Vuelta a clases: Trotta retrocede un casillero
Circula por las redes la foto de una clase de primaria en Japón. La clase tiene lugar en un parque, a cielo abierto, y los alumnos, que escuchan atentamente al profesor, tienen pupitres hechos con cajones de fruta. Es una foto tomada justo después de que la escuela Nobori-cho, a la que asistían estos chicos, fuera destruida por la bomba atómica de 1945.
En cualquier momento, podemos ponernos a hacer una lista de todas las formas en que la pandemia de COVID-19 alteró nuestra vida y nos perjudicó. Pero es también fácil olvidarse de que los seres humanos estamos hechos a este tipo de desastres.
Las condiciones no eran mucho mejores durante la pandemia de gripe de 1918, o durante la Peste Negra del siglo XIV. Muy por el contrario. Lo cierto es que, en el año 2020, nos encontrábamos mucho mejor preparados para enfrentar una catástrofe que en cualquier momento previo de la historia.
Por eso, no podemos explicar que nuestros resultados, en algunos casos, sean peores. En particular, la catástrofe educativa que está teniendo lugar es muy difícil de explicar.En el mundo, unos 1600 millones de alumnos de 134 países se han visto afectados por la pandemia.
Se calcula que 24 millones de ellos tampoco volverán una vez que se reabran. Sin embargo, 105 países, un 78% del total, han anunciado ya una fecha para reabrir las escuelas o las han reabierto. El esfuerzo es justificado: como nos enseña la foto de Japón, la educación es siempre una prioridad, porque es la apuesta al futuro.
Un país que relega la educación parece también derrotado ante su propio futuro. Existen, por otra parte, pruebas contundentes de los efectos dañinos que el cierre ha tenido en los niños y adolescentes. En Argentina todo está teñido de política, y el caso de las escuelas no es la excepción.
Desde el año pasado, en las discusiones entre los gobiernos nacionales y provinciales había un tironeo permanente con respecto a la escolaridad. De hecho, fue uno de los ejes de la ruptura con la CABA y Horacio Rodríguez Larreta.
El gobierno nacional, atado al sindicalismo, demoró la apertura indefinidamente. En este escenario, el ministro Trotta quiso tomar el protagonismo y dar luz verde para la reapertura, cuando fue durante este tiempo el responsable de que las clases presenciales permanecieran suspendidas.
El mundo, las estadísticas, los científicos, y la propia gente le fueron dando la espalda a su postura, que parecía más un capricho que una decisión basada en datos certeros y concretos. En cambio, organismos como la Asociación de Pediatría enfatizaron que a la sombra del Covid se empezaban a dar casos de trastornos emocionales, de niños desinteresados y abúlicos.
La insistencia en las clases online solo sirvió para profundizar la diferencia entre la clases sociales, entre los que más tienen y los que no cuentan siquiera con conexión a Internet. A todos estos efectos nocivos, se suma la poca información sobre el rol de los niños y las escuelas en la transmisión de la pandemia (con miles de casos diarios, ¿podría agravarse tanto la situación?).
Las experiencias del pasado también nos dicen que es posible. Por ejemplo, si bien las escuelas se cerraron dos veces en EEUU durante la pandemia de 1918, también se buscaron soluciones alternativas: servicios de enfermería integrados, clases en lugares abiertos, y sobre todo una revisión de las políticas sociales para mejorar las condiciones de vida de los niños en general.
Todo esto sin que el ritmo de la educación se detuviera. En agosto del año pasado, mientras el ministro de salud de la CABA, Fernán Quirós, insistía en la necesidad de volver a las aulas, en especial para los chicos que habían perdido la conexión con la institución debido a la falta de medios, la legisladora Lorena Pokoik respondía que la insistencia del gobierno porteño con las clases presenciales no era genuina, sino “marketing político”. Pokoik es la vicepresidenta de la comisión de Educación, Ciencia y Tecnología de la Legislatura.
Alineado con este relato político, y avalado por los argumentos sanitarios de Ginés González García, Trotta desoía hasta muy poco los pedidos de reabrir. El ministro Trotta no fue informándose y cambiando su opinión. Se lo llevó puesto la realidad, y con él al resto del gobierno.
Ahora, el propio presidente Alberto Fernández tuvo que dar la orden de comenzar las clases. Ahora el joystick del ministro perdió fuerza y el anuncio de las “clases para todos” representa más que nada un desafío a su propio lugar en el gobierno.
Debilitado, tendrá que lidiar con los sindicatos para que estos acepten volver a clases sin torcerle el brazo al gobierno con reclamos injustificados. Se verá si en esta última jugada puede afianzar su poder y reputación, o si pasará a engrosar la lista negra de los “funcionarios que no funcionan” en el gobierno nacional.
«Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela» (Domingo Faustino Sarmiento).
Nota publicada también en: Perfil.com
(*) Consultor especializado en Comunicación Institucional y Política, Asuntos Públicos y Gubernamentales, Manejo de crisis y Relaciones con los Medios. Magister en Comunicación y Marketing Político en la Universidad del Salvador (USAL). Postgraduate Business and Management por la Universidad de California Ext. Berkeley, EEUU. Es docente universitario en UCA y USAL. Columnista de Diario San Francisco, Perfil.com y FM Milenieum, entre otros medios del país y del mundo.