Un mundo de sensaciones
Si hay un legado de la década kirchnerista que nadie se atreverá a discutir, fue su ampliación del vocabulario político con nuevas palabras y conceptos, algunos nuevos, otros renovados, otros directamente deformados. “Relato”, “modelo”, “corpo”, “periodismo militante”, “medios hegemónicos”, “fondos buitres”, “Él”…
Ejemplos sobran, y seguramente el lector podrá expandir esta pequeña lista con sus propios recuerdos. Pero hay, entre todas estas palabras, una que quizás haya pasado desapercibida, pero es, no menos que las demás, un legado kirchnerista: es la palabra “sensación”.
Hace ya varios años, el entonces ministro Aníbal Fernández eligió esta palabra para definir a una de las grandes preocupaciones de los argentinos, la inseguridad. “Sensación”, en ese contexto, significaba que la inseguridad no era un problema real, sino uno creado por la insistencia (y la mala voluntad) de los medios.
Desde entonces, se la utilizó con cierta dosis de ironía. En el lenguaje popular argentino, cada vez que alguien señalaba algún problema, se le decía “¡pero eso es una sensación!”, como una forma indirecta de burla al gobierno kirchnerista.
Por cierto que este giro en el vocabulario destrozó siglos de filosofía en torno a esta palabra, “sensación”. Dar cuenta de todo lo que se dijo sobre este simple término, por supuesto, sería una tarea titánica.
Pero podemos definir, a grandes rasgos, a la sensación como el conocimiento que viene de los órganos sensoriales y que pasa al cerebro para formar una impresión del mundo que nos rodea. Algunos filósofos, es verdad, consideran que este conocimiento es inferior, o que ni siquiera constituye conocimiento; pero otros consideran que es la base de todo el conocimiento.
Como puede verse: es algo mucho más complejo de lo que el ex ministro quiso dar a entender.
En todo caso, la sensación es real y se produce como respuesta a algo que es real también. Y, además, tiene consecuencias reales. En respuesta a estas sensaciones, tenemos respuestas afectivas, emociones positivas o negativas.
Y ese efecto dominó produce, a la larga, cambios en la política y en la sociedad. Cuando se considera, entonces, todo lo que entra en juego, resulta que las sensaciones son mucho más importantes de lo que se creía.
Las emociones de rabia y hartazgo que produjeron en la última década, llevaron a un cambio político profundo. Y eso nos enseña que la política no se hace sólo sobre lo real (o sea, lo que creemos que es real) sino sobre estas percepciones, expectativas y sensaciones de la gente.
El deterioro de las relaciones familiares y humanas; la ruptura institucional; la economía llena de disparidades; la brecha que se ensancha y más… todo eso, aunque se niegue, sigue estando en nuestra percepción colectiva.
La tarea del gobierno no es tratar de contrarrestarla con una emoción contraria (la alegría, o cual sea), sino, por un lado, atacar el problema, y por el otro comunicar correctamente. Claro: nadie dijo que sería una tarea fácil.
Veámoslo de otra forma. El kirchnerismo produjo un desfase notable entre el “relato” y la “sensación”. De un lado se decía que todo estaba bien, que el país funcionaba, que los problemas eran un invento de los medios malintencionados, y algunos lo creían así. Del otro lado, la sensación imperante era que las cosas estaban mal y que el relato era una mentira.
¿Cómo se revierte esta situación? A tientas, todavía, después de varios meses, el gobierno ha intentado sustituir un relato por otro. Pero la sensación no va a cambiar por más que nos cuenten otra historia. Recuerden que la sensación nace de la realidad, no de las ficciones.
Ahora, si bien se están dando pasos en la dirección correcta, el desafío es no construir un nuevo relato a partir de esto. “Hechos, no palabras” puede ser una máxima muy repetida, pero que se ajusta perfectamente a la situación actual. Cuando el gobierno vacila, o vuelve atrás en sus decisiones, está produciendo la sensación contraria a lo que dice su relato. Eso causa ansiedad, y poco a poco la pérdida de la esperanza con la que nació este gobierno.
Una de las primeras palabras que impuso el relato macrista fue “sinceramiento”. Por supuesto, era fácil sincerar la situación caótica que se había heredado. Si ahora la situación sigue siendo problemática, pero empieza a enderezarse, entonces no hay razones para cortar el sinceramiento.
La gente siente que la situación sigue siendo problemática; si el gobierno lo niega, generará tensión, pero si lo acepta, recibirá otra vez la esperanza y la confianza, tan necesarias para recuperar el capital político que necesita para atravesar un duro año electoral.
Los procesos de cambio, especialmente de cambio institucional, llevan tiempo, y no es posible acelerarlos sólo con un relato optimista. Es necesario ir paso a paso, sin prisa pero sin pausa. Con eso, y un relato honesto y sensato, el actual gobierno tiene asegurada una ventaja clara sobre sus predecesores – y sobre quienes aspiran a sucederlo.
Como escribió Charles Reader, un novelista británico: “Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino.”
(*) Magister en Comunicación y Marketing político Universidad del Salvador. Postgraduate Business and Management. Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Dirección y Realización Televisiva. Buenos Aires Comunicación BAC. www.eduardoreina.com