Ni muy muy, ni tan tan: La tibieza no entusiasma a nadie
Últimamente, más que tiempo de definiciones, el año electoral parece tiempo de indefiniciones. Por todas partes hay políticos que se suben al trampolín más alto y dudan de si dar o no el salto. Se empieza a formar fila atrás de ellos. Algunos saltan cuando ya es demasiado tarde; otros emprenden el humillante retorno por vía de la escalera.
Prima una sensación de que no se sabe quién es quién y de que podría pasar cualquier cosa. Mientras en el interior de Cambiemos se resiente la alianza entre el PRO y los radicales, por ciertas promesas incumplidas del poder ejecutivo, Macri aparece en un acto sindical rodeado por bombos y cánticos peronistas. Carrió, después de críticas y coqueteos, se ampara en la fortaleza del Cambiemos para avanzar en la ciudad. Se tendrá que enfrentar a Martin Lousteau, quien, declarando que “hay partidos de Cambiemos que vetan candidatos” se muestra como un hueso duro de roer. Entretanto, la falta de referentes de peso augura al gobierno nacional un resultado negativo en el interior.
El peronismo es, como siempre, la gran incógnita. Está como siempre dispuesto a aglutinarse en torno al poder, pero esta vez, ¿alrededor de quién? La imagen de Cristina no entusiasma demasiado a los políticos, pero son pocos los que parecen decididos a enfrentarla, ya que cuenta con un caudal de votos en el país nada despreciables. Massa fue quedando desdibujado en su negativa a polarizar. Y se vive relanzando , ahora con Margarita Stolbizer, con un discurso tan pequeño que no se sabe si le alcanzará para toda la campaña. Y no faltarán los que estén dispuestos a cerrar una alianza con el gobierno, haciendo colectoras “proopositoras”.
En sí, el problema sigue siendo la tibieza. La tibieza no entusiasma a nadie. Y no lo digo yo. Sean devotos o no, vayan a la Biblia, al libro del Apocalipsis, y lean lo que dice ahí, con lenguaje bien gráfico: “Porque eres tibio, ni frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”… Hasta para Dios es mejor que la gente esté contra él, antes de que sea indecisa.
El gobierno, sin duda apurado por una oposición feroz que no le perdonará un solo traspié, viene manejando una política de la tibieza, de lo “ni muy muy, ni tan tan”, que a la larga puede jugarle en contra… pero para eso debemos proyectarnos a futuro Lo que espera el votante, en general, es audacia: alguien que esté dispuesto a tomar decisiones y hacer valer sus promesas de campaña, aún si el costo político es alto. Esa es precisamente la carta más poderosa que ha jugado, en la Provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal: un modelo de audacia, poder de mando y gestión sin amigos del Newman.
Cambiemos, probablemente dispuesto a transformar el país, pero también a mantenerse en el poder por ocho años, no siempre está muy seguro de querer ir hasta las últimas consecuencias. El gobierno se preocupa demasiado por el “qué dirán”, o más bien por el “qué dirá Durán”. Hace primar la “encuestocracia”, el uso y el abuso de las encuestas. Olvidan que, aunque sean útiles en coyunturas particulares, no son la respuesta a todas las preguntas, ni hacen explícitos siempre los deseos más profundos de los votantes.
A nivel global, se está viendo una sed de cambio que ha llevado a resultados políticos inesperados como el Brexit y el triunfo de Trump. Tal vez Francia sea hasta ahora la excepción. Los proyectos de cambio eran tan radicales, y estaban tan polarizados, que terminó imponiéndose un candidato de centro, el más tibio de todos. Pero de todas formas Macron (¿una especie de “Macri aumentado”?) piensa utilizar su buena fortuna para imponer una agenda de cambio desde su propia visión ideológica, proeuropea y aperturista. Al francés le sería más que instructivo ver lo que está ocurriendo en Argentina.
La aspiración última de Cambiemos sería desmantelar el modelo K, desvalorizado, representado por movimientos sociales conflictivos y monopolísticos, de mucho ruido y mucha marcha. Busca un espectro mucho más descentralizado para quitarle poder a los líderes de movimientos sociales, gremios y empresas; en el que cada uno represente a un pequeño sector. El ideal es una sociedad tranquila y en silencio, donde los vientos de cambio soplen a favor del Pro y no de sus detractores. Ante esta disyuntiva, no vale ser tibio.
Como dice el ensayista Nassim Nicholas Taleb, “hemos estado fragilizando la economía, nuestra salud, la vida política, la educación, y casi todo el resto de las cosas”. De ahí que debamos aprender la manera de que sean “antifrágiles”, y no simplemente vulnerables al azar y al caos. Planes concretos, equipos, y propuestas claras. Y sobre todo, frialdad o fuego cuando sean necesarios. La tibieza es dejarle las puertas abiertas al pasado.
(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com