Policiales

Sergio Buenanueva: «Un obispo es ante todo un ciudadano»

Voces que se multiplican en un año electoral

Hemos entrado de lleno en un año electoral. Viendo el calendario de elecciones municipales, provinciales y las nacionales, asoma realmente un fuerte vértigo. Muy argentino, por otra parte.

Seguramente se irán multiplicando las voces, tanto de quienes participan en las lides electorales como de ciudadanos u organizaciones de la sociedad civil.

Es bueno que así ocurra. Vivimos en democracia y, la argentina, es una sociedad que va creciendo en pluralidad. Queremos ser una sociedad abierta y plural, con muchas voces que se den cita en el espacio público.

La libertad de expresión -y la más amplia posible- es uno de los pilares sobre los que se sostiene la vida de un pueblo libre, de una sociedad plural y la misma cultura democrática.

Seguramente también, a ese coro de voces, por momentos un poco desafinado y caótico, se sumarán también las voces de representantes de las religiones. Obviamente, las voces de los obispos católicos, sea individualmente o en grupo (por regiones o la misma Conferencia Episcopal).

Se impone una pregunta: ¿Qué derecho y competencia tenemos los obispos católicos de hacer oír nuestra voz en materia política? Podríamos extender la pregunta a otros campos como la cultura, la economía, lo social, etc.

Intento aquí algunas respuestas breves.

1. Un obispo es, ante todo, un ciudadano. Tiene el derecho de expresarse libremente sobre cualquier tema. Incluso si no es competente para ello. ¿Podemos imaginar una sociedad abierta, libre, plural y viva sin que todos los que la componemos no hagamos sentir nuestra voz?

2. Pero, además, como ciudadano tiene el derecho-deber de inmiscuirse en todo lo que hace al bien común. Es decir, como cada ciudadano argentino, un obispo puede y debe intervenir en lo que también lo afecta a él como habitante del país. Los antiguos dirían: “res nostra agitur”, que podría traducirse: eso también nos involucra a nosotros.

3. Ahora, en cuanto obispo católico, es decir, representante autorizado de una determinada confesión religiosa, ¿puede intervenir en el debate público, sobre todo en materia política? Aquí hay que empezar a matizar.

3.1. La política (como la cultura, la economía, el derecho, etc.) tienen una dimensión técnica en la que los obispos no somos competentes, en cuanto tales. Sin embargo, todas estas actividades y saberes humanos tienen una dimensión ética, pues implican decisiones libres que afectan al bien de todos. Ese es la perspectiva en la que es legítima una palabra que viene desde las religiones: intervenir en esta materia en la medida en que se juegan valores humanos fundamentales. Obviamente, aquí el discurso religioso navega en una cierta generalización. Ese es su posibilidad y también su límite.

3.2. El principio de la laicidad o de la autonomía del estado secular es clave. Significa que el estado es neutral en materia religiosa y que las religiones no intervienen en la gestión política. Hoy se tiende hacia una laicidad positiva, que supere aquella visión que valora a las religiones como nocivas y, por ende, busca recortar su espacio de acción. La laicidad positiva valora el aporte a la convivencia que las religiones realizan y procura que puedan hacerlo.

3.3. Claro, esto impone a las religiones algunos deberes muy importantes. Un obispo católico, por ejemplo, puede intervenir en los debates públicos ofreciendo su palabra como una voz junto a otras, tratando de formular su discurso en términos comprensibles y fundados, incluso si manifiesta el trasfondo religioso de sus afirmaciones.

3.4. Aquí aparece un aspecto que, en mi opinión, todavía es flojo entre nosotros. Lo formulo en positivo: tanto un laico como un pastor católico debería poder expresar que su postura ante un tema de debate tiene, además de un fundamento racional y comprensible por todos, una dimensión religiosa. Debería, por ejemplo, poder señalar, sin temor a ser interrumpido y acallado: Creo en Dios, creo en la dignidad de la vida que, para mí como para tantos otros, viene de las manos del Creador y, por eso, además de todos los argumentos racionales esgrimidos, también estoy en contra del aborto o la pena de muerte. En Argentina, hoy, este modo de intervenir es, en los hechos, impracticable.

3.5. Otra matización importante: los obispos podemos -y debemos intervenir en los debates públicos- porque tenemos una palabra autorizada para decir. Es nuestra misión. En materia social, sobre todo cuando se desciende a cuestiones prácticas y más nos alejamos de los grandes principios éticos en los que reina una gran claridad, somos conscientes de que entramos en un campo altamente contingente, relativo y, por lo mismo, opinable. Es aquí donde aparece con fuerza el perfil específico de los laicos y su amplísima libertad de acción. Para nosotros, los pastores, esto significa que debemos cuidarnos de darle a nuestro discurso un tono de autoridad que no tiene. Sería una forma de clericalismo para nada sutil y siempre invasivo de la libertad y de la conciencia de las personas. Es un valor al que hoy, nuestras sociedades plurales, son justamente más sensibles.
Termino aquí, aunque hay mucho más para decir.

Me doy cuenta de que mi discurso suena principista. Bueno, gracias a la libertad de expresión, hasta un discurso así puede ser oído por quien quiera escucharlo.

Hay que seguir caminando, pensando y hablando.

Fuente: evangeliumgratiae.blog