también las sanciones canónicas más graves. No hay lugar en el sacerdocio o la vida consagrada para los abusadores, señaló Juan Pablo II, un principio ratificado por Benedicto XVI y Francisco. También la Iglesia es muy severa con los obispos o superiores que son negligentes al responder a las denuncias.
Debemos reconocer, con mucho dolor y humildad, que en el pasado, no se ha respondido como se debía. Perdimos el enfoque y la sensibilidad para reconocer que el mal mayor no era que se perdiera un sacerdote o que disminuyera el buen nombre de la Iglesia, sino el daño causado a un menor vulnerable. Esto es motivo de una actitud hondamente penitencia de toda la Iglesia, empezando por sus pastores.
Se cumplen 20 años de la explosión de un caso emblemático, el del padre Grassi, ¿qué aprendió la Iglesia argentina en este tiempo?
Me pregunto, más bien, qué podemos aprender. Ha mostrado muchas: por ejemplo, el rol de los medios y su impacto en la opinión pública. Como Iglesia no terminamos de integrar bien estos nuevos códigos de comunicación. Otro aprendizaje tiene que ver con las condiciones en que un sacerdote lleva adelante una obra asistencial. La comunión con su obispo y los otros sacerdotes es fundamental. Las obras eclesiales deben ser muy transparentes en sus relaciones con el Estado y otros organismos, especialmente si suponen contacto con menores. No pueden ser obras que giren en torno a una sola persona. En otras épocas podría ser distinto, ahora claramente no.
¿Qué debe hacer un fiel cuando sabe de un abuso?
Creer el relato de la víctima y tratar de contenerla. Debe comunicar el hecho a quien corresponda, tanto en la justicia civil como en la Iglesia. Hay que acudir al obispado o a un sacerdote de confianza. El nuevo consejo debe pensar algunas sugerencias para los obispos en este campo. Otras comisiones similares reciben denuncias y no solo están formadas por sacerdotes. Muchas víctimas o sus familias no confían en los sacerdotes, por la mala experiencia tenida.
¿Cómo deben responder los obispos ante una denuncia de abusos?
El abuso no es solo un pecado o una debilidad de un sacerdote, es un delito que afecta gravemente el orden social. Las Líneas trazan un camino a seguir desde el momento en que un obispo recibe una denuncia o tiene noticia de un posible abuso. Establecen su grave obligación de conducir un proceso eclesiástico con el Vaticano. Y la cooperación con la justicia secular, cuyo accionar es imprescindible. Muchas veces las familias o las víctimas no quieren ir a la justicia. En Argentina, estos delitos contra la integridad sexual de las personas, especialmente si son menores, solo pueden ser denunciados por las víctimas, sus padres o sus legítimos representantes. Normalmente se les aconseja que den ese paso. Incluso se los acompaña a hacer la denuncia. Es un asunto delicado. La finalidad primaria de todo es esclarecer la verdad y hacer justicia.
¿Cuál es el mensaje de la Iglesia a las víctimas y a la sociedad argentina?
Por lo que conozco, las víctimas y sus familias están muy enojadas con nosotros. Y con razón. Es difícil dirigirles una palabra que no sea vivida como un reabrir heridas hondas. Puedo comprender incluso que sospechen de nuestra sinceridad. Como obispo, quisiera compartir su dolor, siento mucha vergüenza, remordimiento y tristeza. Nunca deberían haber pasado por lo que pasaron. Nuestro compromiso es trabajar duramente para que nadie más, especialmente niños y personas vulnerables, deba sufrir ese calvario.
A la sociedad queremos darle un mensaje claro de que la Iglesia en Argentina está decidida a sumarse a toda iniciativa que exista para prevenir los abusos. Le pido a Dios, libertad interior para no que no nos distraigamos pensando en la credibilidad perdida o en el prestigio de la Iglesia, sino en hacer justicia y proteger a todas las personas vulnerables, con los que Cristo se identifica. Ellos son también vicarios de Cristo en la tierra.
Fuente: La Stampa