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Sergio Buenanueva: “Los medios de comunicación no son nuestros enemigos, aunque nos hayan puesto contra las cuerdas”

Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco, preside el Consejo pastoral para la protección de menores y adultos vulnerables, creado por la Conferencia Episcopal Argentina en el año 2017. Durante la 117º Asamblea Plenaria del Episcopado que se está desarrollando en estos días en la localidad de Pilar, dialogó con Vida Nueva sobre esta cuestión que preocupa a la Iglesia en Argentina.

PREGUNTA.- ¿Cuál fue el objetivo de los obispos al crear el Consejo Pastoral para la Protección de Menores y Adultos Vulnerables en la CEA?

RESPUESTA.- Después de haber elaborado las Líneas guía que nos ayudan a responder con justicia y verdad a los casos que se den, los obispos hemos visto necesario enfocarnos en la “prevención” de los abusos sexuales. Cuando se rompe el silencio, escuchamos a quienes han sufrido abuso y nos dejamos también nosotros herir por su sufrimiento, no podemos dejar de preguntarnos cómo hacer para que en nuestros espacios eclesiales (también en las familias, escuelas y otros ambientes) no se den más los abusos. Es la política de “abuso cero”. Como con otros delitos y conductas humanas, lo más importante es la prevención: estar atentos a las posibles situaciones de vulnerabilidad, informar y formar, crear ambientes sanos, canales de comunicación, etc.

La Cumbre

P.- ¿Cuál ha sido la importancia de la reciente reunión convocada por el Papa sobre la protección de los menores en la Iglesia?

R.- He seguido con atención y ansiedad la cumbre. Mi balance es muy positivo. Realmente se ha tratado de una cumbre: el Papa, toda la Curia romana, los obispos presidentes de todas las conferencias episcopales, los superiores mayores de los principales institutos de vida consagrada, masculinos y femeninos. A mi entender, de las muchas cosas valiosas para señalar, lo más decisivo ha sido caer en la cuenta de que la Iglesia tiene un problema estructural. Es decir: que los abusos no son pocos, o de un sector, o de algunos países. Hay abusos sexuales protagonizados por clérigos y consagrados, en todas partes, en todas las regiones. Afecta a toda la Iglesia. Lo hemos minimizado en un grado que nos avergüenza profundamente. ¿Cómo ha sido posible?

Aclaremos: hablamos, en primer lugar, del abuso en sí mismo, con toda la devastación que esto produce en la víctima. Pero también toda forma de encubrimiento o falta de claridad por parte de obispos y otros superiores. El encubrimiento, no lo olvidemos, es también un delito, tanto canónico como para la justicia penal del país. Por eso, esta crisis supone un fracaso en el modo como los obispos hemos estado ejerciendo nuestro liderazgo en las comunidades cristianas, nada menos que en algo que está en el corazón del Evangelio y es la razón de ser de nuestro ministerio: proteger al débil, cuidar al vulnerable. Como obispo me siento interpelado en mi conciencia y en mi responsabilidad propiamente episcopal, compartida con mis hermanos, pero también indelegable.

El papa Francisco pone el dedo en la llaga: habla del clericalismo como una deformación eclesial. No solo del ministerio de los pastores que pretende monopolizar todo, sino también de los laicos y de las comunidades cristianas que se entregan a esta deformación. Por eso, esta crisis está reclamando una conversión muy profunda. ¿Cómo ejercemos el poder en la Iglesia? ¿Es al estilo de Jesús, es decir, como servicio humilde y desde los más pobres? Por eso, estamos hablando de “abusos de poder, de conciencia y sexuales”.

Primeros pasos y acciones concretas

P.- ¿Cuáles son los siguientes pasos a realizarse en nuestro país sobre este tema?

R.- En la cumbre se han abierto muchas perspectivas. Sugiero releer -o leer si no se lo ha hecho ya- todas las intervenciones. Por supuesto, el importante discurso final del Santo Padre con los itinerarios a recorrer que allí plantea, pero, sobre todo, la significativa lectura eclesial de fe que hace de esta crisis. También los 21 puntos que entregó al inicio de la cumbre. Estamos a la espera de algunos pasos concretos que la Santa Sede ha prometido dar en varios de estos caminos abiertos: un vademécum para que los obispos sepamos cómo actuar en los casos; revisión del secreto pontificio; señalar con más claridad como los obispos tenemos que rendir cuentas de nuestras acciones y compromisos en este campo, especialmente dónde y cómo denunciar negligencia en la responsabilidad de proteger a los menores, etc.

