Sorpresatta populista
Hay una creencia exacerbada en que los argentinos somos todos, básicamente, italianos. Gesticulamos, gritamos, nos gustan la pasta y la pizza, nos volvemos locos por el fútbol y usamos palabras como “laburar”, “birra” y “bicoca”. “Es la sangre tana”, dicen algunos, para justificar los excesos de carácter. Hasta nuestro presidente es hijo de un inmigrante italiano que vino a nuestro país a buscar un futuro mejor.
Lo cierto es que, si bien la inmigración fue masiva, y tuvo un impacto sin precedentes en nuestra historia, no llegó a desplazar a la cultura criolla autóctona. A principios de siglo XX, por ejemplo, muchos patricios temían que, ante la llegada de los italianos, se dejara de hablar español en nuestro país… algo que, como sabemos, no ocurrió.
Después de todo, la inmigración de españoles también fue considerable, y hasta hoy, en la lista de los 50 apellidos más comunes de Argentina abundan los de esta nacionalidad; siguen ganando los Rodríguez, los López, los Díaz, los Álvarez, los Sánchez.
Pero nuestra identificación con Italia bien puede estar, más que en la cultura, en la gastronomía, o en la genética, en nuestro imaginario, en la forma en que nos percibimos como país. Los argentinos nos pensamos como individualistas, arrogantes y desprolijos, y parece que ese es también el estereotipo imperante de los italianos. Y la política parece reflejar esta identidad.
Italia, la tercera economía de la Eurozona, la octava más grande del mundo, y el segundo destino favorito para los turistas que visitan Europa, hoy está estancada, con un récord de desempleo y una enorme deuda pública. La política está sumida en una crisis de credibilidad, intensa sobre todo entre los jóvenes que no logran insertarse en el mercado laboral y que se sienten traicionados por su país. No muy distinto al “que se vayan todos” que nos tocó vivir a los argentinos hace unos años.
Esta compleja situación llevó a los votantes a buscar caras nuevas, como quedó demostrado en las últimas elecciones: los dos partidos más votados fueron la ultraderechista Lega Nord y el Movimiento 5 Estrellas (M5E), fundado hace menos de diez años por el cómico Beppe Grillo. El partido Democrático, que entonces tenía el gobierno, salió tercero.
El problema es que ninguna fuerza consiguió imponerse, y eso, en un sistema parlamentario como el italiano, significa que es necesario formar alianzas y crear un gobierno de coalición. Finalmente, la Lega y el M5E se sentaron a negociar. Aunque no lo parezca, los dos partidos tienen mucho en común: son de corte populista y, ante todo, euroescépticos.
En un documento que publicaron esta semana, y que generó espanto en la Unión, postulaban la necesidad de analizar los tratados de comercio e incluso la posibilidad de abandonar el euro. No es un fenómeno nuevo, sino un eco del nacionalismo y el antiglobalismo que ya se vieron en el Brexit y en el triunfo de Trump.
Además, aunque reafirmaron la intención de que Italia permanezca en la OTAN, con EEUU como “aliado privilegiado”, también propusieron abrirle las puertas a Rusia. La amenaza real, consideran, se concentra en el Mediterráneo, fuente de inmigrantes islámicos.
Como si esto fuera poco, también se busca implementar una de las medidas más polémicas y, al mismo tiempo, más atractivas, del M5E: una renta universal de 780 euros mensuales por persona.
Este es el programa que busca implementar una de las naciones más avanzadas del mundo, y que en cierta forma de cuenta del fracaso del ideal globalizador de la Unión Europea frente a las tendencias nacionalistas y populistas. Sabemos que ningún país está exento de estos vuelcos políticos; de hecho, fue en Italia donde se inventó el fascismo, hace casi 100 años.
Pero en los países latinoamericanos, como el nuestro, estamos empezando a salir de una rueda populista con la que los europeos recién están empezando a experimentar. Esta vez, en lugar de ser el reflejo de Italia, estamos a la delantera.