Una acción clave que ha aparecido claramente en la cumbre ha sido cuidar mejor la formación de los futuros pastores, de los consagrados y, de modo derivado, de nuestros agentes de pastoral. Especialmente de quienes están llamados a vivir el celibato por el reino de los cielos. Verificar que esa llamada sea consistente, acompañada por una personalidad humana y espiritual idónea y abierta a una rica experiencia espiritual de amistad con Cristo y de amor al pueblo de Dios, especialmente a los más pobres, a los que sufren, a los vulnerables. En personalidades ricas en humanidad, experiencia espiritual y celo apostólico verdadero, pero también con un sentido profundo de sentirse parte de una Iglesia sinodal, en comunión y servidora, estas inconductas encuentran el mejor de los antídotos.

P.- ¿Qué acciones concretas se necesitan para pasar del ocultamiento a la denuncia?

R.- En general, hay que favorecer una cultura de la transparencia y generar espacios para que se rompa el silencio. En concreto, tenemos que lograr que en cada diócesis la gente sepa a dónde y ante quienes hay que denunciar los posibles casos. Nuestro Consejo está trabajando para ofrecer, en el tiempo más breve posible, una ayuda concreta a las diócesis para generar estos espacios de escucha, de recepción de denuncia y de acompañamiento de las víctimas. Sabemos que las dificultades mayores se dan en las diócesis más pequeñas o con menos recursos. Obviamente, aquí es clave que se involucren los laicos, varones y, de manera especial, las mujeres, también si, por profesión o formación, están especialmente capacitados para este servicio.

Por eso estamos programando un plan de formación para agentes pastorales, desde los obispos, nuestros canonistas, hasta los catequistas y otras personas involucradas en la pastoral con niños, jóvenes o vulnerables. Un punto clave es la colaboración con la justicia del Estado. La Iglesia reconoce claramente la naturaleza delictiva del abuso y también de toda forma de encubrimiento. Eso significa que necesariamente, y de acuerdo con las leyes penales del país, la justicia del Estado tiene que investigar, establecer las responsabilidades y las sanciones correspondientes. La Iglesia tiene derecho de hacer sus propios procesos, pues el delito, si lo comete un clérigo, tiene consecuencias para el ejercicio del ministerio. Pero el rol de la justicia del Estado es clave. Tenemos que colaborar con ella.

Comunicación y transparencia

P.- ¿Cómo se relaciona el tema de las denuncias sobre abusos con la comunicación de la Iglesia?

R.- Aquí hay mucha tela para cortar. Yo diría dos cosas: ante todo, la constatación que no ha sido posible que la Iglesia enfrentara esta crisis sin la acción perseverante, crítica e incisiva de los medios de comunicación. No son nuestros enemigos, aunque, en ocasiones, nos hayan puesto contra las cuerdas. Tenemos que ser aliados de los buenos periodistas, los que están de parte de las víctimas, quieren y saben hacer verdad en estas cosas.

Por otro lado, la crisis de los abusos ha puesto en crisis nuestros modos de comunicar. El tercer gran tema abordado por la cumbre ha sido precisamente la “transparencia”. Ya hay diócesis (con sus obispos, pastores y laicos) que han hecho un muy buen aprendizaje -doloroso también- de cómo comunicar con verdad, rápidamente y sin lenguajes ambiguos, aunque siempre respetando lo delicado de la situación. El secretismo no ha ayudado. Es una forma de clericalismo. En esto, los obispos tenemos que dejarnos ayudar por quienes son competentes en esta materia. No podemos solos.

P.- ¿Cuál es el papel del pueblo de Dios para participar en este trabajo pastoral?

R.- Es clave. Ya hablé del camino sinodal, que tiene que verificarse de manera muy fuerte para superar esta crisis. Repito: los obispos no podemos enfrentar solos estos problemas. Tenemos una responsabilidad indelegable, es cierto, pero necesitamos abrir espacios, escuchar, dejarnos interpelar, hacer lugar a las iniciativas que surgen de las comunidades. Nos toca velar para que el clima de nuestras comunidades cristianas sea sano, humano, espiritualmente estimulante, sensible a los más vulnerables. Ahí se necesitan muchas voces y manos a la obra. Tanto en la prevención como en la respuesta a los casos que se den, hay que buscar que sea una Iglesia, rica en diversas vocaciones, carismas y ministerios la que sale al paso de estas situaciones dolorosas.

Fuente: Vida Nueva Digital.Vida Nueva Digital